El viernes pasado a las cinco de la mañana, Juan Felipe Ferreyra, un viejo ladrón solitario de escasa monta pero con varios antecedentes encima, advirtió que una ventana del primer piso de óptica "La Pirámide", en la Peatonal Sarmiento al 200, se presentaba accesible.
Pese a haber pasado con creces los 50 años, el sujeto demostró ser osado y además estar en buen estado físico: en plena Peatonal, trepó hasta el primer piso de la óptica y llegó a la ventana. El problema era el vidrio.
Miró para los costados y notó que la Peatonal lucía desierta. "Rompo la vidriera", pensó. Eso hizo. Pero cuando pasó parte de su cuerpo para ingresar, una punta del vidrio le cortó posiblemente un brazo. El hombre supo que ese pequeño corte no le iba a impedir su atraco (con varias entradas a la cárcel, la sangre propia no es algo que lo perturbe).
Una vez en el interior de la óptica, pequeñas gotas rojas regaron el camino de Ferreyra mientras hacía lo que sabe hacer: robar.
En pocos minutos, el hombre se llevó una buena cantidad de lentes caros y los 15 mil pesos que habían quedado en la caja chica del local.
Con rapidez, una vez que cargó el botín, y con parte de su cuerpo herido por aquel vidrio de la ventana, el ladrón recorrió el camino inverso para irse con lo que había ido a buscar. Desde el primer piso miró hacia ambos lados: en uno, la Peatonal desierta; en el otro, la Legislatura: “Cero problema”, debe haber pensado antes de saltar. Pero no pensó en su sangre.
Resuelto
A las pocas horas, efectivos de la Policía Científica llegaron a la óptica "La Pirámide" para levantar huellas. Uno de ellos notó en el piso del local el reguero de sangre aún fresca que sobresalía en la escena. Tomaron esas muestras hemáticas y las llevaron hasta el flamante Laboratorio de Análisis Genético.
A las cuatro de la tarde de ese mismo viernes, el ladrón ya estaba identificado. “Es Juan Felipe Ferreyra, en un 99,9 por ciento, doctor”, le dijeron al fiscal del caso, Galdo Andreoni.
Ferreyra fue víctima de una de las nuevas y costosas máquinas con que cuenta el Gobierno desde el 3 de mayo pasado y que salieron 27 millones de pesos.
Son tres robots -uno de Australia y dos de Estados Unidos- que funcionan a modo de escáner y permiten cotejar los rastros genéticos hallados en un hecho con el ADN de una persona que esté incluida en ese banco de datos (Ferreyra lo estaba). Su nombre oficial es Registro Provincial de Huellas Genéticas Digitalizadas.
“Esto fue lo que le pasó a este hombre -indicó una fuente judicial-; ahora, Ferreyra está en la orden del día y será detenido una vez que se pueda”.
Hasta el mismo Alfredo Cornejo -un gobernador que tiene especial interés en el delito común- ya lo dijo el día de la inauguración del banco de datos: “No es lo mismo condenar a una persona por testimonios que por huellas digitales y huellas genéticas, da una certidumbre y a su vez tiene una tarea preventiva porque de este modo las personas que delinquen o están pensando en hacerlo, saben que hay un Estado con un aparato y una política criminal detrás para evitar que lo hagan”.
Por eso, quizá Juan Felipe Ferreyra ya vendió los lentes que robó, quizá se gastó el dinero, quizá tenga amigos dispuestos a decir que a la hora del robo estaba con ellos. Pero de nada le servirá: su principal delatora está consigo, la lleva en sus venas. Anoche, la Policía lo detuvo.
Único en el país
El Registro Provincial de Huellas Genéticas Digitalizadas y del Laboratorio de Genética Forense (calle Belgrano 179 de la Ciudad de Mendoza) es el único del país.
Cuenta con una base de datos que permite identificar en forma inmediata a condenados, imputados o identificar y determinar el paradero de personas extraviadas, desaparecidas y/o fallecidas mediante las huellas genéticas digitales.
"Antes teníamos la capacidad de analizar unas 2.500 muestras y pasamos a tener una capacidad de analizar unas 25.000. Esta cifra es la de todas las personas imputadas por algún delito, todos los condenados, y en breve se sumará la de todas las fuerzas de seguridad", explicó el día de su inauguración el encargado del Laboratorio de Genética Forense, Miguel Marino.