En la hora de “educación física”, los pequeños que asisten al centro socio educativo Risas de mi Tierra, en Cruz de Piedra (Maipú), salen a caminar por un callejón comunero. Durante el recorrido, recolectan semillas de distintos árboles o lo que encuentran en el suelo, de acuerdo a la estación del año.
Si hace calor, es probable que terminen con los pies metidos en una hijuela.
Son rarezas en el mundo educativo mendocino y se deben a que el jardín se basa en la pedagogía Waldorf, que combina el juego, el arte y el cuidado de la naturaleza con un aprendizaje que adopta distintos ritmos y respeta la individualidad de cada niño.
Cristian Yunes, papá de Antú (5), cuenta que cuando los nenes llegan cada mañana, no ingresan a modo de estampida a la salita -como ocurre en otros jardines-, sino que la maestra los va recibiendo de a uno por vez, con un abrazo.
De hecho, primero saluda al chico y después al padre o madre. Y destaca que él puede despedirse de su hijo mirándolo a los ojos, lo que le ha hecho ir tomando conciencia de la importancia de ciertos detalles para cuidar la niñez.
Para que esto sea posible, las docentes trabajan en parejas pedagógicas y hay un máximo de unos 15 niños por sala. Y si bien cuando Risas de mi Tierra abrió sus puertas -a principios de 2012- asistían 17 chicos, ya alcanzaron los 48 y tienen lista de espera.
Es que sólo 60% de los pequeños vive en la zona y el resto proviene de lugares como El Carrizal (Luján) o Rodeo de la Cruz (Guaymallén), porque se trata de familias que buscan una alternativa al sistema tradicional.
Pablo Kuntz explica que quiere un espacio libre de bullying para la educación de sus hijas Olivia (5) y Flora (1), y que aquí los niños se comportan de otro modo. El papá destaca también que en el jardín se estimula la imaginación de los niños, que no se consume ningún medio audiovisual, los juguetes son de madera y las muñecas de trapo y sin rostro (para que el pequeño proyecte sus propias emociones).
La alimentación es orgánica y cada día corresponde un determinado cereal, ya que se apunta a la cotidianidad y lo cíclico. Los chicos pueden ir a la cocina en cualquier momento y allí los recibe Cristina, quien los hace participar en la elaboración de la comida. Tanto nenes como nenas cocinan y juegan a planchar la ropa.
También se les permite ir a otra sala cuando lo desean, como por ejemplo cuando empiezan los juegos, si uno de ellos prefiere escuchar un cuento que les están contando a los más pequeños.
Cuidarse entre ellos
La docente de la salita de 1 y 2 años, Verónica Florentino, explica que se trabaja con un ritmo diario de inspiración y espiración, que asemeja el esquema respiratorio. La espiración, en el caso de los más pequeños, incluye el juego libre, la caminata y el trabajo en la huerta (actividades dinámicas); mientras la inspiración, más tranquila, es el momento del saludo, la merienda, la pintura o el cuento.
Los niños, detalla la maestra, saben que antes de la caminata hay una canción, lo mismo que previo a la hora de amasado. Y este ritmo que se repite les brinda seguridad.
Cada jornada se cierra con un cuento, que se repite durante cuatro semanas, a menos que una historia sirva para que los pequeños aprendan algo determinado (como a pedir por favor). Florentino indica que a esa edad no se apela al intelecto del niño, sino a la vivencia.
Pero también se apunta a la imitación y esto implica para el docente una auto educación, ya que los niños no hacen lo que se les dice, sino que imitan las actitudes de los adultos. Así, algunos chicos que al principio eran agresivos ahora cuidan de los compañeritos más pequeños.
El abordaje concibe al niño como un sujeto que es activo y que necesita que el adulto respete sus tiempos y lo espere, como también que acepte su nivel madurativo.
La docente comenta que los nenes andan con pantuflas en el jardín y se ponen botas de plástico para las caminatas, porque en el entorno hay hijuelas que se desbordan. Algunos pequeños se cambian ellos mismos el calzado e incluso ayudan a los que todavía tienen dificultades, por lo que han aprendido a ponerse en el lugar del otro.
Carolina Appiolaza indica que, como en esta pedagogía se desarrolla más el hemisferio derecho del cerebro que el izquierdo (el racional), su hija Isabela (4) sabe identificar y expresar sus emociones, algo que algunos adultos recién logran con terapia. “No sabe contar hasta 10 pero sí comunicar lo que le pasa. Y eso, sumado a que los acompañan y respetan, hace que sean niños felices”, subraya.
Una comunidad de padres
El jardín maternal y salita de 4 y 5 Risas de mi Tierra -un SEOS (Servicio Educativo de Origen Social)- fue creado por los mismos papás, la Asociación Laberinto Sur y grupos de estudio de la Pedagogía Waldorf.
La modalidad demanda que las mamás y los papás estén muy comprometidos con la educación de sus hijos. Lejos de ser una institución en la que dejan a los niños por algunas horas, no sólo realizan un aporte económico voluntario sino que, sobre todo, deben aportar horas de trabajo y participar de las distintas comisiones para sostener el funcionamiento.
Las familias organizan peñas, festivales y encuentros abiertos a la comunidad, y los mismos adultos hablan de “sus compañeros del jardín” cuando se trata de otros padres.
Durante enero y febrero, construyeron una ampliación del edificio escolar y ahora están buscando un terreno propio -la vivienda ubicada sobre calle Pescara del paraje Tres Esquinas es alquilada- y donaciones para poder construir la sede definitiva.
Quieren sumar 1° grado
Cuando se habilitó el centro socio educativo, sólo tenía salita de 4 y un tiempo después sumó la de 5. Ahora, los padres y docentes están trabajando en un proyecto para que en 2016 los chicos puedan cursar primer grado, también desde la pedagogía Waldorf, ya que cuando los niños empiezan la primaria deben optar por una escuela tradicional.
Patricia Yonzo, docente especializada en el sistema ideado por Rudolf Steiner, comentó que se enseña a través del arte, el respeto del desarrollo cognitivo individual de cada niño, su hacer, su sentir, su pensar.
Se trabaja desde las etapas que marca la naturaleza -las estaciones- y las edades de los pequeños. Los aprendizajes son transversales, de modo que el chico puede aprender a contar cuando salta o a dividir mientras amasa el pan; también, a escribir las letras a partir de dibujarlas con su cuerpo.
María Inés Abrile de Vollmer, titular de la Dirección General de Escuelas, detalló que cuando se presentan proyectos de pedagogías innovadoras hacen acuerdos. Esto, porque tienen que cumplir con ciertas normas legales para obtener la aprobación del gobierno escolar. Existen, detalló, ciertos elementos obligatorios, como los conocimientos que los alumnos deben adquirir en cada ciclo, y otros en los que existe libertad para innovar.