El lado social del deporte: la historia de la cancha a la que le robaron los arcos

Está en el asentamiento Estación Buena Nueva, de Guaymallén, y fue creada por María Esther Vega,

El lado social del deporte: la historia de la cancha a la que le robaron los arcos
El lado social del deporte: la historia de la cancha a la que le robaron los arcos

Fue un mandoble a la ilusión, al trabajo mancomunado de años. A esa tarea que, con mucho amor, hicieron un grupo de vecinos supliendo una de las tantas deficiencias del Estado. "Un día que dejamos los arcos y nos los robaron. Los cortaron con una sierra. No alcanzamos a tenerlos ni un mes y eso que habíamos trabajando mucho para poder tenerlos", cuenta María Esther Vega con un dejo de tristeza y resignación.

La cancha se encuentra en una zona vulnerable de Guaymallén, más precisamente en Buena Nueva, allí dónde limitan el Barrio Paraguay y el asentamiento Estación Buena Nueva en un predio que estaba abandonado y lleno de yuyos

"Era un lugar en el que quemaban los autos que se robaban y tenían que hacer desaparecer y hasta un día llevaron a un hombre al que le habían robado el auto y lo golpearon y dejaron ahí en muy mal estado. Eso pasaba delante de la puerta de mi casa y es lo que me llevó a tratar de hacer algo distinto", cuenta María quien fue la impulsora de limpiar el predio y su entusiasmo llevó a que su esposo Daniel y sus hermanos Martín y Marcelo comenzaran a ayudarla.

Así nació la canchita y la escuelita de fútbol, de la que ella era la profesora. "Empezamos con algunos chicos más grandes, pero nos fuimos dando cuenta que sólo iban al espacio para poder tomar, entonces decidimos quedarnos con los más chicos. Niños de 13 años para abajo. teníamos chicos de 10 años que venían alcoholizados y con esta actividad comenzamos a cambiar la situación", dice y se le iluminan los ojos.

Tiene una voluntad que no entra en su pequeño cuerpo y cuando los recuerdos le van llegando a borbotones a su mente, hace un monólogo a la velocidad de Tato Bores.

El proyecto creció tanto que llegó a tener 65 chicos compartiendo la experiencia los lunes, miércoles y viernes que eran los días determinados. En principio, cómo nos ha pasado a todos, los arcos fueron armados con piedras o vestimenta, después llegaron los esperados tres palos. Fue una alegría para toda la comunidad. "Al principio los sacábamos y los guardábamos todos los días, pero después mi marido los plantó con cemento. No nos duraron nada. Sólo han hecho daño", recuerda con dolor. Hoy María tiene a un profe de Fundación Godoy Cruz, Jorge Quiroga, trabajando en el proyecto ad honorem con la intención de darle a los chicos una contención.

Pero ella es una luchadora y más allá de que aclara que tiene dos hijos que le demandan tiempo, no para en su trabajo social.  Así fue que comenzó a ampliar el proyecto e incorporó a las mujeres del barrio a la actividad. "Vivimos en un conexto de mucha violencia de género, como toda la sociedad y se hace muy difícil en ese contexto que las chicas salgan a contar sus problemas", retrata.

“Entendimos que para que cada una pudiera contar su situación debía tener un vínculo de amistad. Con una charla no alcanza. Así fuimos conociendo varios casos e incluso hoy tengo a una chica alojada con sus hijos en mi casa, porque está con una situación de vulnerabilidad en cuanto a género”.

Las 15 chicas que ahora se reúnen a jugar a la pelota se han tenido que mudar a la plaza del Barrio Suyai, unas cuadras más allá, porque su "potrero" ha quedado sin las condiciones para ser usado. El proyecto ha crecido tanto que hasta se ha organizado un campeonato interno. "El profe nos llevó a un torneo de Fundación Godoy Cruz, pero tenemos el inconveniente que nosotros somos mujeres que tenemos que trabajar y atender a nuestros hijos y no contamos con el poder económico para afrontar las planillas de un torneo y los gastos de colectivo", agrega nuestra héroe que también consiguió el permiso de los dueños del querido terreno para poder ponerle luz y utilizarlo como "polideportivo".

Por ahora sigue soñando en poder recuperar los anhelados tres palos en cada punta de la cancha y trabaja para conseguir pelotas e indumentaria que le han prometido desde la Municipalidad de Guaymallén.

Más allá de eso, ella debe estar orgullosa de que la semilla que plantó hace cinco años ya da frutos. Al menos los ladrones de autos tuvieron que irse del lugar y el alcohol y la droga cada vez aparecen menos por la zona.

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