Desde chico, quién no hizo con su garganta el eco del ruido de un motor haciendo doblar sobre una pista improvisada de tierra en la calle, un Duravit (de caucho), un Excalibur (de chapa) o un Monoposto argentino a cuerda Kip metal. Así nació la vida de quien hoy, a los 37 años, hizo realidad su sueño: Fernando Maestú.
“Toda la vida soñé con hacer correr un auto en una competencia, pero nuestra situación económica no era la mejor. Toda la vida me gustaron los fierros y hace cuatro años comencé a participar en las Tradicionales, con este mismo Fiat 600”, dice Fernando, mientras señala el bólido amarillo con blanco con el número 1 estampado en la puerta. Ese mismo que diseñó Dante Giacosa y construido por la empresa italiana Fiat en 1955.
“Es más gaucho” remarca mientras su mano derecha se desliza sobre el techo plagado de abollones, rayones y barro.
“No es fácil preparar un auto. Años anteriores corrí en diversas categorías y este año lo hice en el Speedway y salimos campeones. Pero se hace todo a pulmón donde todos ponemos algo”.
Tal vez hay muchos hechos y circunstancias que hacen del automovilismo una pasión. Sacudiendo la memoria, las respuestas aparecen en aquello que los atrapa: esa inicial explosión de un motor. La primera acelerada y ese sonido inigualable de los fierros compactados en un block donde los pistones comienzan a proporcionar la mística, la adrenalina previa a meter el primer cambio.
Los hermanos, Carlos y Pedro, junto a su padre Luis, entre chapas, soldaduras, tornillos, gomas, aceite y combustible, van dando forma a esa “caja mágica” semana tras semana. Claro que detrás está el oído, la mano fina de “Lelo” Pimenides, una enciclopedia viviente de la mecánica.
“Sí, todos colaboran con algo. Así fue cuando salimos campeones en las Tradicionales de Caucete en San Juan y ahora en el Speedway. Por eso, la felicidad va más allá de la realidad que podamos expresar”.
Los días de los hermanos Maestú comienzan casi sin los rayos del sol, ya que desde temprano van calentando motores, pero de sus máquinas retroexcavadoras, camionetas y camiones. En caravana, como si fuera una carrera en cámara lenta, se dirigen hacia un final cotidiano: el trabajo, duro por cierto, donde entre canales, tierra y piedras remueven y originan un nuevo camino.
“Todos los hermanos trabajamos cada día con las máquinas y camiones. Creo que desde ahí pasa el amor que tenemos por los fierros ya que los debemos cuidar como si fueran el auto de carrera”.
-¿Qué diferencia hay entre manejar la retroexcavadora y el Fiat 600?
-La “Retro” me da de comer, y el Fiat, la felicidad (risas).
Sentado sobre la butaca, manos tensas sobre el pequeño volante, mirada fija hacia adelante, aceleración, y ¡Largaron!.....
“Es una adrenalina inexplicable. Es algo hermoso sentir la previa donde tu mente se fija en un solo objetivo. El mundo desaparece. No hay nada a tu alrededor, sólo el parabrisas y la curva”, describe Fernando con su mirada fija sobre el interior del auto, como reviviendo esos momentos de cada carrera.
Ya dentro del “ruido”, sigue describiendo: “Uno pierde el sentido de la realidad. Va mirando hacia adelante y de reojo por el espejo retrovisor, al que viene detrás. En cada momento tu mente espera ese golpe (en el “reglamento” del Speedway se permite todo) que te saca de competencia o no. Tuve cinco vuelcos bravos y cuando uno sale por la ventanilla poco a poco va sintiendo el aplauso de la gente, pero aún aturdido, es el único premio que uno tiene. Luego aparecen los dolores y al otro día no te podés mover. A la mañana, antes de salir a trabajar, cuando te vas a bañar ya comienzan a aparecerte los moretones, pero es parte de ese gusto inexplicable que tienen los fierros”, remarcó con una sonrisa.
-Cómo te divertís en una carrera?
