En nuestras recorridas artísticas por el país, solemos encontrarnos con gente que nos pregunta: “Ustedes, los mendocinos, ¿tienen humor?”.
Y nosotros nos sentimos agredidos por la pregunta, pero contestamos: “Cómo será que tenemos humor que en nuestro folclore hay dos ritmos que son esencialmente alegres, dicharacheros, fiesteros, como son el gato y la cueca”.
Y nos contestan: “Es que son ustedes medio retraídos, de esos que miran para adentro, y les cuesta manifestar alegría. Son montañeses”.
Algo de razón los sustenta, de pronto el mendocino tiene algo así como trabas para manifestar su aprobación o su alegría y lo hace menudamente. Terminamos un espectáculo y nos felicitan por lo que han visto, y uno se pregunta: “¿Entonces por qué no aplaudieron mientras duraba el espectáculo?”.
Pero tenemos nuestro humor, que se pone de manifiesto fundamentalmente en las reuniones de amigos, en las llamadas “Fiestas cuyanas” y, como dijimos antes, en nuestras canciones.
Hay cuecas y gatos que le apuntan al corazón de la alegría y le pegan de lleno: “Por esta calle abajo / va mi comadre / con el compadre al hombro / dale que dale”, dice un gato, y le contesta otro: “Tomemos un vaso de vino / enseguida viene otro litro / de ese que toman los curas / comisario y gobernador / Si ellos no pagan multa / tampoco las pago yo”.
Tal vez el concepto de que somos un tanto remolones en reaccionar, viene de aquella época en que nos decían: “Mendocinos, pata a la rastra”, pero eso ocurrió hace ya muchos años atrás, cuando por esos lados nos castigaba la enfermedad del bocio, provocado por la falta de yodo, que se curó cuando le pusieron yodo a la sal.
Hasta entonces el bocio nos tiraba para abajo y nos costaba andar, por eso el mote.
Pero eso quedó superado con el paso del tiempo y ya los mendocinos no arrastramos las patas al andar, ni aunque andemos tanteando con los pies alguna acequia.
En nuestra forma de hablar se manifiesta también el humor de nuestra tierra, en aquellas palabras que, con distintos orígenes, encontraron en Mendoza un lugar propicio para establecerse y se metieron de lleno en nuestro léxico cotidiano.
Palabras como “chapecas”, “camote”, “choco” “sopaipilla”, “peteco”, “culillo” y tantas más hablan de entender la vida con simpatía. En el colmo de esa alegría, la palabra “poto”, quichuismo que se afincó en nuestra tierra definitivamente y es usado por todos los mendocinos. Claro que tenemos humor. Se pone de manifiesto en las celebraciones que tienen por centro el vino.
El vino es la fiesta de la sangre y todo lo que tiene que ver con él tiene que ver con la alegría. Por eso se dice que está un poquito “alegre” a aquel que se ha excedido en la ingesta y ya está dando muestras de que ha comenzado a competir con la ley de la gravedad. Del vino parten las celebraciones vendimiales y estando presente el vino siempre hay sonrisas para compartir.
En las fiestas vendimiales se muestra la alegría de los mendocinos y es tanta que requiere hasta desfiles de algarabía por nuestras calles. Por supuesto que los mendocinos tenemos humor, y sabemos aprovecharlo con manifiesta alegría, aún en aquellas acciones que tienen más de nostalgia que de alegría. Sino ¿para qué está el gritito cuyano?