Por Umberto Eco - Escritor italiano
Carlo Tavecchio, el presidente de la federación italiana de fútbol, conocido por sus despreciativos comentarios sobre mujeres, negros, gays y judíos, lo ha hecho de nuevo. Luego de hacer la salvedad estándar: “Yo no tengo nada en contra de los judíos”, Tavecchio al parecer declaró a un sitio italiano en línea, SoccerLife, “que es mejor vigilarlos”. La cuestión está en que él respaldó su declaración atribuyéndola a mí.
Hasta donde sé, la única periodista que ha puesto en duda esta atribución es Federica Seneghini, en Corriere della Sera, quien informó del comentario de Tavecchio y agregó que él había “citado erróneamente al escritor Umberto Eco (quien en sus obras quiso decir exactamente lo opuesto)”. En muchos otros casos, la atribución fue aceptada como correcta sin que nadie se tomara el tiempo para revisar los hechos. Eso es Italia para ustedes.
Sin embargo, lo que más me asombró no fue que Tavecchio me hubiera citado erróneamente, sino que me hubiera citado en primer lugar, como si él fuera un habitual de las páginas culturales. Cierto, en la grabación de la entrevista de SoccerLife (producida el año pasado y publicada por Corriere della Sera a principios de noviembre), efectivamente parece que el entrevistador, Massimiliano Giacomini, provoca a Tavecchio diciendo: “Pero como Umberto Eco dijo...”. En ese momento, Tavecchio termina la oración con “es mejor tenerlos vigilados”.
Esto pudiera sugerir que la persona que me citó erróneamente fue Giacomini, no Tavecchio. E incluso así, el hecho de que Tavecchio termine la oración sugiere que él también está intentando hacer una referencia a mi trabajo.
¿Qué podría haber dicho yo para ameritar la ridícula interpretación de Tavecchio? En mis muchas obras sobre antisemitismo, incluyendo la novel “El cementerio de Praga”, he hecho que personajes históricos digan cosas que ellos dijeron, y es posible que uno de esos personajes dijera algo similar acerca de los judíos.
Ahora, algo similar a un mal interpretativo lleva a ciertos lectores a confundir las opiniones de un personaje con las del autor. Por ejemplo, algunos lectores pudieran creer que Shakespeare quería dar su reino por un caballo, u otros que Dostoievski creía que estaba bien asesinar viejecitas. Ese tipo de malinterpretaciones son más comunes de lo que se pudiera imaginar. Yo mismo recibo muchas cartas de lectores inspirados por ese tipo de confusión.
Entonces, es concebible que Tavecchio pertenezca a una categoría de lectores similar a los públicos sicilianos de antaño que, al final de tradicionales presentaciones de marionetas, solían atacar al traicionero Gano di Maganza, aun cuando no era más que un títere.
O quizá hay más ahí que eso.
Años atrás, una mujer solía enviarme carpetas llenas de copias de documentos que ella había enviado a diversos juzgados italianos, así como al primer ministro y al presidente, protestando por una presunta injusticia que había sufrido. ¿Por qué me envió estos documentos?
Porque, explicó, su posición se había fortalecido por el hecho de que en cada artículo que yo escribía siempre tomaba su lado de una discusión. En otras palabras, sin consideración a lo que fuera el tema de mi escrito -cocina o teología, Shakespeare o el Pato Donald-, esta mujer veía una clara alusión a sus propios problemas.
Si Tavecchio es un lector como ella, eso significaría que él no es solo un bocón que suelta a chorros viejos estereotipos, sino un lunático total que, sin consideración a lo que casualmente esté leyendo, encuentra algo para alimentar su odio hacia mujeres, gays, gente de color y judíos. No quiero nada al fútbol; no me refiero al deporte en sí, que es una noble actividad, sino a todo lo que lo rodea. Y si la mayoría de la gente en ese mundo quiere mantener a Tavecchio como su líder y referente, pues, bien por ellos.