El gobierno paralelo de Cristina

El gobierno paralelo de Cristina

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Una sinfonía peronista. La democracia argentina puede ser asimilable a una sinfonía que bien podría llamarse “variaciones sobre el peronismo”, ya que se trata de un interminable recorrido temporal por las infinitas posibilidades que tiene dicho movimiento político para identificarse con prácticamente la totalidad de las tendencias históricas.

Pero eso sí, siempre imponiendo él su personalidad sobre la ideología infiltrada. Ideología que termina su experiencia destrozada pero con un peronismo aún más inflado para proseguir bajo el signo de la ideología contraria.

La renovación fue la alfonsinización del peronismo. El menemismo fue la cooptación hasta su destrucción del neoliberalismo de moda. Luego durante la Alianza, lo que quedaba del peronismo renovador y progresista que se había opuesto al menemismo copó al radicalismo hasta hacerle pagar a él solo los costos de la debacle de 2001, puesto que ellos, los peronchos progres, luego se reciclarían todos en el kirchnerismo.

El duhaldismo fue la provincia de Buenos Aires convocando al resto del país para recuperar el orden después de la anarquía. Y el kirchnerismo fue el que le quitó a casi todas las variantes de la izquierda su razón de ser convirtiendo en populistas a la gran mayoría.

Así, hoy el peronismo sigue más vivo que nunca, pronto a iniciar nuevas experiencias, ahora quizá de izquierda y derecha a la vez, mientras que todos sus aliados de todas las épocas han desaparecido o están en vías de. Los neoliberales ya ni se ven.

Los progres están chamuscadísimos. Y Boudou, el neoliberal que quiso travestirse en progre, será el único que irá en cana, mientras que todos los corruptos se reciclarán si son peronistas.

El peronismo eterno. Esta sinfonía peronista ha adoptado técnicas muy diferentes para cambiar de líder y seguir sobreviviendo hasta cubrir casi todo el espectro político.

Para intentar seguir liderando, Menem jugó en contra de su propio candidato, Eduardo Duhalde, quien terminó perdiendo para alegría del riojano. Lo que Menem no podía prever es que a los dos años el perdedor de las elecciones terminaría siendo presidente por decisión legislativa, con lo cual bastaron dos años más para que Menem desapareciera del mapa.

Duhalde, en cambio, puso toda su fuerza para que su candidato, Néstor Kirchner, ganara, creyendo que al controlar la provincia de Buenos Aires y a la liga de gobernadores, pudiese transformarse en una especie de Juan Manuel de Rosas, quien de 1830 a 1835 condujo el país sin necesidad de gobernarlo directamente, sino por testaferros.

Pero a los dos años Kirchner lo destruyó como él destruyó a Menem y comenzó el sueño del proyecto familiar (ya inventado por los Rodríguez Saá), en el que un matrimonio se alternaría en la Presidencia hasta la muerte de ambos. Pero uno se murió demasiado pronto.

Por eso Cristina, sobre la marcha, tuvo que pensar en un nuevo plan, algo muy difícil ya que hicieran lo que hiciesen, apoyaran o no a sus sucesores, éstos siempre se las arreglarán para acabar con sus antecesores de modo terminal. Y nada indica que Scioli sea la excepción, porque la naturaleza humana no suele cambiar, y menos cuando se trata de política.

Sin embargo, vivimos hoy un momento en que Cristina está desplegando a pleno su estrategia para ver si puede luchar contra la muerte política, en uno de los actos de voluntarismo más grandes que ha presenciado la historia de esta democracia peronista hasta los tuétanos.

Ella, a diferencia de Menem o de Duhalde, no habrá de jugar ni en contra ni a favor de Scioli, o mejor dicho jugará a favor de Scioli sin poner la vida en ello porque le da lo mismo que éste gane o pierda ya que su estrategia es igual para ambos casos.

Se va del gobierno con tanto poder acumulado en doce años (bastante electoralmente pero mucho más institucionalmente, ya que hizo lo que quiso con el país plástico de la anarquía) que aún sin traiciones a la vista, no le alcanzará con ser la co-presidente si gana Scioli ni la jefa de la oposición si ganaran Macri o Massa.

Ella quiere seguir gobernando algo a pleno, y entonces en su cabecita está imaginando la constitución de un gobierno paralelo que le responda directamente a ella y a nadie más. Es un proyecto mucho más ambicioso que el de Menem, Duhalde y Néstor Kirchner. Y mucho más delirante, pero no hay ni una sola medida que esté tomando por estos días que no conduzca hacia esa utopía del gobierno paralelo.

Una especie de gobernadora en el exilio interno pero con suficiente poder como para que pueda volver en 2019 con mucho más poder y entonces sí, ya con Máximo crecidito, seguir con el sueño de la presidencia familiar nestorista, bien representativa del país caudillesco en que se convirtió la Argentina a partir de fines de 2001, con gobernantes que utilizaron la anarquía para acumular poder, en vez de eliminarla.

En Mendoza, ganó Cristina. Así como los opositores de todo el país ven en el modelo mendocino la forma perfecta de luchar contra el oficialismo, también se puede ver en la actitud que tomó Cristina con Mendoza la visión con que ella quiere actuar en el resto del país.

A Cristina siempre, ya sea cuando estuvo enojada como cuando se amigó, le dio lo mismo que el peronismo mendocino ganara o perdiera las elecciones provinciales. Lo único que le interesó es colocar la mayor cantidad de legisladores nacionales en las listas locales, lo cual logró con creces, haciendo que la minoría obtuviera la mayoría.

Así, ante la derrota peronista en Mendoza la única peronista que ganó algo fue ella porque sus representantes entrarán en el Congreso aún perdiendo los próximos comicios. Un negocio más que redondo, a cambio de nada.

Cristina eterna. Y ahora lo único que le interesa es que Scioli quede lo más pegado posible a ella, que en vez de convocar independientes abriéndose, vaya a 6, 7, 8 y diga que el futuro del país es para La Cámpora. Que la copie en todo a ella, como un pichicho, de modo que si gana quede lo más condicionado posible.

Eso obedece a la creencia que ella tiene de que de ganar el oficialismo será más por las desinteligencias de una oposición dividida que por sumar para el kirchnerismo votos menos comprometidos para el proyecto. O sea, al no tener candidato del palo se gana con todas las banderas en alto, no disimulándolas para la elección, que eso le daría poder a la ambigüedad sciolista. Y si la oposición se aviva haciendo algo parecido a Mendoza y gana, que se pierda con las mismas banderas en alto a ver si con la obstrucción parlamentaria y el brutal copamiento partidario de la Justicia, se puede tener un Ejecutivo débil que se vaya consumiendo a sí mismo a medida que deba gobernar con esos condicionamientos y el inevitable ajuste que viene.

Teniendo ella su propio ejército civil que gobierne en paralelo, impidiendo gobernar. Tanto si gana Scioli como si gana la contra.

Uno se preguntará por qué habría de funcionarle a Cristina lo que no le funcionó ni a Menem ni a Duhalde ni a Kirchner en lo referente a técnicas sucesorias (o mejor dicho, técnicas para que no los sucedan), pero Cristina tiene la profunda fe de que con 12 años de kirchnerismo, el país haya cambiado tanto que lo que antes era imposible ahora pueda ser posible. A no olvidarse que estamos viviendo en la democracia peronista, dimensión política donde nada es imposible.

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