El hogar de ancianos Santa Marta tiene su propia huerta

Antonio Manuccia, uno de los residentes, armó un almácigo para entretenerse y lo alentaron a que ampliara el proyecto. Hoy comen verduras y hortalizas del lugar.

El hogar de ancianos Santa Marta tiene su propia huerta
El hogar de ancianos Santa Marta tiene su propia huerta

Hasta setiembre, en el extremo norte del Hogar Santa Marta había sólo tierra debajo de los eucaliptus. Pero Antonio Manuccia (64), uno de los residentes, quien durante muchos años trabajó la tierra, armó un pequeño almácigo de tomate con la intención de regalarlo. Y cuando lo vieron quienes trabajan en la institución lo alentaron a dejar que creciera.

Así nació la huerta donde, tres meses después, hay plantas de maíz de más de un metro y medio de altura, girasoles, berenjenas, tomates (redondos, peritas y cherry), melones, chauchas, pimientos y habas.

Con el kilo 340 gramos de espinaca que cosecharon hace unos días, prepararon una pequeña tortilla que repartieron entre los albergados en el hogar de ancianos. Nazarena Asus, nutricionista del lugar, comentó que a cada uno le tocó apenas un pedacito, pero que comentaban que se notaba que tenía otro sabor, por ser de la huerta. Y otros platos han sido condimentados con el perejil o el cilantro que crecen semi escondidos por las plantas más altas.

Antonio es oriundo de la margen este de El Carrizal, en Rivadavia, pero desde pequeño vivió en Reducción, un distrito del mismo departamento.

Allí trabajó la tierra y llegó a tener su propio tambo, así que cuando llegó al hogar ubicado en calle Boulogne Sur Mer, hace poco menos de tres años, buscó dedicarse a eso que siempre había hecho. Como es un espacio de puertas abiertas -lo que significa que los adultos mayores que se valen por sí mismos pueden salir-, se encargó de comprar las semillas. Incluso, fue a buscar a lugares específicos aquellas que sabía no eran sencillas de encontrar, como las de chauchas amarillas.

Manuccia resalta que lo ayuda un hombre que trabaja en el hogar, pero él mismo le dedica un par de horas en la mañana, entre las 9 y las 11, antes de que el calor lo aleje. Y cuando es momento de cosechar, recibe la colaboración de otras personas, como Mónica Castro, sub encargada del hogar. De hecho, ella fue una de las que lo alentó a armar la huerta que hoy los llena de orgullo.
Es que de los 98 albergados en la actualidad, apenas 17 son autoválidos (el resto tienen alguna discapacidad, enfermedad severa o deterioro cognitivo).

Sin embargo, sólo Antonio logró superar la tristeza que suele provocarles llegar a la institución y buscó hacer algo creativo. "Me paro y me muero", lanza con sencillez y reconoce que él siempre fue inquieto. Pese a que ahora lo ve de este modo, en un primer momento no estaba convencido de iniciar la empresa, porque había estado muy enfermo y temía dejarla inconclusa.

Pero la "amenaza" de Mónica, de que si se moría ella misma le iba a prender fuego a la huerta (un chiste porque es de las más involucradas), fue suficiente para que se convenciera de quedarse un tiempo más por estos lares.

Mientras camina entre los surcos y va mostrando los choclos que aún tienen que seguir creciendo, las plantas con flores lilas y berenjenas, o las arvejas ya secas y garbanzos, el hombre cuenta que además se dedica a hacer artesanías. Contiguo a los paños de la huerta hay una pequeña edificación, justo en la esquina de Vicente Gil y Boulogne Sur Mer, que se transformó en su taller.

En el alféizar de las ventanas hay muchas pequeñas macetas con cactus y otras especies que, también, son obra de Antonio Manuccia. Y en el interior, se puede apreciar muestras de su otra pasión, además de la huerta: los trabajos manuales. Con maderas confeccionó un pesebre, una réplica de la iglesia de Lagunas del Rosario (como la recuerda de una foto), varias carretas con ruedas y hasta una con su cubierta de cuero.

A lo largo de su vida fue aprendiendo a trabajar distintos materiales y se dedicaba a hacer artesanías, pero como un pasatiempo. Antes trenzaba cuero y ahora usa soga, hilo sisal u otros hilos para hacer fustas, maneadores, boleadoras e incluso recubrir una lanza y botellas. Tiene varios colgantes de macetas de distintos tamaños y collares con cuentas. Y está trabajando en una tabla para asado, aunque reconoce que ha abandonado un poco estas labores porque está más abocado a la huerta.

En el jardín frontal del hogar hay varias carretas de madera con macetas en su interior y un cartel que indica que hay artesanías en venta. Si bien no son muchos los que ingresan a comprarle, Antonio disfruta de tener una ocupación y poder concretar lo que imagina.

El más grande de la provincia

El hogar de ancianos Santa Marta depende del Ministerio de Desarrollo Social y es el más grande en la provincia, con capacidad para albergar a 120 adultos mayores. En la actualidad, residen allí 98 personas, de las que apenas 17 pueden valerse por sí mismas. El edificio está dividido en pabellones y los residentes se ubican de acuerdo a su capacidad para desenvolverse (algunos no pueden moverse de la cama, mientras otros tienen alguna discapacidad pero pueden desplazarse a salones comunes).

Además de médicos, enfermeros y otros profesionales, en el lugar trabajan kinesiólogos, psicólogos y personas que brindan talleres de lectura y de pintura. Mónica Castro, subencargada del hogar, indicó que durante la mañana tienen actividades pero la tarde es más ociosa, por lo que es cuando asisten voluntarios a hacer distintas actividades con los albergados. Quienes deseen hacer donaciones u ofrecer alguna propuesta recreativa -o simplemente pasar un rato con ellos- pueden llamar al 420 2628 (Santa Marta) o al 420 4968 (Dirección de Adultos Mayores).

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