Por Carlos Sacchetto - Corresponsalía Buenos Aires
Sólo unos pocos datos de la realidad serían suficientes para explicar que en estos días el gobierno de Mauricio Macri atraviesa uno de sus momentos más críticos.
Han pasado más de ocho meses desde su asunción y la economía no despega, los indicadores oficiales muestran un marcado deterioro de la producción y el empleo, el cuadro de expectativas sociales se resiente, la oposición más intolerante está en un feroz plan de agitación y, como consecuencia de todo eso, se corre el riesgo de que ciertas impaciencias políticas se tornen violentas.
A ese peligroso cóctel se agregan otros ingredientes que, si bien son emergentes directos de aquellas realidades, contribuyen a dar mayor dramatismo a la situación. Son la inseguridad ciudadana en los distritos más densamente poblados, las luchas de resistencia de las mafias para no perder posiciones de privilegio y el extendido nivel de corrupción en ámbitos donde se debería combatir el delito.
El sustrato esperanzador de esa fotografía de la Argentina de hoy estaría en las razones con las cuales el Gobierno alimenta su optimismo.
Tras reconocer la existencia de una considerable demora en los tiempos que se habían anunciado para el inicio de la recuperación económica, la Casa Rosada reivindica lo alentador de cuatro puntos. Ellos son que la inflación ha comenzado a descender, el plan de obra pública estará ejecutándose en plenitud antes de fin de año, el inminente blanqueo de capitales dará robustez a la caja del
Estado y las inversiones se traducirán en mayor trabajo y actividad económica para diversos sectores.
A la par de pedir un poco más de paciencia social, los funcionarios destacan que la imagen positiva del Presidente sigue alta, entre el 46 y el 50 por ciento según varias encuestas, y que la opinión pública rechaza los métodos agresivos de hacer oposición.
La política
La ex presidenta Cristina Fernández decidió defenderse en la calle de las graves acusaciones que pesan sobre ella en la Justicia y ordenó la movilización de los jóvenes de La Cámpora, en forma conjunta con Hebe de Bonafini y otras organizaciones sociales. La vigilia que se desarrolló hasta ayer en la Plaza de Mayo no es la primera ni será la última de las acciones kirchneristas para liderar la oposición a Macri.
En el Gobierno están agradecidos, porque dicen que el contraste los favorece.
Lo cierto es que con esta actitud, Cristina busca asumir la conducción del disconformismo, profundizando las diferencias, mientras otros sectores del peronismo tradicional prefieren modalidades alternativas y buscan despegarse de la ex presidenta. Son los gobernadores e intendentes que tienen responsabilidades de gestión, y legisladores que juegan a otro tipo de política, conscientes de que las manchas de corrupción que produjo el gobierno anterior deben ser lavadas en esta etapa.
Ése es el gran debate que por distintas razones no termina de producirse en el peronismo y eso se manifiesta con mayor fuerza en la provincia de Buenos Aires, escenario de la más importante batalla electoral del año próximo.
Hay dirigentes que califican el vínculo que mantienen algunos intendentes y jefes territoriales de ese distrito con el cristinismo como una “relación psiquiátrica”. Mientras esa situación perdure, no habrá liderazgos nítidos en el peronismo y eso es por ahora un beneficio para el Gobierno.
El sector al que le faltaba mostrar una dirección más precisa frente a la gestión de Macri ya se encaminó el lunes pasado cuando la Confederación General del Trabajo decidió tener una conducción unificada. Pero para calibrar debidamente el efecto político de ese gesto habría que tener en cuenta el tradicional doble discurso de la dirigencia obrera. Esto es, declaraciones públicas fuertes, con diálogos privados conciliadores con el Gobierno.
Las internas
La falta de una oposición sólida, que genere expectativas comunes en aquellos sectores que se desencantan con el macrismo, pone a los propios habitantes de la Casa Rosada a confrontar entre sí.
La semana que pasó las discusiones internas aumentaron su volumen y hasta circularon versiones de renuncias por la crisis de las tarifas. Se mencionó al ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, y al de Energía, Juan José Aranguren, como protagonistas de un cruce verbal casi sin retorno, que requirió la intervención del Presidente para calmar los ánimos.
En el área económica ya se han consolidado las diferencias entre el Palacio de Hacienda, el Banco Central liderado por Federico Sturzenegger y otras áreas como el Banco Nación, que orienta Carlos Melconián. Por fuera de las relaciones personales, se trata de un debate entre técnicos, al que ahora también se ha sumado el embajador en Estados Unidos, Martín Lousteau. Son teorías y posiciones que buscan el camino más corto hacia una imperiosa recuperación de la economía que evite la dilapidación de las expectativas sociales.
En el Gobierno ya han comenzado a advertir que la seguidilla de informaciones sobre causas judiciales que vinculan a la ex presidenta y ex funcionarios del kirchnerismo con hechos de corrupción está saturando la escena pública. Eso no reduce la importancia de las noticias ni la gravedad de lo sucedido pero, por reiteración, en ciertos sectores de la opinión pública ya no producen el mismo efecto. Ganan entonces gravitación las realidades personales, como el nivel de ingresos, la inflación, el empleo o la seguridad familiar.
Ese escenario, que no todos los integrantes del oficialismo comprenden, es el mayor desafío que enfrenta la gestión de Macri al acercarse al noveno mes, cuando es tiempo de parir.