Por Fabián Galdi - fgaldi@losandes.com.ar
De los cinco mejores futbolistas de todos los tiempos, tres son argentinos: Alfredo Di Stéfano, Diego Maradona y Lionel Messi, en orden al desarrollo de sus respectivas carreras. El brasileño Pelé y el holandés Johan Cruyff completan el quinteto, aunque este último hoy se ve amenazado por el avance del portugués Cristiano Ronaldo. Si se suman, son seis jugadores entre miles y miles desde que el fútbol compite internacionalmente a partir de la primera Copa del Mundo, disputada en 1930 en suelo uruguayo.
De las cinco mejores selecciones desde 1920 en adelante, cuando comenzaron los enfrentamientos en los juegos olímpicos, la de Argentina está dentro del lote de las cinco más valoradas. Brasil, Alemania e Italia se han repartido trece de los títulos en pugna durante los veinte mundiales hasta la actualidad.
Nuestra Selección y la de Uruguay, con dos conquistas, les suman además dos medallas doradas olímpicas por cabeza. Una corona de laureles más una presea colgando del cuello es la aspiración máxima de brasileños, alemanes e italianos en la actual competencia en Río de Janeiro.
Los clubes argentinos han conquistado 68 copas internacionales, lo cual pone a nuestro país dentro del lote de los más ganadores junto con Italia y Brasil. El listado habla por sí solo: Boca Juniors (18 títulos), Independiente de Avellaneda (16), River Plate (9), Estudiantes de La Plata (6), Vélez Sársfield (5), Racing Club (3), San Lorenzo de Almagro (3), Argentinos Juniors (2), Lanús (2), Arsenal (2), Rosario Central (1) y Talleres de Córdoba (1).
Con semejantes antecedentes de méritos deportivos, que la Asociación del Fútbol sea un muestrario de desprolijidades organizativas amerita a interrogarse qué sucedería si la entidad madre a nivel nacional se constituyera motu proprio en un ejemplo sano de administración de recursos en vez de quedar expuesta a un sinnúmero de intervenciones de la Justicia para investigar el motivo por el cual la mayoría de los clubes están en dificultades financieras graves.
Una hipótesis que podría plantearse es que en la actual dirigencia argentina aún sigue fresco el manejo de Julio Humberto Grondona, cuya muñeca política le permitió ejercer el máximo cargo desde 1979 hasta 2014, cuando falleció. Tres décadas y media como presidente dejaron su sello.
Las corrientes internas que se fagocitan en la sucesión pertenecen al mismo tronco y se conocen como las ramas del llamado 'grondonismo sin Grondona'. En pocas palabras: el pulgar hacia arriba o hacia abajo del emblemático directivo definía decisiones de peso aun antes de que sesionara el comité ejecutivo afista, el equivalente a una reunión de ministros en el gabinete presidencial.
Sin la figura hegemónica de Don Julio, los cuadros medios se dividen y se subdividen a la velocidad de la luz respecto de la conformación de grupos. En promedio, desde que estallara el ‘fifagate’ en mayo del año pasado, los dirigentes se abocaron a ver de qué manera podían deslindarse de las investigaciones de la Justicia a escala planetaria. Aún lo siguen haciendo y nada indica que esto se modificará a corto plazo. La prioridad es simple: salvar el pellejo.
La dirigencia futbolística argentina se siente más cómoda en recibir decisiones tomadas y ver qué partido puede sacarle que en ponerse a debatir para llegar a resoluciones aprobadas democráticamente. Los últimos ejemplos fueron contundentes: la mesa chica de los clubes grandes impuso a Edgardo Bauza como entrenador de la Selección en vez de Ramón Díaz, el candidato preferido de Armando Pérez, quien está al frente de la comisión normalizadora y quien contaba con una profusa agenda de entrevistas con directores técnicos a la búsqueda de quien tomara el puesto del renunciante Gerardo Martino.
Hace tres semanas, cuando se pasó a un cuarto intermedio por la creación de la Súper Liga, un encuentro entre gallos y medianoche
-literalmente- produjo un emblocamiento consensuado de directivos de peso, tales como Daniel Angelici, Hugo Moyano, 'Chiqui' Tapia y Daniel Ferreiro para ponerse de acuerdo en una solución antes de que se volvieran a reunir los representantes de los clubes.
Mientras el discurso hacia afuera habla de la búsqueda de unidad de los sectores en divergencia, lo cierto es que en la práctica sucede todo lo contrario. Hoy día conviven tres agrupamientos que se autoadjudican el poder dentro de la AFA y -tal como fue citado en este mismo espacio de Los Andes hace un mes- pasaron de largo las fechas de elecciones presidenciales, previstas para fines de junio, y hoy se especula con que el acto eleccionario recién podría convocarse para mediados de 2017.
Los dirigentes actuales se contraponen con el espíritu de formación de los clubes en la Argentina, un período que se dio en el primer cuarto del siglo XX. Aquellos pioneros se abocaron a la construcción de un espacio sociocultural y deportivo como aporte a la comunidad. Hoy día, en cambio, la dirigencia argentina se malacostumbró a que el Estado debe financiar con subsidios para hacer frente a las deudas que contraen las entidades futbolísticas ya en modo endémico.
O se cambia en serio o será más de lo mismo. Y esto es lo que se sigue percibiendo en el fondo más que en la verbalización de la forma.