Era su lugar en el mundo. Por eso, si bien logró tocar las raíces de América y Europa, su alma sigue vagando infinita por el Cerro Colorado. Allí, como cada aniversario, volverán a reunirse los espíritus en torno a Don Ata.
Ahora, a los 110 años de su natalicio, suenan ineludibles las cuerdas y poesías. Pero hay un nuevo motivo para celebrar: el legado de Atahualpa Yupanqui ingresará a la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, como inicio de las actividades previas del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, que se realizará en Córdoba en marzo de 2019.
La voz y la guitarra de Yupanqui, nombre de alta raigambre incaica con que se rebautizó Héctor Roberto Chavero, fueron caudal inagotable de sensibilidad popular.
Y de alta poesía. Baste sólo este ejemplo, parte del soneto “Si una guitarra triste”, como señal de su antorcha inspiradora: “Si un triste trovador hoy me pidiera/ un poquito de luz para su vida,/ toda la selva en fuego convertida/ para su corazón yo le ofreciera”.
¿Qué significa que el Instituto Cervantes custodie la obra de Atahualpa? Es la institución pública creada por España en 1991 para promover universalmente la enseñanza, el estudio y el uso del español y contribuir a la difusión de las culturas hispánicas en el exterior; el instituto atiende fundamentalmente al patrimonio lingüístico y cultural que es común a los países y pueblos de la comunidad hispanohablante.
En la bóveda existen unas 1.800 cajas de seguridad y solo algunas, aquellas cuyas puertas son doradas, conservan actualmente objetos donados por estas personalidades.
Lo más llamativo, en la mayoría de los casos, es que el contenido de estas cajas se mantiene en secreto y solo se conocerá el día de su apertura.
Roberto Chavero, hijo y miembro de la Fundación Atahualpa Yupanqui, destacó: “Es un altísimo honor que la madre de la lengua honre la obra de mi padre. A raíz de esto llevamos un documental llamado Un Río que no cesa de cantar, porque mi padre a pesar de haber fallecido hace 25 años nos sigue arrimando, a través de sus canciones, de sus escritos, un universo que tiene que ver con todos los pueblos, no solamente con el nuestro”.
La presidenta de la Agencia Córdoba Cultura, Nora Bedano, dijo: “La decisión fue llevar el nombre de Atahualpa Yupanqui a todas las latitudes del mundo, ayudando a todo el historial que él dejó a través de sus poemas, de sus letras, de su música a lo largo de su andar por la vida. Estaremos dejando ese legado por y para siempre con las palabras de Atahualpa escritas”.
El camino del cantor
Atahualpa nació el 31 de enero de 1908 en un paraje pampeano, entre Colón y Pergamino. Su nombre real fue Héctor Roberto Chavero Haram, pero desde la infancia se bautizó como Atahualpa en referencia al cacique inca; el apellido Yupanqui se incorporó luego y su sonoridad remite, en quechua, al que viene de tierras lejanas para decir algo.
Hijo de padre ferroviario, mestizo y de origen quechua, Atahualpa estudió violín y guitarra desde los seis años con el profesor Bautista Almirón, que le presentó un horizonte distante del mundo rural. Los preludios de Fernando Sor y las transcripciones de Schubert, Liszt, Beethoven, Bach, Schumann lo fascinaron.
A los 19 compuso “Camino del indio”, una canción de su infancia tucumana que luego se convirtió en un himno de la indianidad. Y más tarde, en tiempos del primer peronismo, fue perseguido y encarcelado por su afiliación al Partido Comunista, que después desestimó.
En enero de 1932 participó en la fallida intentona revolucionaria de los hermanos Kennedy, en La Paz (Entre Ríos), en la cual estuvieron envueltos también el coronel Gregorio Pomar y el escritor Arturo Jauretche, quien inmortalizó la patriada en su poema gauchesco El Paso de los Libres. En 1949 buscó un aire nuevo en tierras europeas, donde logró el cobijo artístico de Edith Piaf y encontró el éxito internacional.
La obra de Atahualpa se popularizó a nivel local en los años 60’, con el impulso de Jorge Cafrune (de quien mañana se cumplen cuarenta años de su misteriosa muerte) y Mercedes Sosa, quienes grabaron sus composiciones.
Registró 325 canciones, entre las que sobresalen “La alabanza”, “El arriero”, “Basta ya”, “Los ejes de mi carreta”, “Le tengo rabia al silencio”, “Piedra y camino”, “Viene clareando”, “Chacarera de las piedras”, “La hermanita perdida”, “Camino del indio”, “Zamba del grillo”, “Milonga del peón de campo”, “Luna tucumana”, “La añera”, “La pobrecita”, “La flecha”, “El alazán”, “Madre del monte”, “A qué le llaman distancia” y “Milonga del solitario”.
Fue clave el aporte como co-compositora de varias de sus canciones su última esposa, la pianista y música francesa Antonietta Paule Pepin-Fitzpatrick (Nennete), madre de uno de sus hijos, Kolla Chavero.
En 1992 viajó a Francia para actuar en Nimes, donde se indispuso y falleció el 23 de mayo. Sus cenizas fueron esparcidas en el Cerro Colorado.