Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Comparar entre sí a los gobiernos no peronistas que gestionaron la democracia renacida (o nacida) en 1983 puede ser un ejercicio útil para analizar si esta vez se repetirá la historia o si podremos dar el gran salto hacia adelante.
La refundación de Alfonsín
El gobierno de Raúl Alfonsín logró, en su primera elección legislativa (1985) un triunfo colosal, tanto que casi todos pensaron que políticamente ya no habría marcha atrás en casi nada, que un país moría y nacía otro. A partir de entonces se comenzó a hablar con palabras como “refundación” o incluso “tercer movimiento histórico”, síntesis superadora del yrigoyenismo y el primer peronismo. El alfonsinismo se imaginó un gobierno de cien años o, por lo menos, cien años con gobiernos similares a él.
El balance fue agridulce. El triunfo legislativo de 1985 ayudó a fortalecer las bases aún frágiles de la naciente democracia a fin de que ésta persistiera, lo cual efectivamente ocurrió. Sin embargo, salvo en ese aspecto, el gobierno de Alfonsín no fue fundacional, no sólo porque no pudo completar los seis años que constitucionalmente tenía sino porque, con su ida, el pasado se impuso otra vez mucho más que el futuro y sentaría las bases para que en el siglo XXI ese pasado volviera aún con más furia.
El interregno de De la Rúa
El gobierno de Fernando de La Rúa, en el polo opuesto del de Alfonsín, perdió estrepitosamente su primera elección legislativa, lo cual fue el prólogo inmediato de su caída. Por lo tanto es razonable caracterizar a ese gobierno como un “interregno”, dando a esa palabra el siguiente significado: “En determinadas monarquías, entre la finalización del término de un monarca y la elevación del siguiente se produce de ordinario una vacancia en el puesto. Interregno es una interrupción en la normal sucesión de los monarcas, como los reyes, papas o emperadores”.
Que eso exactamente fue De la Rúa, un interregno entre dos monarcas. Como en 1999, cuando ganó la Alianza, el peronismo aún no había consolidado la sucesión entre un monarca y otro; el no peronismo sirvió para ganar tiempo hasta que esa sucesión se produjera. Y cuando ya estaba madura, el nuevo monarca peronista sustituyó al anterior e hizo volar por los aires la etapa del interregno.
Luego vendría una pelea entre distintos reyes peronistas, pero ésa ya es otra historia.
La transición macrista
El tercer gobierno no peronista por ahora no pretende mostrarse como refundacional. En realidad su principal característica política positiva es que pretende rescatar las bases republicanas de la democracia que las diversas monarquías avasallaron. Un objetivo más modesto que el de Alfonsín pero, por sobre todas las cosas, lo que no quiere ser es un interregno entre dos monarcas peronistas como De la Rúa o entre la misma monarca que se postula para reciclarse hacia un tercer reinado (Menem también lo intentó, fracasando).
Si no se trata de una refundación ni de un interregno, ¿de qué se tratará el gobierno de Macri? En el caso de resultar medianamente exitoso en sus objetivos básicos, la palabra que lo podría caracterizar es la de “transición” entendiendo a la misma como “estado intermedio entre uno más antiguo y otro a que se llega en un cambio”.
No es que necesariamente Macri sea un mero presidente de transición (podrá serlo o no), sino que las tareas que hoy está cumpliendo su gobierno son de transición entre algo que no ha muerto del todo y algo que no ha nacido aún. El mismo Macri puede ser el que nazca como lo nuevo más allá de la transición en una segunda etapa, o cualquier otro de cualquier otro signo. Pero lo importante es que nazca alguien nuevo para que el pasado no vuelva a ocupar el vacío que, de acuerdo a nuestra historia, puede en cualquier momento reiterarse.
Entre la monarquía y la república
El gobierno de Alfonsín así como en 1985 logró fortalecerse con su gran triunfo legislativo, en 1987 hasta pudo crear un peronismo a su imagen y semejanza, un peronismo en un todo de acuerdo con las coordenadas democráticas del momento, que intentaba dejar de lado todo lo que de su pasado fuera autoritario. Pero en 1989 todo se vino abajo, por lo cual un nuevo rey peronista pudo diluir el nuevo peronismo dentro del viejo y la Argentina siguió cometiendo los mismos errores de siempre, disfrazada con las tendencias más modernas de la época pero conservando en lo profundo todos los vicios ancestrales
Ni qué decir de lo que pasó con el interregno delarruista, que en algunas cosas retrocedimos incluso a la anarquía de 1820 y, en vez de refundar, refundimos al país todo. A partir de 2003, ya despejados casi todos los obstáculos, se pretendería construir una monarquía populista no republicana, paso a paso, pero yendo por todo.
¿Interregno o transición?
Lo que está en juego en el período electoral que comienza hoy y culminará en octubre es, sin más vueltas, si la Argentina está en medio de un interregno o de una transición. Si nos estamos preparando para otra vez volver atrás o si se están gestando las bases materiales para seguir hacia adelante.
En 2001, suponiendo -con la mayor de las buenas intenciones- que De la Rúa cayó solamente por sus inmensos errores, lo cierto es que la oposición triunfante, si no lo hizo caer, al menos preparó todos las condiciones para una eventual caída. Prueba irrefutable es que apenas ganaron las elecciones legislativas, en vez de permitir al oficialismo aliancista que pusiera los presidentes de ambas Cámaras, el peronismo se apropió de las mismas, para asegurarse la sucesión que preveía inminente. Ya las brevas estaban maduras para que la monarquía peronista nos hiciera retroceder otra vez al ayer como ella sólo sabe hacerlo. Esta vez incluso lograría algo hasta entonces impensable: luego del fallido intento duhaldista de volver al peronismo tradicional, se impondría una pareja que buscó y logró hacer desde el gobierno una mise en scene de la peor década del siglo XX, la de los años 70, a la cual reinterpretó como la mejor, la de la lucha de la épica, el idealismo y el heroísmo contra el mal. Una lucha de la que los nuevos reyes se reivindicaron como sus continuadores.
Hoy, sin embargo, existe -si el voto popular lo empuja y la clase dirigente lo asume- la posibilidad de reconstruir mejorado lo bueno que se intentó entre 1983 y 1987, para desde allí saltar al futuro: el de un oficialismo que en vez de buscar la pretenciosa refundación alfonsinista pero rescatando su gran voluntad democrática, se asuma como gestor de la transición entre lo viejo y lo nuevo, junto a una oposición que sea capaz de renovarse de un modo tal que corte definitivamente la cabeza al rey, a todo rey, y sea el otro soporte definitivo de la nueva república.
Porque sólo entre oficialismo y oposición acordando en los temas esenciales, se podrá acabar con los interregnos donde todo parece moverse pero hacia ningún lado para, en el fondo, repetir una y mil veces la misma historia.
¿Podremos alguna vez terminar con el maleficio del eterno retorno?