El kirchnerismo líquido

El kirchnerismo líquido
El kirchnerismo líquido

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Pocos intelectuales han alcanzado tanta popularidad en los últimos tiempos como el sociólogo polaco Zygmunt Bauman con su teoría de la modernidad líquida, vale decir, de cómo el mundo de la globalización derrumba toda solidez en el pensar y en el actuar, frente a lo cual los individuos y la sociedad deben moverse teniendo como único referente la inmediatez, sin ningún valor permanente o estrategia a largo plazo.

En ese sentido, el peronismo en el poder es plenamente posmoderno porque si bien ha reincorporado a la vida política viejas teorías sociales de los años 70 y prácticas políticas caducas de los años 40, ha sabido hacerlo siguiendo las tendencias sociológicas actuales que tan bien expresa Bauman cuando define su modernidad líquida con los siguiente tres conceptos:

1) "El paso de una modernidad sólida a una modernidad líquida indica que las formas sociales ya no sirven como referencia para las acciones humanas y para las estrategias a largo plazo porque se descomponen y se derriten antes de que se cuente con el tiempo necesario para asumirlas".

Eso es lo que ocurrió precisamente en la Argentina a fines de 2001 cuando una implosión tremenda nos hizo volar por los aires todas las “formas sociales”, vale decir las instituciones, incluyendo entre ellas a la República constitucional que trabajosamente y con bajones veníamos construyendo desde 1983.

A partir de allí el país se distribuyó entre la liga de gobernadores que sobrevivió a la debacle y un presidente provisional, Eduardo Duhalde, puesto por el Congreso y dueño del conurbano bonaerense. Fue un pacto entre las tribus sobrevivientes a la debacle. Hasta que llegó un nuevo restaurador de las leyes que en vez de cambiar ese estado de situación e intentar volver a la república constitucional, puso todo el poder tribal a su disposición y prosiguió con la tarea de feudalizar al resto de la sociedad argentina en todo aquello que aún conservaba restos de institucionalidad.

Néstor Kirchner entendió mejor que nadie que todas las instituciones se habían convertido en material plástico y que entonces bastaba modelarlas a disposición personalizada para que se pusieran enteramente a disposición del poder político, en vez de servir a su función primigenia de controlar el poder.

 2) "Estamos viviendo más que nunca la separación entre política y poder debido al desplazamiento del poder hacia el incontrolable espacio global y el irremediable destino de la política a actuar únicamente en el ámbito local".

Nadie mejor que el kirchnerismo utilizó para sus fines propios la separación entre política y poder para construir su propio poder. Se autovictimizó desde el principio y de modo permanente hasta la actualidad, diciendo que el verdadero poder lo tenía el imperio y sus socios locales en particular las medios de comunicación, para de ese modo justificar todo lo que hacía para desinstitucionalizar el país en nombre de la lucha contra un enemigo tan desproporcionadamente poderoso que se había apoderado de todas las instituciones transformándolas en corporaciones.

En ese sentido la política local para ellos fue todo y lo internacional apenas una excusa para acumular poder interno. Vació de contenido toda organización social en nombre de que todo debe ser politizado partidariamente para luchar contra el poder en manos ajenas. Y se aisló del resto del mundo.

3) "Éste es el tiempo de la presteza para cambiar de tácticas y estilos en un santiamén, para abandonar compromisos y lealtades sin arrepentimiento, y para ir en pos de las oportunidades según las disponibilidad del momento".

El peronismo, a lo largo de su existencia, tuvo el pragmatismo necesario para engullirse a todo el que pretendió pactar con él con su naturaleza camaleónica tipo Zelig (el personaje de Woody Allen que siempre se transforma en una copia literal de quien tiene enfrente). Y en tiempos de modernidad líquida esa propensión de su naturaleza la llevó a los máximos extremos, cubriendo con la pátina de un ideologismo setentista el abandono de cualquier principio, cualquier compromiso, cualquier lealtad, excepto la sumisión a la corona.

