El joven tatuador y pacifista del que habla el país

Es de un pueblo bonaerense, empezó a estudiar Artes, dejó y se dedicó a viajar. Vivía en El Bolsón pero cruzaba a Chile.

El joven tatuador y pacifista del que habla el país
El joven tatuador y pacifista del que habla el país

Su nombre se multiplicó en pintadas, hizo eco en la boca de millones de argentinos y sacudió el escenario político y social, manchado por la falta de certezas y sobradas especulaciones.

La irrebatible verdad llegó 81 días más tarde: Santiago Maldonado está muerto. Nuevas incógnitas se abren y poco se conoce de la víctima detrás del caso del que habla un país.

Con 28 años, Maldonado era el menor de tres hermanos varones en una familia oriunda de 25 de Mayo -localidad bonaerense de 35 mil habitantes- donde lo llamaban “El lechuga”.

Ahí volvía siempre, entre viaje y viaje. Ahí, tenía pensado llegar la primera semana de agosto, según le comentó a su mamá el 27 de julio, en el último contacto que mantuvo con ella.

“Se volvía a ver a su familia, y después venía a Chile otra vez para hacer más plata porque se quería ir a España”, agregó Marcos Ampuero, amigo y dueño de un local de tatuajes en el que el joven trabajó antes de su retorno a Chubut, donde el 1° de agosto desapareció tras el enfrentamiento con la Gendarmería en la Pu Lof de las comunidades mapuches en Cushamen.

Ampuero aportó una de las últimas imágenes de Maldonado -sonriente y con barba- que sirvió para seguir el rastro de los días previos a su desaparición, de los que poco se sabía.

No le gustaba sacarse fotos ni la tecnología; prefería mandar cartas que mensajes por celular y utilizaba las redes sociales sólo con fines laborales.

Así era su vida: nómade. “Un pibe bohemio, con sus ideales muy bien puestos”, lo describió en una oportunidad su hermano 16 años mayor, Sergio Maldonado.

Él solía cuestionarlo por su forma de viajar, parando en casas ajenas y estaciones, y Santiago le retrucaba diciéndole que era un “capitalista burgués”, recordó con una sonrisa Sergio, en una nota dada semanas atrás al diario Clarín.

El arte era su medio de vida y subsistencia. Dibujaba bien desde chico y a los 18 partió del pueblo para estudiar Bellas Artes en La Plata, aunque pronto dejó la carrera.

Con la habilidad intacta se convirtió en tatuador. También pintaba murales, hacía artesanías, escribía ensayos y poemas muy críticos al sistema político y económico y, autodidacta, había aprendido a tocar la batería y el bajo. “Le gustaba el hip hop y el rap; improvisaba con cualquier tema de conversación”, contó su amigo Ariel Garzi, testigo en la causa.

No resistió más de tres años en la capital bonaerense y comenzó a viajar. “Era un amante de la naturaleza o las cosas relacionadas con la tierra”, señaló su hermano.

“Le gustaba hacer yerbas medicinales para el resfrío, para dormir bien, cosas así. Andaba siempre con los frasquitos con yuyos”, describe Ampuero. Esa cualidad le valió el apodo de “El brujo”, pseudónimo con el que firmaba sus obras. Mantenía una dieta vegetariana y naturista.

En uno de esos viajes, solo y en bicicleta, pasó por Mendoza. Se quedó un tiempo, hizo amigos y tatuajes.

“Sensible” y “pacífico”, son palabras que repiten para describirlo. “No mataba ni a una mosca”, dijo a Infobae su compañero de kenpo, el arte marcial que había empezado a practicar en El Bolsón, donde vivía desde abril. “Es súper cobarde, incapaz de tirar una piedra, va contra su naturaleza”, señaló su amigo chileno.

Maldonado no era mapuche ni pertenecía a la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM). Aunque no fuera necesario, familiares y amigos insistieron en aclarar que Maldonado no era “militante ni activista”.

“Él nunca tuvo militancia política porque descree de la política. Él tiene compromiso social. Se hace amigo de todo el mundo y apoya las causas que le parecen justas. Por eso estaba en el corte. Porque estaba con sus amigos, los chicos mapuches”, declaró, su madre Stella Maris Peloso, a La Nación.

No era una actitud nueva. Durante su estadía en Chile, había acampado para acompañar una manifestación de pescadores de Chiloé y en otras ocasiones había participado de actividades contra la megaminería.

Ahora, su propio rostro se convirtió en bandera.

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