El vértigo con el que se suceden por estos días los acontecimientos políticos, contrasta en forma notable con la lentitud de las respuestas que la sociedad espera por simple expectativa, o porque se las prometieron y no llegan. La semana que pasó fue un claro ejemplo de esta dinámica. En otras palabras, hubo mucho ruido y pocas nueces.
El ruido principal sonó en el Congreso, donde gracias a las habilidades de algunos legisladores que integran la coalición oficialista, más la ayuda del ministro del Interior, Rogelio Frigerio, el Gobierno pudo superar situaciones parlamentarias difíciles, pese a su condición minoritaria. El presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, y el jefe del bloque de Cambiemos, el radical Mario Negri, fueron figuras decisivas para encarrilar negociaciones que amenazaban con desembocar en un generalizado desorden del trabajo legislativo.
El oportuno llamado a sesiones extraordinarias en diciembre por parte de la Casa Rosada, además de aliviar las tensiones, extendió los plazos y la búsqueda de consensos para 17 importantes proyectos de ley. Entre ellos están: la polémica modificación del Impuesto a las Ganancias; la creación de un Régimen de Emergencia Social y de las Organizaciones de la Economía Popular; el Presupuesto General para 2017 y las discutidas reformas al Código Electoral Nacional.
El Gobierno que preside Mauricio Macri no puede quejarse del año parlamentario que lo ha sostenido. Con una fuerza en minoría frente a la dispersión opositora, ha logrado aprobar más de 100 leyes, algunas de las cuales han sido fundamentales para los objetivos que se propuso. Pero el dato político quizás más interesante de la actividad legislativa es que el Congreso ha recuperado de manera plena su rol dentro de una democracia que reconoce, ejerce y respeta la división de poderes. No es poco luego de años en los cuales las leyes salían casi sin discutirse.
Los desacuerdos
La demora que experimenta la esperada recuperación económica parece tener costos muy altos para el Gobierno. En lo político, la caída de expectativas entre los que fueron sus votantes hace un año, arrastra hacia abajo la imagen del Presidente y la valoración de su gestión.
Conserva aún buena parte de su capital, pero no son las mejores condiciones para encarar un año con elecciones de medio término que siempre suelen tener sabor a plebiscito.
El otro costo político que tiene esta situación para Macri es la comprobación de que ciertas cosas y ciertas personas no funcionan bien dentro de su equipo. Se advierten actitudes de nerviosismo ante la falta de resultados y también agotamientos por la impotencia de no poder aplicar criterios personales diferentes a los que se resuelven en las varias mesas de decisión que tiene el Gobierno. Un caso a mencionar sería el del ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay.
Según trascendió de fuentes confiables, el martes pasado en la reunión de Gabinete, Prat Gay anticipó con crudeza los gráficos que señalan una caída de la economía en setiembre del 3,7 por ciento con relación a igual mes de 2015. En el cómputo de enero a setiembre de este año la actividad registra un descenso del 2,4 por ciento. Éste y otros indicadores señalan que la recesión se profundiza, aunque en algunos sectores haya señales positivas. El ministro se limitó a exponer las cifras ante la cara de preocupación que mostraba el Presidente.
Amigos de Prat Gay sostienen que éste nunca estuvo de acuerdo con que haya siete ministros en el área económica y recuerdan que en setiembre de 2004 “a Alfonso no lo echaron del Banco Central, sino que les renunció al entonces presidente Néstor Kirchner y a Roberto Lavagna, que era el ministro de Economía”. Sugieren con eso que si su paciencia se agota -algo que estaría ocurriendo-, se irá sin más trámite.
Hagan juego
Además del costo político que tiene que pagar Macri por no poder revertir la economía, hay otro que tampoco puede evitar y es el de estar sometido a casi una extorsión por parte de los sectores que, dependiendo del presupuesto del Estado, constituyen fuerzas políticamente opositoras. El ejemplo es el arreglo con las organizaciones piqueteras para tener un fin de año sin convulsiones sociales: 32 mil millones de pesos. A eso deben sumarse las concesiones a los gremios para mantener anestesiada a la CGT, y los subsidios adicionales como bonos, bolsones y nuevos planes. En estas condiciones, el déficit fiscal sólo podrá cubrirse con más endeudamiento.
Entre preocupado y divertido, un ministro sostenía el viernes una verdad comprobable: “En el gobierno derechista y anti-obrero de Macri hacemos populismo e invertimos más en ayuda social que el kirchnerismo”. Nadie del Gobierno ni de las fuerzas opositoras, sin embargo, puede asegurar que la paz social que se busca esté garantizada.
A la luz de esa vulnerabilidad del oficialismo, la especulación, la demagogia y el oportunismo son herramientas con las que sectores de la oposición han comenzado a construir sus alternativas electorales. Sergio Massa propone modificar Ganancias con fuerte costo fiscal para la Nación y las provincias coparticipadas, pero a la vez condena el endeudamiento para financiarlo. El kirchnerismo en el Congreso no aporta una sola idea que no sea volver a sus políticas, que son las que lo llevaron a perder el poder. El peronismo moderado, que conserva responsabilidades de gestión en municipios y gobernaciones, se divide entre los tironeos políticos partidarios y la necesidad de dar respuestas territoriales.
Es lo que hay, a un año de la nueva etapa.