Vale decir, todo lo que para Bauman es una crítica a la sociedad actual, para Kirchner se convirtió en una bendición. Entendiendo como nadie el significado de la modernidad líquida, en vez de ponerle límites la profundizó todo lo que pudo para ponerla a su entero servicio.

En otras palabras, que esa capacidad para liquidar instituciones y partidizarlas sin ningún principio más que el poder por el poder mismo, se transformó en estos tiempos en una herramienta de construcción política fenomenal porque coincidió con las tendencias disgregacionistas de la modernidad líquida que afecta como una enfermedad a todos los países de Occidente.

El kirchnerismo, en ese sentido, supo expresar las peores tendencias del momento, como lo hizo el menemismo con el neoliberalismo.

Sólo en ese sentido es posible explicar cómo algunas técnicas descabelladas (de absoluta chapucería si se las ve en su sola expresión sin contextualizarlas) han tenido tan descomunal efecto frente a una oposición que sólo quiere reconstruir una especie de república perdida recuperando instituciones que ya han sido vaciadas de todo contenido.

No es que esa propuesta opositora no sea elogiable sino que nadie parece tener en claro cómo lograrla porque quizá nadie tenga tampoco en claro la magnitud de la construcción del poder peronista en la era K al haberse apoyado en tendencias históricas reales, no simplemente en haber marchado en contra de su tiempo como pareciera al ver la ideología de sus principales intelectuales que parecen sacadas de una librería de viejo.

Eso es porque en el kirchnerismo la ideología fue utilizada como una mera coartada anticorrupción tratando de explicar cómo cosas indefendibles en una república constitucional se tornan tolerables si se hacen en nombre de la supuesta revolución que sólo está en la cabeza de los que ejercen el poder (los únicos que en realidad han revolucionado sus vidas con las inmensas riquezas adquiridas desde el Estado).

Es así que uno de los más famosos periodistas K es quien mejor explicó a Boudou desde la lógica K: este comunicador jamás negó que el vicepresidente haya hecho todo lo que se le acusa y tampoco negó que eso haya sido una orden de arriba, vale decir de Néstor Kirchner.

Pero justificó ambas cosas diciendo que era necesario sacarle, a la empresa manejada por Duhalde, la capacidad de emitir moneda a fin de recuperar tan esencial función. O sea, justificó todos los desmanejos e incluso la supuesta corrupción en una tarea al servicio de la “revolución”.

A partir de esa lógica toda corrupción se transforma en una necesidad histórica por la cual los buenos le sacan el poder a los malos, aunque a veces deban utilizar las técnicas de los malos.

Sólo para eso se utilizó la ideología en estos años de modernidad líquida a la Argentina, o sea que acá no hubo ninguna ideología sino mera corrupción justificada ideológicamente.

En esa modernidad líquida sigue viviendo la presidenta, sobre todo en sus viajes al exterior donde dice lo que no se atreve con todas las letras a decir aquí. Que ella se ganó su plata trabajando de abogada exitosa aunque no haya ejercido prácticamente nunca.

Que el Indec tenía razón porque si hubiera un 25% de inflación el país estallaría. Que los chicos de Harvard no pueden comportarse como los de La Matanza porque eso no es fino. Y ahora, que la pobreza de la Argentina es la más baja del mundo.

La presidenta descubrió que en tiempos de modernidad líquida es posible decir cualquier cosa porque ya nada escandaliza, por lo que la santa indignación contra tamaños disparates contribuirá en poco y nada a que los deje de decir. Para superarla habrá que ofrecer también alguna que otra idea nueva, un tanto menos líquida.

Porque podrá discutirse si el kirchnerismo ha puesto su proyecto político o no al servicio del pueblo, pero lo innegable es que ha entendido muy bien cómo funcionan hoy las cosas y se ha colgado de las tendencias de época tan pícaramente como lo ha hecho casi siempre el peronismo desde su creación. Y, por si eso fuera poco, ya tiene preparados sucesores diferentes a los actuales por si las tendencias de época cambian.

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