El Imperio

Una revisión de las fluctuaciones que han tenido el poder y la economías en el mundo vistas desde la historia argentina. Y hacia dónde tienen que apuntar hoy las políticas en nuestro país.

El Imperio

Por Julio Bárbaro Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional. Especial para  Los Andes

Nacimos con la España que colonizaba una parte del mundo; luego sobrevino una dirigencia enamorada de la economía inglesa, del pensamiento francés y del ejército prusiano; posteriormente llegó el tiempo de admirar al gran país del Norte. Mezcla de razas, nos costó demasiado lograr una mirada colectiva propia.

La caída del Muro dejó a Estados Unidos solo en el poder y tardó en asumir que China era un adversario que se ubicaba en el lugar del heredero, del sucesor. Alguna vez leí una nota sobre el asombro de los turistas yanquis en China, acostumbrados como estaban a ser los más poderosos, enmudecían de temor frente a las nuevas dimensiones del Gigante Asiático. Y, para mí, es lo que los llevó a votar a Trump como un último intento de volver a ser los dueños del mundo.

Los rusos se habían despedido, con Gorbachov, del poderío que detentaban; el sueño de un comunismo vencedor se había agotado aunque hubieran puesto en el espacio el primer satélite, el Sputnik, que los había ubicado a la cabeza de la tecnología. Ahora no les queda más que Putin, una caricatura tan distante del marxismo como de la misma democracia, un administrador del viejo y vencido sueño imperial.

Se había impuesto la globalización, años en que el liberalismo actuó como disfraz de los negocios por encima de las naciones, hasta que China organizó un capitalismo de Estado y demolió para siempre el cuento de que solo la libertad de mercado genera desarrollo. El partido comunista chino maneja el poder a su antojo, y el Estado está muy por encima de los intereses privados. La justicia social, eso que antes abarcaba a todas las democracias occidentales dignas, fue quedando relegado a los países nórdicos. Lo cierto es que en China el Estado florece mientras conduce e incita el desarrollo de las grandes empresas privadas pero, cuidado, el poder real no está en manos de los ricos sino del Estado, y esto sí que no es un detalle, implica un desafío.

Aquí se asienta el tema central de la “globalización” como ideología o como una forma de nominar la realidad. El marxismo había caído en manos de su propia burocracia, el capitalismo está terminando en manos de los grandes capitales; solo aquellas naciones que logren mantener el poder del Estado por sobre el capital privado podrán hacerse cargo de conducir su propio mañana.

La política no ha muerto, se degrada en manos de la desmesura del poder del dinero.  Los capitales se fueron imponiendo y concentrando, y la consecuencia es la miseria de los pueblos. Las ganancias en pocas manos son el fruto de la codicia sin límites; lo cierto es que los pueblos, como el nuestro, van empobreciéndose a su paso. El sueño americano, el sueño de ellos, agoniza como el nuestro. Antes era el sueño del ascenso social, hoy es el temor a la caída. Nosotros ya llevamos expulsado un tercio de la sociedad de aquella integración que hoy es pasado. Y eso fue esencialmente en las últimas décadas de la recuperada democracia.

Trump pareciera ser la expresión de los ricos nacionales en contra de los ricos del mundo. Eso fue siempre Estados Unidos, un país con una burguesía industrial y productiva capaz de imponer su voluntad de desarrollo. En tiempos pasados, un Henry Ford podía ser el gestor de la concepción de un sistema productivo, hoy debiera estar asentada su conciencia en una expresión de las tecnologías, pero no es eso lo que sucedió. Quizás fue esa globalización la que ha terminado limitando la misma conciencia de esa gran nación, algunas de sus grandes empresas están perteneciendo y habitando un espacio universal que pone en riesgo su lugar en el mundo.

Esa historia de Franco Macri queriendo invertir en el imperio, esa que se cierra cuando le avisan que allá los negocios son para ellos nos debería quitar alguna venda de los ojos. Uno de los grandes empresarios nuestros me contó, hace años, que se presentó a una licitación en París y le informaron que era solo para los franceses. Una cosa es el libre comercio y otra muy distinta la imbecilidad, o la vocación de colonia que supimos conseguir. Producimos los alimentos y dejamos que supermercados extranjeros ganen más que nuestros mismos productores y demuelan miles de pequeños comercios. Para poner límite a esas cosas votaron a Trump, nosotros todavía damos vueltas en torno de temas secundarios sin encontrar el menor atisbo de una pronta salida. Hablamos de los inversores que vendrán porque no nos animamos a revisar las ganancias sin límites de los monopolios estatales que supimos privatizar.

Con Macri avanzamos, y mucho, en recuperar la democracia e ir demoliendo los vicios que incitaban a la grieta. Si gobernara Scioli todo sería igual en lo económico pero mucho más angustiante en lo político. Superar al kirchnerismo es derrotar una enfermedad de nuestras mismas almas. Claro que con solo eso no alcanza para volver a ser una sociedad con justicia e integración social.

Mientras todos los monopolios, que en muchos casos hasta deben ser subsidiados, sigan en manos privadas y sin control, mientras toda familia siga prisionera de obligaciones mensuales desmesuradas y descontroladas, mientras las ganancias de los grandes grupos no tengan límites, la sociedad se seguirá empobreciendo. Nuestra crisis va mucho más allá de mejorar una administración, estamos obligados a repensar la distribución de la riqueza no en clave socialista ni mucho menos con odios kirchneristas. Necesitamos recuperar ganancias para los habitantes, esas ganancias que la última dictadura convirtió en deuda pública y la década del noventa en renta ilimitada para empresas mayoritariamente extranjeras con escasa o nula inversión.

Si el Estado no les impone su poder a los grandes grupos vamos a terminar en un estallido social. El capitalismo es una cosa, el saqueo es otra muy distinta, y es lo que estamos sufriendo.

Debemos discutir nuestra misma estructura productiva, también qué es lo privado, qué lo público y cuáles son los límites de esas ganancias.

Defender el libre mercado implica primero defender la dignidad del ciudadano. Lo otro es mentira, a veces piadosa y otras simplemente patética. Necesitamos repensar la sociedad. Como ellos lo decidieron hacer al votar a Donald Trump.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA