“Kilo” debe ser una de las palabras más utilizadas en nuestro idioma. Kilo es una medida, significa mil: mil porotos, mil asuntos. En realidad es un apócope de otras palabras que la utilizan como iniciación: “kilo” como apócope de “kilogramo”, por ejemplo, que es una medida que sirve para pesar.
Hay muchas palabras que comienzan con “kilo”: kilotón, kilolitro, kilovatio, kilohertz, que tiene que ver con la valoración de las frecuencias, por ejemplo las radiales; kilociclo, kilovoltio, kilómetro. Sin embargo, el kilo más utilizado es el de la medida de peso, el kilogramo.
El kilo es una medida identificada por el Sistema Internacional de Unidades (SIU), como la indicada para la determinación del peso en un material sólido, así como también del hombre y de los animales. En sí el kilo es la conjugación de mil miligramos. De acuerdo con esto la palabra “kilo” es un sinónimo de “kilogramo” y se puede abreviar con las siglas “Kg”.
El kilogramo equivale al peso total de un cilindro metálico hecho a base de platino e iridio. Este artefacto histórico se encuentra resguardado en la ciudad de París, específicamente en la Oficina Internacional de Pesos y Medidas, y es esta la única unidad de medición que se basa en un objeto y no en las propiedades químicas o físicas de cada elemento estudiado.
Durante mucho tiempo se usó en nuestro país la palabra kilo para hacer mención a una cosa buena: “¡Qué kilo!” era como decir “¡qué bueno!” o “¡qué estupendo!”. Con el tiempo fue perdiendo su injerencia y ahora rara vez la utilizamos para esos menesteres del optimismo.
Pero el kilo tiene influencia notable en la vida del tipo. Por empezar su propio peso se mide en kilos, y según sea la anatomía analizada, puede tener kilos de menos o kilos de más. El peso de nuestro organismo hace presión sobre el planeta. Tal vez, algún gustoso de las estadísticas podría valorar cuánto pesan los más de siete mil millones de habitantes de este planeta para saber qué presión estamos ejerciendo sobre él.
Habitualmente cargamos con varios kilos además de los propios, por la mochila, por el portafolios, por los bolsos que arrastramos rumbo a su destino final. Nos enkilamos de cosas y entonces caminar se hace más pesado.
Pero en donde el kilo tiene mayor injerencia es en el quehacer diario, en las compras que realizamos fundamentalmente para abastecer de alimentos nuestros organismos. Uno va a la verdulería, a la panadería, al almacén (si es que queda alguno) a comprar un kilo de algo: de pan, de tomates, de harina, de numerosísimos elementos que nos sirven para engullir.
Pues hay una buena noticia que ha aparecido en los medios de comunicación estos últimos días que tiende a variar todo.
Reiteramos: en referencia al kilogramo, este equivale a la masa que tiene un cilindro de 4 centímetros de platino iridio fabricado en Londres que se conserva en la Oficina Internacional de Pesos y Medidas (BIPM según sus siglas en inglés), guardado desde 1889 en una caja de seguridad en Francia. Este kilo original ha perdido en un siglo 50 microgramos.
Quiere decir que el kilo actual pesa 50 microgramos menos de lo que debiera pesar, por lo tanto todas las balanzas del mundo van a tener que adecuarse a este descubrimiento. O sea que vamos a recibir en el futuro 50 microgramos más para equiparar el verdadero peso del kilo.
¿Se imaginan la ayuda que significa 50 microgramos más en una economía como la argentina, que está bastardeada por el valor de un kilo de cualquier cosa? Una noticia buena se nos tenía que dar.
Así que, a recordarles a quienes nos venden que tienen que adecuar sus balanzas remedando esta disminución de peso que ha sufrido el kilo patrón. Aunque uno tiene la sospecha que esas balanzas siempre estuvieron preparadas para que marquen más. Siempre.