Las recientes elecciones que pusieron en la Presidencia a Mauricio Macri parecieran anunciar el cierre del ciclo kirchnerista, que gobernó el país durante un poco más de doce años. Si bien puede ser aventurado decretar el final del kirchnerismo -gobierna en varias provincias y tiene importante presencia legislativa- la ocasión es propicia para intentar una mirada retrospectiva de esta período.
Si bien las tres presidencias kirchneristas tienen sus características particulares, comparten elementos y políticas en común que permiten analizarlas en conjunto.
Néstor Kirchner asumió la presidencia el 25 de mayo de 2003 en situación de debilidad política por el bajo porcentaje logrado en la primera vuelta, lo que lo obligó a un proceso de construcción de legitimidad y de construir una estructura política partidaria. A contramano de lo expresado en la campaña electoral, comenzó a desarrollar un programa político de centroizquierda, a la vez que, luego de un período de “transversalidad”, consiguió el control del aparato político del peronismo, imprescindible para la competitividad electoral. Con este sustento, Cristina Fernández de Kirchner ganó la presidencia en 2007, continuando y radicalizando las políticas de su marido. La muerte de éste en 2010 forzó a Cristina a presentarse a la reelección, que consiguió en 2011 con el 54% de los votos. El tono general de su segunda presidencia fue el del endurecimiento del estilo presidencialista y la profundización de ciertas medidas que provocaron un creciente rechazo en amplios sectores de la población.
Cabe destacar que Néstor Kirchner asume en medio de los coletazos de la crisis de 2001, ya en vías de recuperación. El doble superávit, comercial y fiscal, se volcó en políticas públicas de asistencia social que consiguieron el descenso en los índices de pobreza, indigencia, desempleo, etc, además de un crecimiento récord de la economía. El modelo productivo, basado en el crecimiento del rol del Estado, permitió además el progresivo desendeudamiento. Los problemas empezaron, no obstante, a aparecer. Las críticas arreciaron por el clientelismo que se generó por los planes sociales y subsidios, como así también por el “capitalismo de amigos” estimulado por el gasto en obra pública. Asimismo, el canje de deuda, al aceptar la jurisdicción de tribunales estadounidenses, terminó llevando al conflicto con los fondos buitre que, al no ser resuelto oportunamente, estalló en los últimos años por la sentencia contraria al país y la dificultad de negociar en condiciones favorables.
La crisis internacional de 2008 agravó los problemas por la necesidad de financiación del creciente gasto público. Las estatizaciones (AFJP, Aerolíneas Argentinas, YPF), realizadas sin un proyecto de fondo y con un marcado carácter propagandístico, sirvieron esencialmente para la generación de recursos, aumentando el gasto y sin lograr resolver la crisis energética. Además, la crisis del campo en ese año provocó una fuerte ruptura social y la primera derrota del kirchnerismo en las legislativas de 2009. La caída de divisas del Banco Central, el déficit de la balanza de pagos, la retracción del crecimiento y la inflación, llevaron a la toma de discutibles medidas como el cepo cambiario, que no dio los resultados previstos.
La política exterior del kirchnerismo siguió una clara línea latinoamericanista y antinorteamericana. El estímulo a organizaciones continentales como el Mercosur y la Unasur, el rechazo del ALCA propuesto por los Estados Unidos, han dado protagonismo continental al país no sin generar polémica, sobre todo por la alianza estrecha con el chavismo venezolano. Esta política llevó al país a cierto aislamiento internacional, visible en el conflicto con los fondos buitre, que forzó a anudar relaciones con Rusia y China en medio de sospechas de cláusulas secretas y con el escándalo por el polémico acuerdo con Irán en la causa AMIA.
Uno de los puntos fuertes de los gobiernos kirchneristas, que le acercó el apoyo de amplios sectores sociales e intelectuales vinculados a la izquierda, fue su política de derechos humanos. La nulidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y los indultos menemistas, y la declaración de imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad, permitieron avanzar en la política de juicios a los responsables de crímenes durante la dictadura militar. El apoyo a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo revistió al kirchnerismo de una legitimidad ideológica de la que carecía en el comienzo. La revisión histórica del pasado reciente y la reivindicación de la militancia juvenil de los ’70, le aseguró el apoyo de amplios sectores intelectuales en la conformación de un relato legitimador de gran alcance político e intelectual. Otros aspectos destacables y polémicos tienen que ver con la ampliación de derechos sociales mediante la sanción de las leyes de Matrimonio Igualitario, Identidad de Género o Fertilización Asistida, o la Asignación Universal por Hijo. La política educativa se centró en el concepto de inclusión social; el plan Conectar Igualdad, la fundación de universidades nacionales y la mejora de sus presupuestos, han significado un aumento de la cantidad de alumnos en los distintos niveles, que no se ve reflejada, lamentablemente, en una mejora de la calidad educativa, como lo muestran diversos tests internacionales.