- Cuando voy segundo o tercero. Es apasionante. Tu mente va a mil buscando el lugar por donde vas a pasar al de adelante. Cuando voy primero me aburro, pero es lindo ganar.
-Sin dudas hubo momentos de preocupación en plena carrera por alguna falla del motor.
-Muchas. Es más, en tres o cuatro carreras terminamos terceros o cuartos con un pistón roto. Por eso, este Fiat es único. Tremendo.
-¿Sos consciente de que tu vida corre riesgos?
- Sí. Sin dudas. El Speedway tiene muchos riesgos. Vivís minutos entre quince, veinte autos y todo puede pasar, pero sabemos que nos tenemos que cuidar entre todos. Eso es algo que dentro de la pista cada uno sabe de su responsabilidad.
-Tu hija Ariadna (18 años) ya comenzó a correr. Es más, tiene su propio auto. ¿Qué pasa por tu cabeza?
-Es una sensación, una realidad inexplicable. Pero a ella le gusta y yo la apoyo ya que hoy tiene lo que yo no tuve a su edad. Es más, muchas veces utilizamos el motor de su auto para competir. Le tenemos una fe terrible. Es muy buena. El “Lelo” (por Pimenides) ve en ella un futuro sin límites.
-¿Qué se viene para el equipo Maestú?
-Vamos a tener el 1 en la puerta y lo vamos a defender a muerte, por eso mi mejor auto será el próximo.
"Otros lo hacen con plata. él, con lo que pudo"
Con el oído fino y con las manos de un cirujano, “Lelo” Pimenides, también es parte de la gloria: “La pasión por el automovilismo fue de siempre. Todo es artesanal y no hay un interés económico en esto. Todos los que vienen son amigos y por eso lo hacemos con el respeto y poniendo el corazón. Es una pasión preparar un auto para una competencia pero, lamentablemente, te hace dejar todo. Dejás de lado la otra parte de tu negocio, ésa que te genera dinero pero lo llevamos adentro y no vamos a cambiar”, dijo mientras acomodaba dentro de su oficina un par de trofeos.
Sobre el auto de Maestú, dijo: “Tenemos muchos años trabajando con los 600 pero hay una particularidad: es muy raro que le hagamos un auto a otra persona que no sea amigo. No tenemos un banco de pruebas, por eso, tenemos que hacer muchas pruebas. Muchas veces trabajás dos meses y cuando el auto va a la pista tenés dos segundos para atrás.. Y te querés matar”.
El fenómeno Maestú lo sintetizó de la siguiente forma: “Lo hizo sin dinero. Armó un motor competitivo, por eso es un orgullo inmenso estar con gente honesta, responsable. Eso tiene un encanto especial. Maestú es un tipo que se merecía el campeonato. Muchos lo hacen con plata y él lo hizo con lo que pudo”.
A lo que agregó: “Los hijos colaboran con los pistones. Parientes con un par de gomas; hasta utilizó el motor del auto de su hija Ariadna que, con 18 años, ya corre y tiene un futuro inmenso”.
Dentro de esa “caja mágica” amarilla hay cosas místicas en su armado: “Fue al único auto que le pusimos cosas de segunda. Ahí está la satisfacción ya que compitió contra motores de alta competencia como el de Chipica, quien peleaba el campeonato. Eso es impagable”, y agregó: “Pero hay muchas cosas que tienen que ver con los logros, no sólo el motor , el chasis, sino la cabeza, los amigos y, como Fernando, y sus hermanos son unos tipazos, salir campeón no es por casualidad”".
Sobre su vida personal confirmó: “Yo no voy a la carrera por que me peleo mucho (risas). Para evitar eso los llamo al final y, si les fue bien, festejamos; si le va mal, vamos analizando los detalles para mejorar para la próxima. Yo era piloto de rally y a mi hijo lo “conocí” cuando tenía cinco años. Apenas vivía en casa. Estaba todos los días viajando, hasta que le dije a mi esposa: ‘No corro más’. Sin dudas se puso muy contenta. Me dijo ‘Te felicito’, pero fue por poco tiempo ya que seguí con los kártings de mi hijo (risas)”.