El barrio donde crecí, al este del microcentro, era distinto. No sé si igual, mejor o peor, distinto.
Me acuerdo cuando era chico, por los 70 creo, estaba el esqueleto de lo que hoy es el hotel Tower, entonces se hablaba que sería el hotel San Rafael.
Eran grandes salones de cemento y ladrillo donde las palomas hacían sus nidos y con mis amigos íbamos a atraparlas para luego jugar a las palomas mensajeras; pura inocencia. Obvio que se iban y nunca más volvían. Algo que nunca se fue de mi memoria fue el material que usaban las palomas para hacer los nidos. Recogían los pedacitos de alambres de la construcción y elaboraban verdaderas obras de arte. Nidos de alambre cruzados perfectamente.
Antes de eso el lugar fue un gran baldío donde jugábamos a la pelota o íbamos a algún circo que se instalaba. Eran entonces mis compañeros de andanzas Roberto La Torre, Ricardo Martínez, los Toccetto y Estala, Guillermo Muñoz y unos chilenos que no recuerdo cómo se llamaban. También estaban Víctor Giambastiani, Ariel Dimarco y otros que hoy, a tantos años, no me vienen a la memoria.
En ese mismo sitio, de usos múltiples, también jugábamos a las bolitas, a los autitos de carrera, simulábamos la serie televisiva Combate y el escenario, del baldío a la estructura de cemento, siempre se prestó como escenografía perfecta para nuestros pasatiempos.
Esta oportunidad me sirve para refrescar bastante la memoria y se me vienen imágenes de la bodega Ugarte, que ocupaba desde donde hoy hay un negocio de alquiler de autos hasta donde está actualmente la panadería Belén, todo el terreno donde está emplazado el supermercado Vea, enfrente de donde hoy está emplazada la tradicional marmolería de los Zalazar, como se la conoce. En la esquina de Mitre (hoy Yrigoyen) y Lencinas estaba la estación de servicios Clam. Todo se ha transformado, pero mi memoria tiene ese registro.
A ello le agrego que la calle Mitre, recuerdo que hoy es Yrigoyen, era de una sola carpeta asfáltica. Una mano de ida y otra de vuelta. No había bulevar en ese entonces ni varias manos de circulación. Tampoco, claro, el intensísimo tránsito de hoy.
En la esquina de Balloffet estaba la ferretería Navarra. Donde hoy es el casino del Tower era la marmolería nuestra. A la vuelta estaba el taller mecánico de Martínez y Latorre. En la esquina siguiente, en Lavalle y Mitre, estaba el taller de radiadores. Más acá el almacén, casi de ramos generales, de don Constante Herrero y ahí sí venía mucha gente. Era realmente un “almacén de turco”.
A él y a los vecinos los hacíamos rabiar muchísimo porque sabíamos que no les gustaba que pasáramos por la vereda en bicicleta, pero lo mismo lo hacíamos.
Junto a lo que es hoy el local donde funciona diario Los Andes estaba la alfarería de Villegas, donde hacían caños de barro cocido. Lo que hoy es propiedad de Miguel y Mauricio Malano era la casa de Pedro Navarro, una casa antigua, gigante, que ocupaba toda la esquina.
El otro escenario que está grabado en mis recuerdos es el de la escuela Iselín, que sigue en el mismo emplazamiento de Alsina y Comandante Salas, a una cuadra de la Municipalidad. Por supuesto que mi memoria no es justa con todos mis entonces compañeros, pero recuerdo en este momento a chicos (varones y mujeres) Aguirre, Lozano, Fernández, Sáez, Ferré, Domínguez, entre otros.
Entre los maestros estaba la de tercero, ‘Porota’ Pozo. Una divina. Ahí sí no nos dejaban ir a pie. Ésa era tarea de mi madre, quien nos transportaba en un Dodge 1500 modelo 72.
Los pasajeros éramos: Marcelo (ahora de 46), Juan Carlos (hoy de 43) y yo (51), el más grande. Un tiempo fuimos en la mañana y otro en la tarde.
Oficio y juventud
Mis hermanos y yo pasábamos mucho tiempo también en el taller de mármol de papá y para la época era una verdadera fábrica con grandes máquinas y correas, que para otros eran muy peligrosas, pero para nosotros eran parte de nuestras vidas.
Eduardo, mi abuelo, le enseñó a trabajar el mármol a mi papá y mi viejo se preocupó de enseñarnos a nosotros. Los tres hermanos nos dedicamos a lo mismo.
Uno está en Santiago de Chile con un depósito de mármoles y granito y el otro en Maipú con un depósito y marmolería en calle Rodríguez Peña, la zona industrial.
Tengo tres hijos, Alejandro (21) que aprende el oficio de la marmolería y estudia administración de empresas; Lucía (20) estudia para maestra jardinera, y Juan Ignacio (17) hace la secundaria en Maristas.
También viene a mi memoria la noche de San Rafael. Ibamos al boliche Loloto (calle Francia y Bernardo de Irigoyen), Prestige. Pícolo, en calles Olascoaga y San Martín, donde hoy funciona Ox, y otros. Pero en ese entonces todo era muy sano. Si bien se registraban algunas peleas eran más que todo de palabra, empujones y algunas piñas que terminaban cuando los otros amigos intervenían y separaban a los peleadores. Ahí terminaba todo.
Tampoco entonces había previa. Salíamos a las 12 y cerca de las cinco volvíamos a nuestras casas tras comer un pancho por ahí. Antes de acostarnos avisábamos a nuestros padres y listo. Especialmente lo hacíamos los que andábamos en auto (después de los 20 por ahí nos lo prestaban). La diversión no era violenta. No existía lo que hoy se ve lamentablemente entre los chicos.
* Trabaja en la tradicional marmolería que lleva el apellido de su abuelo, su padre y de él y sus hermanos.