Tiro libre, minuto 88. Griezmann al frente de la pelota. Uruguay perdía 2-0 con Francia y se iba del Mundial-2018. En la barrera alguien lloraba desconsolado. Conmovedora imagen. Eran las lágrimas de Josema Giménez haciendo honor a la garra charrúa.
La Celeste se despedía de Rusia en los cuartos de final. Del otro lado del mundo, la tristeza desfilaba por las calles de Uruguay en medio del invierno. Todos eran Giménez en ese pequeño país donde el fútbol tiene un asiento en cada hogar.
La pelota terminó yéndose a la tribuna, quizás porque el astro francés logró compadecerse del dolor de su amigo, su compañero en el Atlético de Madrid. Como tampoco celebró su gol para el 2-0, porque Griezmann es tan uruguayo como Giménez y quizás lloraba por dentro.
"Fueron muchas cosas las que se me pasaron por la cabeza. Ver que se nos escapaba una oportunidad única, con todo lo que sufrimos en las eliminatorias. Eso me puso mal", recordaba Giménez aquel 6 de julio.
"El objetivo era ser campeón. Soñábamos con eso. Pero es un Mundial, muy difícil y nos tocó un rival en cuartos que era candidato, y terminó siendo el campeón", agregó el defensor central de 24 años.
El llanto de Giménez expuso al mundo aquello que todos se preguntan en el fútbol: ¿qué es la garra charrúa? Justamente eso. Ese sentido de pertenencia, sufrimiento para alcanzar la victoria, perder pero dejando la piel en el campo.
Porque a Uruguay todo le cuesta en el fútbol, pero lo gana con pasión y coraje. Con la fuerza del corazón.
Y es con ese ADN que la Celeste ha ganado dos Copas del Mundo, dos medallas de oro olímpicas, 15 Copas América y memorables partidos que han puesto a llorar, a lo Giménez, a los 3,5 millones de uruguayos futboleros.
"Somos un país tan pequeño que luchamos siempre por cosas tan grandes que a veces es increíble ver tanta fuerza, no sólo en el fútbol sino en la vida", reflexiona.
El mejor lugar del mundo para Giménez es su Toledo natal. Una modesta población de no más de 5.000 personas a unos 22 kilómetros de Montevideo, donde lo único por hacer es ver cómo pasa la vida.
Allí, en las pequeñas placitas de Toledo comenzó la meteórica carrera de Josema, cuando con el grupo de amigos del liceo armaban un partidito mientras caía la tarde.
Pasaron los años, se enroló en la formativas del Danubio y tuvo su debut profesional en noviembre de 2012 con 17 años. No tardó en emigrar a Europa. En abril de 2013 fue fichado por el Atlético de Madrid y en septiembre se estrenaba en la Liga.
"Soy muy joven y todavía tengo muchísimo por aprender en el fútbol. Estoy creciendo en un gran club, madurando como futbolista y como persona, y todo lo que aprendo también lo estoy entregando en la selección", sostuvo el colchonero.
Y es que en la Celeste a pesar de su corta edad ya es considerado como uno de los hombres a seguir, y desde su liderazgo se cimienta el futuro del seleccionado charrúa, más aún cuando su maestro de armas, Diego Godín, camina hacia el ocaso de su carrera.
Giménez acumula 53 partidos internacionales con Uruguay y ocho goles. Todo un récord para su edad en el fútbol charrúa, porque ningún otro jugador de ese país logró ese número de presencias tan joven.
En su hoja de vida están escritas dos participaciones en Copas del Mundo (Brasil-2014 y Rusia-2018) y tres Copas América desde Chile-2015.
"Tenemos una ilusión muy grande. Somos una selección que está predispuesta a competir y a intentar ganar títulos. Uruguay siempre estuvo en el podio de la Copa.
Presión hay y tenemos un equipo competitivo para luchar" en Brasil-2019, asegura.
Perú se cruza en el camino de Uruguay en los cuartos de final. Giménez estará en el campo. Con su ADN charrúa, con su intensidad de juego. Con esa inagotable pasión que despierta en los uruguayos vestirse de celeste.