Para la prensa de 1927, la noticia fue “el hundimiento del Titanic italiano en Sudamérica”. Una catástrofe marítima en la que murieron varios argentinos.
Entre ellos, un mendocino por adopción llamado Vicente Cherubini, exitoso médico cirujano que regresaba de Europa luego de haberse perfeccionado en nuevas técnicas quirúrgicas.
Su muerte trajo consternación a sus familiares, amigos y también a una parte de la sociedad mendocina.
Un médico italiano en Mendoza
Vicente Cherubini nació en 1878 en Lazio, Italia. En 1897 ingresó a la facultad de medicina de la universidad Real de Roma de la cual se graduó como doctor seis años después. Por aquel tiempo, fundó junto a otros estudiantes la Sociedad Liberal Estudiantil y también fue el director del periódico L’Agitatore de corte anarquista. Luego, fue asistente de varios hospitales en la ciudad romana.
En 1907 llegó a Argentina e inmediatamente su título fue homologado por la facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Luego de su paso por Rosario y Buenos Aires, en enero de 1912, Cherubini llegó a Mendoza. Después de un breve lapso, se sumó al servicio quirúrgico del hospital San Antonio, cargo que ejerció por muchos años, transformándose en uno de los más importantes cirujanos de ese momento.
Cabe destacar que el doctor Cherubini fue uno de los primeros galenos que se dedicó a la ginecología en la provincia. Estableció su consultorio en calle Belgrano y luego en Catamarca 77, de Ciudad. Se desempeñó como miembro de la Sociedad Italia Unita y de la Cruz Roja de Mendoza. Fue, además, uno de los fundadores de la Universidad Popular.
Con la idea de especializarse para estudiar nuevas técnicas médicas, Vicente emprendió un viaje por un año a Italia y Francia. Luego de su posgrado, decidió regresar a Mendoza y adquirió los pasajes para el trasatlántico “Principessa Mafalda” de la empresa Navigazione Generale Italiana.
Lujo en altamar
El Mafalda era un formidable vapor italiano de más de 150 metros de largo y 9.500 toneladas, que conectaba las ciudades de Génova, Barcelona, Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires.
Zarpó en la tarde del 11 de octubre desde el puerto de Génova (Italia) con 973 pasajeros y 288 tripulantes, al mando del capitán Simone Guli.
Entre los pasajeros más destacados se encontraban el profesor Conrado Gigli, presidente del Instituto de Estadística de Roma; el gerente general del Banco Hipotecario, Antonio Díaz, y el doctor Vicente Cherubini.
En la bodega del buque viajaba una importante cantidad de lingotes de oro que el gobierno italiano enviaba al argentino.
El naufragio tan temido
En el atardecer del 25 de octubre de 1927 el “Principessa Mafalda” surcaba el Atlántico al sur de Bahía (Brasil), cuando se oyó un gran ruido que sacudió la estructura y detuvo los motores.
Según los primeros datos que tuvo el capitán, el árbol de la hélice izquierda se había partido y las enormes palas de la hélice se desprendieron y chocaron con parte del casco del barco. Este incidente produjo una gran grieta, por la que el agua entró a las bodegas e inundó parte de la nave.
El capitán Gulli consideró la posibilidad de solucionar el problema, pero como medida preventiva ordenó el pedido de auxilio. Se prepararon los botes y salvavidas. Sin embargo, a los pasajeros de primera clase se les comunicó que no había peligro y que volvieran al comedor para cenar.
Mientras tanto, los técnicos trabajaban para reparar el daño sufrido en el casco, pero la enorme presión del agua arrasó con todo y el buque comenzó a escorar. Alarmado, el capitán ordenó la inmediata evacuación de todos los pasajeros.
Heroísmo de unos pocos
El pánico cundió en la cubierta y por los pasillos. Se escuchaban gritos y llantos en la oscura noche. Cuando la nave zozobró, cientos de personas fueron aplastadas por otras que corrieron para salvar sus vidas. Pero los botes salvavidas no eran suficientes.
Pocos conservaron la serenidad, entre ellos el doctor Vicente Cherubini y los marinos argentinos Santoro y Bernardi, quienes se presentaron al capitán Gulli y se pusieron a sus órdenes. Los tres tomaron la posta y solamente Santoro pudo salvarse de aquella catástrofe.
A bordo de los buques de rescate se atendió a los 900 sobrevivientes. Más de 300 personas murieron, incluyendo al capitán Gulli.
Algunas versiones dijeron que Cherubini se había quedado en el camarote junto a su sobrina y que no pudieron salir; otras afirmaban que el médico mendocino había ayudado a los pasajeros hasta ahogarse en el naufragio.