Un viernes de noviembre, a las 9 de la mañana en un primer piso sobre calle Córdoba al 500 de Ciudad perteneciente a la Casa de la Caridad de la iglesia La Merced, un grupo de alrededor de 25 personas sin techo, celebra una nueva asamblea. Casi todos son hombres y jóvenes; las mujeres son cuatro, tres de ellas muy jóvenes y una señora que ha pasado los 60 años; todas hacen sentir su presencia. Los hombres más grandes de la reunión -también por arriba de los 60- no hablan, solo escuchan.
En la mesa principal están sentados el médico Guillermo Funes y la trabajadora social Noelia Lucas, a quien todos llaman Lila. Los dos, que en realidad son efectores de saslud de la Unidad Primaria de Atención Itinerante, coordinan la asamblea y a cada rato les recuerdan a los presentes que "hagan circular la palabra".
Quien más habla es Julián, un hombre de unos 40 años, bien vestido y acicalado que dice haber sido cuidacoches y que está en situación de calle "por ser depresivo". Es muy factible que Julián cuente con estudios: se expresa echando mano a un gran abanico de palabras y coloca énfasis en las frases que más le interesa resaltar.
"Las asambleas surgieron hace más de un año -señala la trabajadora social Lucas- y salió de tanto escuchar a la gente en las salas de espera. Nos dimos cuenta que necesitaban ser escuchados más allá de la atención que se les brinda. Las reuniones tienen una estructura horizontal y la idea es que la palabra circule entre todos. Muchos de no saben acerca de sus derechos y a veces se ven vapuleados por la violencia institucional. Es un espacio de empoderamiento".
Los asistentes llegan después de comer algo en el merendero de La Merced: algunos le piden algún remedio al médico Funes y se van; otros se quedan en la reunión que dura casi dos horas; luego se van al sitio de donde vienen: la calle.
El médico Guillermo Funes, otro de los que coordina la asamblea, dice sentado al lado de la asistente social: "Este proyecto de abordaje nació de un proyecto de Extensión Universitaria de la Facultad de Ciencias Médicas hace unos 5 años. Luego se adhirieron desde el Ministerio de Salud y la Iglesia La Merced", redondea el doctor que cuenta con una rica experiencia en varias partes del mundo.
Otro ex cuidacoches les narra a los presentes que la policía lo sacó de una plaza donde se había recostado “y dos bancos más allá había dos mochileros rubios que hacían lo mismo y no les hicieron nada”.
Otro más bien bajito y de pelo crespo, también se queja: "Acá hay leyes para los perros y no para nosotros", indica en referencia a las recientes ordenanzas del municipio de Capital acerca de la caca de los perros con dueños. También da cuenta de que en los sitios donde les dan comida (plazas y algunas iglesias) "cada vez viene más gente a comer, vienen familias enteras con chicos".
Vuelve a intervenir Julián que es uno de los que más habla. A la propuesta de una de las chicas jóvenes de "tenemos que ir todos a casa de Gobierno y hacer quilombo", le responde, centrado, "eso es hacerle el caldo a quienes nos van a ir a reprimir. Tenemos que sacar esa idea de que los que vivimos en la calle lo hacemos porque nos gusta. El 98 por ciento estamos así porque no tenemos otra posibilidad. Yo veo mucha gente joven en las plazas boludeando y dentro de poco esos van a ser nuestra competencia", dice a modo de advertencia y un halo de preocupación se apodera de los asambleístas.
En Mendoza no hay estadísticas confiables que dimensionen la postal de los que no tienen un techo. Los datos extraoficiales indican que habría entre 300 y 400 ciudadanos a la buena de Dios en la provincia. Para eso, en el grupo hay jóvenes estudiantes de la carrera de Sociología de la UNCuyo que se apresta a hacer un relevamiento más concreto de la cantidad de personas que viven en las calles. "Tenemos la esperanza de conseguir un estudio confiable para el año que viene", resume el médico Funes.
En el acceso a la asamblea, se apila lo que sería el "equipaje de mano" de los sin techo: mochilas no muy nuevas atestadas de ropa, pequeños bolsos y frazadas viejas enrolladas.
En segmentos de la reunión, escuchan a Lila quien les menciona las reuniones que mantiene con funcionarios de Acción Social. Pero para los presentes se trata de nombres vacíos, de personas que no conocen y que están llenos de burocracia. La asistente les hace saber que no todo lo desconocido es peligroso.
La chica casi no necesita explicar que viene de una situación de adicciones: no debe pesar más de 40 kilos, casi no tiene dientes y puede tener 25 años; o 40. Su lenguaje corporal es el de la desprotección. "La otra vez me robaron la mochila con todo y ando sin DNI", dice al tomar la palabra.
Otra chica, más robusta y de pelo negro y espeso, se queja de la discriminación que siente aunque nunca la menciona con esa palabra. "Me miran (se refiere a la gente en la calle) como si les fuera a robar, me tienen miedo", cuenta molesta. "Te dan ganas de robarles de verdad para que tengan razón", casi grita. Algunos ríen.
En el acceso a la sala de la asamblea -que también hace las veces de "consultorio" del doctor Funes- un cartel de importantes dimensiones advierte a los presentes: Bajo el título de "Normas de convivencia", se lee: 1) Autorrespeto para respetar a los demás, 2) No insultar ni ofender a los compañeros, 3) Cuidar la limpieza, 4) No robar lo que es de todos, 5) No interrumpir y escuchar las opiniones de todos, 6) Hablar con propiedad.
"Si bien al principio nos costó un poco organizarnos, con el paso del tiempo hemos logrado que las reuniones sean bastante armoniosas y que todos puedan hablar. Es gente que no se siente escuchada en su realidad y en verdad les hace bien hablar", dice Funes.
A veces la impaciencia se instala entre los asambleístas sin techo y les recriminan a los organizadores la falta de beneficios concretos después de las reuniones: "Al final, acá mucho hablar, mucho hablar y nunca arreglamos nada", se queja uno. Ante el desánimo, la asistente social intenta una vez más algo muy complicado: poner algo de esperanza en los desesperanzados. "Chiques -les dice- hay que tener paciencia, nada se logra de un día para otro". Pero esas personas, cuyo número crece, llevan con las promesas una relación tortuosa: no creen demasiado.
Igual, el dueto Lucas-Funes no se ve fácil de doblegar: con grandes dosis de dulzura escuchan y atienden a los sin techo. Será cuestión de esperar pero de seguro algo bueno saldrá de esa experiencia.
Para ayudar
Para cualquier tipo de colaboración se puede llamar a la iglesia La Merced: 425-7905.