En los últimos diez años nos tocó atravesar momentos complicados. Tuve, en más de una oportunidad, la sensación de que enfrentábamos, espalda con espalda, a una patota. Experiencias que forjan lazos profundos. Describo una escena. Es abril de 2011. Arturo está leyendo, ante periodistas reunidos en la Junta de directores de Adepa, un informe que denuncia ataques a la libertad de prensa. Habla sobre los bloqueos del sindicato de Moyano a los diarios, de los escupitajos contra fotos de periodistas alentados por organizaciones cercanas al oficialismo, del uso de la pauta oficial para sostener medios dedicados a desacreditar a las voces críticas, de las sombras autoritarias que se extienden en el país.
Es el año del 54%, el año en que Mauricio Macri se baja de la carrera presidencial porque sabe que es una contienda imposible; el año en que el kirchnerismo acelerará un proyecto político con un horizonte aparente de una o dos décadas. Es la etapa de un Guillermo Moreno vociferante y de empresarios que eligen “volar sin ser detectados por el radar”. La época de los votos de silencio.
Arturo sabe que lo van a despedazar. Y ocurre. Los medios paraoficiales y aquellos que buscan congraciarse con el poder lo difaman. Una revista adicta lo pone en su tapa con un título denigrante y la usan como afiche para empapelar Buenos Aires y Mendoza. El escrache lo convierte en un blanco móvil.
Arturo es como Dahlmann, el personaje de Borges. A Dahlmann le arrojan un puñal a sus pies para enfrentar a un compadrito que lo desafía con otro puñal en su mano. Cuando se agacha a recogerlo, con su mano inexperta y torpe, Dahlmann sabe que se mete en una pelea desigual que no puede ganar.
Arturo toma el informe con las denuncias. Me mira un segundo con una media sonrisa. Sabe que se mete en una pelea desigual. Probablemente recuerde en ese instante los consejos de muchos de sus familiares, de sus amigos, de sus colegas. “No te metás, que lo haga otro”. Arturo posa sus ojos en el informe que tiene entre sus manos en medio de un silencio sepulcral en el salón en el que los periodistas preparan sus cámaras y grabadores. En medio de un país callado, Arturo habla.
