Las cifras y los hechos lo venían marcando y la información surgida de "auto suggest", de Google, no hizo más que ratificarlo. En la provincia se hizo mención durante los últimos años de la importancia del enoturismo en el crecimiento de la actividad turística, mientras un análisis que realizó el sitio Exeter International permitió conocer que el malbec sobresale en América del Sur al momento en que las personas se sientan frente a una máquina o apelan a su celular para ir programando o ideando algún tipo de excursión a corto o largo plazo.
A diferencia de lo que sucede en los países tradicionales, la "historia" del malbec es muy reciente. Sucede que países como Francia, Italia o España lograron ubicarse con sus productos a lo largo del tiempo, basados en las denominaciones de origen, como la Champaña, Oporto (en Portugal) o Rioja, en España. En la gran mayoría de los casos se trata de blends controlados por los propios elaboradores. Sin embargo, con la inserción de Estados Unidos, Chile, Argentina y Australia en lo que se denominó el Nuevo Mundo, se produjo un cambio importante en la decisión del consumidor, en razón de que por tratarse de países más recientes en la actividad y no contar con zonas determinadas, se priorizó el varietal por sobre la zona de producción.
En ese esquema, Chile y Estados Unidos se adaptaron rápidamente al nuevo esquema, mientras Australia aprovechó la oportunidad de integrar el Commonwealth para ingresar con sus productos sin impuestos en el importante mercado inglés. El ingreso de la Argentina fue más lento, motivado esencialmente en el hecho de que no necesitaba de los mercados internacionales en razón de que tenía un impresionante mercado interno. Recién a mediados de la década de 1990 y como consecuencia de la caída estrepitosa del consumo interno, a lo que se sumó un dólar estable y rentable, la vitivinicultura argentina decidió incursionar en los mercados. Lo hizo primero participando en los concursos y es allí donde sorprendió nuestra cepa emblemática. Se trata de un cepaje francés que en Mendoza encontró las condiciones de suelo y clima ideales para desarrollar todo su potencial. El trabajo de los enólogos fue fundamental y el malbec asombró al mundo, a punto tal que países con mayor desarrollo comercial que el nuestro, como es el caso de Chile, intentó hacer lo propio con la variedad carmenere, pero no logró alcanzar los resultados que la Argentina consiguió con el malbec.
Advertidos de la situación, los industriales locales no se quedaron de brazos cruzados. Fueron conscientes de que existía una veta más para explotar, además de los vinos. Adaptaron sus bodegas para la recepción de turistas y en muchos de los casos incorporaron la actividad gastronómica, logrando así un doble objetivo: fidelizar al cliente, como muy bien lo señaló don Carlos López, titular de la centenaria bodega de Maipú y paralelamente ampliar las posibilidades de ingreso a través de la venta de vinos y el merchandising. El beneficio alcanzó no sólo a los industriales, sino que se amplió al resto de las actividades y el mejor ejemplo es el que podemos advertir a diario con sólo transitar por la Peatonal y escuchar una variada cantidad de idiomas entre los ocupantes de las mesas.
El malbec sigue entonces abriendo puertas y Mendoza debe aprovecharlo. Es mucho lo que se ha hecho pero queda mucho por hacer, especialmente hay que trabajar sobre el conocimiento de la actividad vitivinícola en el resto de la población y por ese motivo resulta oportuna la iniciativa de instalarla como materia de estudio en el ciclo primario. Hay que insistir también en reclamar medidas que favorezcan la competitividad de los vinos argentinos en el exterior y exigir la derogación de medidas incongruentes, como la prohibición, en la Capital Federal, de la publicidad callejera de la "bebida nacional".