La política institucional del kirchnerismo, fundada en la recuperación del Estado, fue un punto muy criticado. Es cierto que, merced a la favorable situación económica, el Estado aumentó su presencia en lo social, aunque resignando eficiencia, planificación y control de las actividades estatales. También la expansión del gasto público permitió la profundización de un sistema de clientelismo y la colonización de sectores públicos por parte de la militancia oficialista. El estatismo como reclamo ideológico fue, así, más un recurso político-financiero que una herramienta de justicia social, contribuyendo a generar la dependencia estatal de amplios sectores sociales, además del descenso de la calidad institucional. La presencia de un liderazgo ejecutivo fuerte y centralizado se hizo visible en decisiones como la modificación de la Corte Suprema de Justicia, apoyada inicialmente. El gobierno, mediante facultades extraordinarias (superpoderes) ejerció atribuciones discrecionales sobre el Presupuesto; el uso intensivo de los Decretos de Necesidad y Urgencia; la manipulación de las estadísticas del Indec y la Ley de Medios que, anunciada como herramienta para asegurar la pluralidad de voces, terminó siendo una herramienta disciplinadora de medios y dispensadora de favores a través de la Afsca. El intento de reforma de la Justicia en 2013 y el nombramiento de jueces oficialistas, también marcó el intento por avanzar contra los otros poderes del Estado por parte de un Ejecutivo que, a tono con los hábitos políticos peronistas, tendió a la expansión, la intervención y la centralización.
La pregunta que nos resta: si el kirchnerismo es -como suele autoproclamarse- una instancia superadora del peronismo o -como sostienen muchos- una etapa histórica más del movimiento en que muchos de sus rasgos históricos se vieron deformados. La necesidad de superar el escaso caudal electoral original llevó a la captación de una multitud de movimientos sociales surgidos al calor de la crisis de 2001, como así también de sectores políticos no mayoritarios que encontraron que el kirchnerismo podía expresar su aspiración en las medidas que apuntaban a su definición populista y de izquierda. Kirchner pudo luego lograr el dominio del PJ, mediante el copamiento de la estructura territorial, objetivo conseguido mediante la distribución de recursos del Gobierno nacional (la caja), fortaleciendo el clientelismo. En este sentido, el kirchnerismo ha sido un claro continuador del menemismo, en la concepción del partido como una mera “máquina de ganar elecciones”, y de distribuir recursos. Pero su identificación de izquierda y el hecho de no haber logrado el dominio total de las estructuras, permitieron la persistencia de un peronismo disidente que ha ido en franco crecimiento.
En lo ideológico, el kirchnerismo se puede ver como una deformación del peronismo histórico. Los Kirchner lograron imponer un relato en gran medida contrapuesto a sus realizaciones que lo presenta como heredero del carácter revolucionario del primer peronismo. Las posiciones de centroizquierda resumidas en la idea de lo nacional y popular se asientan en la retórica de amigo/enemigo, pueblo/oligarquía, soberanía/cipayos, Estado/corporaciones, que poco asidero tienen en la realidad. El carácter revolucionario del kirchnerismo quedó en un mero ejercicio discursivo, apoyado por sectores intelectuales como Carta Abierta y por agrupaciones militantes, cuyo ícono es La Cámpora, que han medrado con multitud de cargos en el Estado. Es que el peronismo que pretende reivindicar el kirchnerismo no es el peronismo de Perón sino el peronismo de la militancia juvenil de los años ’70 (por eso muchos lo han calificado de “neomontonerismo”).
Hoy, luego de ser derrotado en elecciones, el kirchnerismo se encuentra frente a la inédita situación de ser oposición. Con mucho poder aún, sobre todo en algunas provincias y en el Parlamento, deberá plantearse mantener el control del Partido Justicialista o transformarse en un movimiento autónomo que pueda expresar una opción política de centroizquierda en el país. Por ahora, la segunda opción parece más plausible a la vista de la “rebelión” de sectores del FpV. Sólo así veremos si el kirchnerismo se proyecta al futuro o si queda sólo como una etapa de nuestra historia contemporánea.