El hilo invisible de la tradición

Peteco Carabajal festeja cuarenta años con la música a puro estreno. Su inconfundible voz y una tradición que evoca a la familia folclórica nacida en las entrañas de La Banda, en Santiago del Estero, estarán presentes en un disco debut, en la grabación de

El hilo invisible de la tradición
El hilo invisible de la tradición

Decía Milan Kundera por medio de Agnes, uno de sus personajes en “La inmortalidad” (1990): “Cuando el asalto de la fealdad se vuelva completamente insoportable compraré un nomeolvides, un único nomeolvides, ese delgado tallo con una florcita azul en miniatura.

Saldré a la calle con él, y lo sostendré delante de la cara con la vista fija para no ver más que ese único punto azul, para verlo como lo último que quiero conservar para mí y para mis ojos, de un mundo al que he dejado de querer”.

Además de un gran escritor, el checo-francés siempre ha sido un sensible y agudísimo observador de la vida humana y sus conflictos, donde sin embargo, siempre sobrevive lo bello.

Esa búsqueda también habita en Peteco Carabajal (57), casi un niño cuyos recuerdos de La Banda, en su Santiago natal, emergen una y otra vez. Las añoranzas, los pesares, pero también la belleza que atesora el encuentro, el camino.

Dice el tango que 20 años no es nada… ¿y cuarenta?, pregunto. “Sí, cuarenta sí…”, dice Peteco Carabajal encogido de hombros, con las cejas en alto.

Nos encontramos en el Teatro El Globo, en pleno Buenos Aires, a minutos de empezar uno de los tantos shows que habrá en este “año de “festejo”, como él mismo resalta.

“Todo lo que haga de aquí a fin de año tendrá el tinte de celebración, porque si bien comencé en el año 73 a cantar, dejé en el 74 un último trabajo en una encuadernadora de libros en Villa Luro. A partir de entonces sólo la música me ha sustentado, incluso en los momentos más difíciles seguí aferrado a ese camino. Hace 40 años, el disco que y está por salir, habla de ese recorrido”.

Su nuevo trabajo tendrá temas nuevos y algunos compartidos, una férrea mirada latinoamericana, y la presencia ineludible de su pago.

"Santiago siempre está en mí. Sea en la memoria personal o en lo que me han contado. Por eso dedico al bailarín Juan Saavedra el tema Chipaquero de ayer, porque antes de ser artista él salía a vender los chipacos (panes criollos santiagueños) que hacía la madre, y entre venta y venta dejaba el canasto para ir a bailar. También hay un escondido en homenaje a Antonio Salvatierra, otro bailarín de Don Andrés Chazarreta, que deslumbraba por sus zapateos. El disco tendrá además un trabajo con Víctor (Heredia) donde damos nuestra mirada sobre la naturaleza y la ecología, y uno al que le hemos puesto Bailecito de América, con letra de Daniel Patanchón, que es un abrazo de hermandad con el continente", explica.

Desafíos

Peteco afronta por estos días otro reto: la musicalización del Martín Fierro por medio de chacareras, gatos, escondidos, zambas, cuecas, vidalas y chamamés, que dice, revalorizará la obra de José Hernández.

“Creo que hemos llegado a una instancia justa de madurez para plasmar esa idea, tal vez de lo más importante que me ha pasado”, confiesa el santiagueño.

Por otro lado, produce con dirección de Adrián Caetano una ficción sobre Mario Roberto Santucho, que espera tenga la respuesta de su primera incursión en la pantalla grande con el documental Chacarera.

“Todos son desafíos hermosos, que siguen siendo un motor para mí. Ahora estoy por entrar a cantar temas arreglados para orquesta, lo que me trae el recuerdo de la invitación a tocar en concierto con la filarmónica de Mendoza.

Para ese entonces hubo que arreglar 16 temas míos, y ahí me di cuenta en los ensayos que había quedado algo alucinante. Yo siempre he sido un autodidacta, y puedo imaginarme lo que tienen que hacer los instrumentos, pero no escribirle las partituras a un chelo.

¿Me entiendes? Lo que he aprendido ha sido mirando, casi sin darme cuenta, agarrando y afinando instrumentos desde niño en las fiestas del colegio o reuniones familiares, y esa experiencia ha ido creciendo conmigo.

Hoy, por suerte, tengo partes armadas para sinfónica, filarmónica y orquesta, lo que me permite presentar canciones en un nivel sonoro emocionante, donde la voz pasa a jugar un rol distinto”.

Para promover la inspiración Peteco admite que escucha mucha música, de distintos géneros, pero a la hora de componer es otra la historia.

“Para la letra prefiero valérmelas solo, no sé… confío en una intuición”, dice, y agrega: “Me interesa ir más allá de los modelos clásicos de conflictos de amor, que ya están recontra gastados. No digo que sea obligación decir siempre algo revelador. Hay soberbia en creer que uno va a mostrarle a la sociedad en que está fallando. Pero yo prefiero buscar por ahí, por el drama existencial del ser humano”. 

Santiagueño de ley

Peteco llegó a Buenos Aires muy joven junto a Roberto Carabajal. Un sábado, cuando ambos regresaban del baile por Ramos Mejía, en Buenos Aires, escucharon un bombo y una guitarra, y se mandaron.

Si bien la familia cultivaba la música desde siempre, ni él ni su tío eran músicos aún, pero ese sonido los imantó. Al rato de guitarrear, el dueño de la peña les ofreció trabajo.

Cuarenta años después, y tras el paso de “Santiago Trío”, “Los Carabajal”, “MPA” (Músicos Populares Argentinos) y “Los Santiagueños” (con Jacinto Piedra y Juan Saavedra), Peteco sigue incursionando en la música, y buscando acaso como Agnes, el sentido de su belleza.

“Por más que ande en otros pagos son santiagueño, y hago música como santiagueño. Suena simple, pero no lo es tanto. Por ejemplo: en la época de la Nueva Ola, donde tanto Palito Ortega como Leo Dan compartían el género, yo siempre sentí que Leo Dan representaba el canto de Santiago del Estero, pero no que Palito encarne a Tucumán.

Por eso la tradición es un hilo invisible, y hoy en Santiago hay muchos changos que dan un mensaje hermoso, rebelde, pero sin quejarse inútilmente sino exponiendo su ideal. En su arte se nota que son santiagueños y que no se dejan tentar por el sonido del éxito, que a veces implica ablandar una canción, globalizarla para que sea considerada, por ejemplo, latina. Nuestras chacareras son latinas… no hace falta ponerle maracas”.

Fútbol, cocina y pintura

Como buen Carabajal, Peteco es un apasionado del fútbol (su hermano Demi fue jugador de un club santiagueño), pero confiesa que a la hora del asado siempre lleva un amigo a su casa de Moreno que lo salva.

Pero no se queja, tiene otras vocaciones que lo requieren: “Estoy animándome a escribir una novela, y a pintar ya hace unos años al óleo, dos cosas que también son parte de mi expresión”, dice.

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