El lugar del empresario

Las inversiones se aseguran priorizando el fortalecimiento de la democracia y la integración social.

El lugar del empresario

Por Julio  Bárbaro Periodista-  Ensayista - Ex diputado nacional - Especial para  Los Andes

Cuesta imaginar una sociedad capitalista sin la participación activa de los grandes empresarios. Más aún, uno puede afirmar que no existe una sociedad capitalista organizada sin la presencia de una sólida burguesía industrial. Si hay quienes tienen grandes inversiones son también quienes tienen mucho que perder, en consecuencia es inimaginable que actúen con indiferencia frente al poder político.

Claro que este nominar a una “burguesía industrial” implica en sí mismo un debate, dado que para la izquierda el rico es un mal universal y para algunos sectores liberales es indiferente quién sea el propietario de la empresa, nacional o extranjero.

En nuestra sociedad, recién ahora los empresarios están tomando conciencia y asumiendo que el valor de sus inversiones se corresponde con la calidad de las instituciones sobre las que están asentadas. Creo ver que el Gobierno, hasta el momento, no imagina otro proyecto que vender patrimonio para que inviertan, generando sin duda una nueva dependencia.

Alguna vez intenté interrogar a Domingo Cavallo sobre si existía algún ejemplo de país que habiendo vendido al extranjero todas sus empresas sus ciudadanos vivieran dignamente. La economía es importante, siempre que esté encuadrada en una concepción política, de lo contrario puede terminar destruyendo aquello que intenta mejorar. Las concesiones que entregaron con el cuento de la inversión son el espacio por el cual se drena buena parte de nuestras riquezas. Menem, con Cavallo y Dromi, instaló la pobreza con el cuento de la privatización, fue el peor retroceso de toda nuestra historia, superior aun al de Martínez de Hoz. Pareciera que el liberalismo económico es aun más culpable que el mismo supuesto “populismo”.

La Unidad Europea es posible a partir de que cada uno tiene una cultura demasiado firme como para que termine invadido por el vecino. A nadie se le pasa por la cabeza que un grande digiera a un débil, ese mercado es común a partir de la decisión y la necesidad de respetar las particularidades de cada uno de sus miembros. Esto implica que la política es la que organiza la economía, y no podría ser de otra manera. Deberíamos aprender de los chinos y de su avance sobre nuestra geografía; ellos tienen voluntad de ser nación, pareciera que también de ser imperio, y a nosotros nos alcanza con ser colonia. Pero solo son prósperas las naciones, no hay ejemplos de colonias dignas.

Cada una de las viejas sociedades, con siglos sobre sus espaldas, con guerras y cicatrices, posee un sector productivo organizado que defiende sus intereses, los que, no casualmente, son de la misma nacionalidad en la que se desarrollan. A nadie se le ocurre que da lo mismo que los empresarios sean nacionales o no, que la identidad sea perdida a partir del poder de los negocios. Los europeos nos dieron durante décadas curso de libre mercado convencidos de vendernos su producción industrial sin asumir jamás la misma libertad para nuestros productos agrarios. Libres donde son fuertes, protectores donde son débiles. Sociedades muy asentadas en sus convicciones y sus culturas como para dejarse llevar por el viento de la moda. Solo observar cómo nosotros perdemos o dejamos demoler nuestros edificios y barrios históricos o imaginamos que modernizar es imponer frívolamente la superioridad de lo nuevo sobre todo lo anterior, solo ese ejemplo denota una falta de conciencia sobre la manera en que una sociedad forja su propia identidad. Destruimos el Estado para terminar en manos extranjeras, empresas a las que ni siquiera logramos controlar para que no sigan dañando la misma estructura social. Cada supermercado destruye una cantidad de pequeños comercios y con ello una parte esencial de nuestra integración social. ¿Era eso necesario para ser modernos o simplemente un acto irresponsable que erosiona nuestra misma forma de convivencia?
El Estado debe apoyar la iniciativa privada, que sin duda tiene dos enemigos, la burocracia oficial y la concentración privada. Si achicamos el campo de los comerciantes y productores propios estamos destruyendo la misma estructura sobre la que habitamos. Debemos elegir espacios y defenderlos para los pequeños productores, no todo puede caer en manos de las cadenas, de lo contrario vamos a ir construyendo una sociedad en la que el resentimiento y la rebeldía nos impidan vivir dignamente. El empresario nacional es aquel que tiene conciencia de las necesidades colectivas y limita su ambición en la defensa de esa misma necesidad.

Una burguesía industrial debe hacerse cargo de educar en los valores del capitalismo, del esfuerzo y del talento, del logro como coronación del mérito, de unir el éxito económico a la virtud del triunfador. Una sociedad como la nuestra, en la que el éxito económico está ligado a la imagen de la corrupción, solo genera resentimiento y se convierte en un camino al fracaso.

El caso del agro es ejemplar, antes estaba unido a la propiedad heredada y a la renta improductiva, esa era al menos la mirada mayoritaria. Pero hubo un cambio enorme que la convirtió en uno de los pilares productivos que supo gestar su propia tecnología de avanzada, exportable al resto del mundo, abarcando desde la siembra directa a la silobolsa. Ese lugar de vanguardia no fue todavía impuesto como imagen al resto de la sociedad, y esa responsabilidad es de la misma estructura agropecuaria. Ejercer docencia sobre las propias convicciones es una obligación inherente a todo sector productivo importante. Si los grandes productores y empresarios no se comprometen con la política no tienen derecho a quejarse de las debilidades y altibajos a los que estamos sometidos.

A veces pienso que el sindicalismo terminó ocupando el lugar de burguesía industrial que otros dejaron libre. Algunos sindicatos, muchos, por acumulación de poder y riquezas y por la lealtad de sus afiliados, fueron los que ocuparon la defensa de intereses que, en otros casos, hubieran terminado en manos extranjeras. Recordemos siempre que no fue Perón quien les entregó las obras sociales sino el mismo Onganía, y que Perón, a su retorno, intentó un proyecto de obra social única que el sindicalismo enfrentó para no perder sus prebendas.

Intentando una síntesis, los empresarios deben impulsar una democracia estable con instituciones fuertes dentro de las cuales puedan lograr darle seguridad a sus propias inversiones. Y eso implica priorizar la integración social. Todo sistema que genera o consolida la marginalidad está arriesgando su misma vigencia. Una clase dirigente es el fruto de un grupo humano que ubique los objetivos colectivos por encima de sus intereses individuales. Esa es la única forma de trascender, estamos en un buen momento para intentarlo.

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