De los BRICS, Brasil parecería ser el que se encuentra en peores condiciones. BRICS, por supuesto, designa a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica y es un término que supuestamente serviría para conectar a estas cinco economías de rápido crecimiento. Pero eso era entonces. Hoy en día, esas economías están lentas, en el mejor de los casos, y sus perspectivas ya no parecen tan brillantes.
Todo el mundo conoce los problemas de China: su mercado accionario en picada, su economía que pierde velocidad y los chapuceros intentos del gobierno por revivirla, como si ésta de algún modo tuviera que brincar cuando el partido le diera la orden.
Los problemas de Rusia también son bien conocidos: además de la anexión de Crimea, y las consiguientes sanciones de Occidente, la economía rusa ha perdido velocidad con el declive del precio de los combustibles fósiles, su principal producto de exportación. La economía sudafricana atraviesa por tantos problemas que incluso el presidente Jacob Zuma advirtió que estaba "enferma". Y aunque la India creció 7 por ciento en el segundo trimestre, esa cifra estuvo por debajo de las expectativas y, en cualquier caso, probablemente manifiesta de manera exagerada la salud de la economía, como señaló a BBC News Shilan Shah de Capital Economics.
Y luego, ¡ay!, tenemos a Brasil. ¿Inflación? La inflación se acerca al 10 por ciento. ¿La divisa? El valor del real ha caído en casi la mitad ante el dólar estadounidense. ¿Recesión? Por supuesto. La opinión generalizada es que la economía brasileña se reducirá en 2 por ciento en 2015. Mientras tanto, "entre 100.000 y 120.000 personas pierden su empleo cada vez", asegura Lucia Guimaraes, una conocida periodista brasileña.
Para complicar los problemas, muchos de los cuales son resultado de mala gestión económica, un enorme escándalo de corrupción ha salpicado tanto a políticos como a empresarios prominentes. El escándalo se centra en la compañía más grande del país, Petrobras, cuyo éxito fue motivo de auténtico orgullo en los años de las vacas gordas.
Aunque los detalles son complicados, el escándalo básicamente es un "sistema de sobornos a la vieja usanza", como lo señalara David Segal en un excelente reportaje de The Times el mes pasado. Un sistema de sobornos que se ha calculado en la friolera de 2.000 millones de dólares.
Políticos y miembros de la élite empresarial han sido arrestados por igual. La presidenta del país, que era presidenta de la junta directiva de Petrobras cuando estaba ocurriendo este sistema de sobornos, no ha sido acusada de nada pero su índice de aprobación está por debajo de 10. La gente ha salido a la calle a exigir su impugnación aunque en realidad todavía no hay motivos para llegar a eso.
Desde siempre, en Brasil la corrupción política ha sido un hecho de la vida, pero rara vez se había exhibido de manera tan vívida y nauseabunda.
El doble golpe del escándalo y la recesión ha creado un ánimo en el que se combinan la indignación, la angustia y la resignación. Pero hay algo más también.
"La gente se siente traicionada", afirma Guimaraes. El partido de Rousseff, el Partido de los Trabajadores, llegó al poder en 2003 con la promesa idealista de crear programas sociales que permitirían que los pobres ingresaran en la clase media. De 2003 a 2011, según ciertos cálculos, unas 40 millones de personas salieron de la pobreza extrema para alcanzar el peldaño más bajo de la clase media.
"Lo peor de todo", me escribió por correo electrónico un amigo mío brasileño, "es esta sensación de decepción con el Partido de los Trabajadores, que tantas esperanzas despertó en la clase media. Yo llamaría a esta sensación algo así como depresión política."
Y aun así, al examinar a los BRICS pienso que hay más esperanzas para Brasil que otros de los miembros. Lo confieso, soy amante de Brasil y quiero verlo triunfar y, así, al hacer llamadas telefónicas y escribir mensajes para esta columna, me sentí muy contento al ver surgir un lado amable por donde no lo esperaba.
Ese lado es éste: pese a todos los dolores por los que están atravesando los brasileños en estos momentos, su democracia y sus instituciones judiciales están funcionando.
"Lo que veo, más que lo que he visto antes, es que el país está capoteando la tormenta", asegura Cliff Korman, músico estadounidense que ha vivido y trabajado en Brasil desde hace muchos años. Tiene una prensa libre que se ha enfocado de manera implacable en el escándalo de Petrobras. Tiene fiscales que están poniendo tras las rejas a políticos y empresarios y entablando juicios contra empresas.
El poder judicial no está retrocediendo.
"La corrupción es parte de la vida pública", afirma Riordan Roett, director de estudios latinoamericanos en la Escuela Johns Hopkins de Estudios Internacionales Avanzados. "Pero ahora la gente está pidiendo cuentas. Existe la sensación de que las cosas pueden cambiar."
Y a diferencia de lo que ocurrió hace medio siglo -cuando una dictadura militar derrocó a un presidente cuyos programas de izquierda no eran de su agrado, y se mantuvo en el poder durante 21 años-, hoy en día no hay ningún indicio de que algo así pudiera ocurrir. Al margen del estado de la economía, los brasileños podrán elegir a sus líderes y, al hacerlo, trazarán su propio camino.
"Es el inicio de un nuevo Brasil", asegura Roett con optimismo. "No podría ocurrirle a un país más agradable."