El mensaje de los tilos - Por Néstor Sampirisi

El mensaje de los tilos - Por Néstor Sampirisi
El mensaje de los tilos - Por Néstor Sampirisi

La avenida Unter den Linden es un boulevard que cruza Berlín desde la emblemática puerta de Brandenburgo hasta la zona de Bebelplatz, poco antes de la isla del río Spree. Unter den Linden quiere decir “bajo los tilos” y caminar por sus veredas es como pasear por la historia alemana. Por allí entraron las tropas conquistadoras de Napoleón Bonaparte y desfiló el ejército de Adolf Hitler.

También por esa vía llegaron los soldados rusos que tomaron la ciudad y obligaron la capitulación de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. En la avenida Bajo los Tilos se produjeron multitudinarias concentraciones nazis iluminadas por antorchas y frente a la Universidad de Humboldt, donde enseñaron Karl Marx y Albert Einstein, el tristemente célebre ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich,  Joseph Goebbels, ordenó quemar cerca de 20 mil libros de autores judíos, homosexuales y comunistas. La avenida Unter den Linden se llama asi porque en su recorrido hay más de trescientos tilos.

Cuentan que tras la última gran guerra, en esa avenida, que tiene unas quince cuadras, sólo quedaron en pie doce edificios. Todo lo demás eran ruinas y escombros.   Aunque las cifras son inciertas, se calcula que entre setiembre de 1939 (cuando las tropas de Hitler ocuparon Polonia) hasta mayo de 1945 (cuando Alemania se rindió ante los aliados) murieron por lo menos 55 millones de personas, muchas de ellas civiles y producto de los bombardeos sobre las ciudades. Pero también se registraron violaciones masivas de mujeres por parte de las tropas de ocupación y el exterminio sistemático por motivos religiosos, étnicos y sexuales. El Holocausto judio a manos de los nazis es el ejemplo más crudo, pero el plan, conocido como “la solución final”, se extendió a gitanos, comunistas, homosexuales y discapacitados.

Las represalias contra la población alemana tras la guerra, sobre todo en los países de Europa del Este, fueron feroces: deportaciones masivas, linchamientos y reclusiones en campos de trabajo forzado. No fue hace mucho. Apenas si pasaron algo más de setenta años. Ahora, Berlín es una ciudad silenciosa y cosmopolita. Un efecto de la Europa que se configuró tras ese conflicto que devastó al continente fruto de los nacionalismos, la xenofobia y los mesianismos totalitarios. La dificultosa construcción de la Unión Europea (UE) es un intento por evitar que todo esto se repita. Un plan de integración continental basado en la democracia representativa, con instituciones y políticas comunes (que abarcan desde los económico a lo social), que propicia el multiculturalismo y la eliminación de las fronteras nacionales. Todo eso está bajo amenaza por estos días. La Europa que conocemos desde comienzos de este siglo podría transformarse drásticamente.

El Reino Unido empantanado por un Brexit que no se sabe cómo instrumentar, la extraña alianza entre populismos de extrema derecha e izquierda que gobierna Italia, los separatismos que atacan desde España y Bélgica, los movimientos eurofóbicos (como los “chalecos amarillos” franceses que plantean un Frexit), los gobiernos de derecha de Austria y Hungría y el debilitamiento de liderazgos como el de Angela Merkel son un acecho para esta idea europea. Los principales países son estragados por la fiebre antieuropea de vastos sectores de su población que propician la vuelta a un pasado supuestamente mejor, de la mano del nacionalismo y, otra vez, de exacerbar diferencias de todo tipo. Si hasta hay un ridículo escándalo entre Italia y Francia por Leonardo da Vinci.

La prueba de fuego será entre el 23 y el 26 de mayo cuando se vote el recambio del Parlamento europeo. Cada vez es más extendido el temor de que los partidos euroescépticos ganen, por primera vez, justo en una elección que se considera crucial para la supervivencia de la UE. Un informe del consejo Europeo de Relaciones Exteriores publicado a principios de esta semana advierte que estos partidos podrían quedarse con un tercio de los escaños, lo que les posibilitaría bloquear políticas centrales. La injerencia de Rusia en estos movimientos contestatarios y las fake news (noticias falsas) que circulan por las redes sociales figuran entre las principales preocupaciones. Al más alto nivel político se trabaja con las empresas tecnológicas para limitar o bloquear las páginas que difunden noticias de dudosa procedencia.

Pero más alla de teorías conspirativas lo que está crujiendo en Europa es aquel Estado de bienestar del siglo XX (educación y salud universales, contención social, sistema jubilatorio, etc.) sumiendo a quienes crecieron con él en la incertidumbre. El desafío, entonces, es generar nuevos espacios de diálogo que salten la grieta ideológica para contruir un Estado de bienestar adaptado a este siglo. Será la única forma de contener la conflictividad social. ¿Y qué tiene que ver todo esto con nosotros? Mucho, aunque no lo parezca.

Son las mismas tensiones que laten en nuestra sociedad. Porque ese es el contexto de esta época, convulsionada por la influencia de la tecnología y la robótica en los trabajos de especialización a los que accedía la clase media que hizo prosperar a los países occidentales. Este año nosotros también tenemos elecciones. Así, a los rigores de una fuerte devaluación y de una recesión que afecta a sectores cada vez más amplios de la economía habrá que sumarle el agobio de meses de campaña que, a falta de propuestas y expectativas que seduzcan multitudes, tendrá las habituales chicanas y operaciones. Incluso se vaticina que al presidente Mauricio Macri le espera un marzo turbulento y se advierte que la agitación social que se evitó en diciembre pasado se trasladaría al mes que viene.

Dicen que hay quienes trabajan para que esto ocurra. Si según números que manejan en el gobierno nacional, durante 2018 se produjeron más de 5.800 piquetes con cortes de calles o rutas en todo el país, ¿Qué puede esperarse para este? Tendremos que elegir entre un país más racional u otro más emocional. Ya no alcanza con responsabilizar a nuestros líderes por el resultado de nuestras decisiones. Deberemos hacernos cargo.

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