Por Marcelo Zentil - mzentil@losandes.com.ar
Pasó un año intenso y la sensación es que nada cambió mucho. La mirada generalista borra los detalles y hace olvidar las crisis que hace un tiempo pensamos que nos ahogaban. Los resultados mandan, como en el fútbol, y los temas que importan a los mendocinos parecen no haber mejorado, al menos sensiblemente.
Alfredo Cornejo lo sabe y lo admite. “Pocas cosas”, responde cuando se le pregunta en qué áreas pueden percibir un salto cualitativo los ciudadanos (ver página 2) y aunque enumera aquellas decisiones suyas que pueden haber modificado estructuralmente los servicios del Estado, reconoce que eso no alcanza para que repercuta en la vida y las necesidades cotidianas.
Tampoco puede mostrar hoy números propios que avalen su rumbo porque hasta hace un año las estadísticas eran una zona oscura de la gestión provincial (y nacional), pero también porque si hay un cambio, es muy leve, nada para ilusionarse ni que marque una tendencia aún.
Es cierto, si uno se detiene en la Mendoza de hace un año y unos días, se encuentra con un Estado al borde del colapso, con estatales sin cobrar sus sueldos, con proveedores con atrasos de seis meses, con un gobierno abandonado a su suerte por la Nación, con un oficialismo implosionado y un gobernador vapuleado por su propia ineficacia.
Cornejo revirtió todo eso, que no es poco, e impacta en la vida de muchos mendocinos: los estatales volvieron a cobrar el último día de cada mes, a los proveedores se les achicaron los tiempos de espera, el oficialismo tiene un líder claro, el gobierno mantiene un vínculo estrecho con la Nación y el Gobernador recuperó autoridad.
Claro, seguramente los estatales se lamentarán porque las paritarias terminaron la mayoría por decreto y con el menor aumento de los últimos años. Los proveedores dirán que la deuda que tenían con ellos no la cobraron cash sino que debieron aceptar una parte en bonos.
Parte de la oposición peronista criticará la concentración de poder, acostumbrada a sus dos últimos representantes en la Casa de Gobierno, y en la Justicia apuntarán a las intromisiones que han sentido.
Hiperrealismo
El Gobernador tiene una ventaja a su favor: nunca hizo grandes promesas: ni en campaña, ni después de ser electo, ni luego de asumir.
No se movió un centímetro del libreto inicial, que era el que creía podía cumplir por la situación en la que estaba la provincia, y aún hoy habla de ordenamiento del Estado y mejora de los servicios (educación, salud y seguridad) como sus grandes objetivos y el legado que pretende dejar.
Él mismo los ha definido en distintos momentos como “austeros” y también “poco sexies”. Nadie se vuelve fanático de un candidato con esa oferta para sus votantes.
Tal vez lo suyo tenga que ver con no repetir las últimas experiencias: el radical Julio Cobos fue un gran prometedor, pero poco de lo que anunció se cumplió; el peronista Celso Jaque se gastó en la campaña todo el crédito que podía tener en promesas y el también peronista Francisco Pérez siempre quiso competir con Cobos en eso de prometer e hizo del anuncio su política principal.
Después de un año, y viendo cómo avanza la gestión, Cornejo se ha ido animando a sumar metas: Mendoza como generadora de energía a través de los paneles solares y también la presa Portezuelo del Viento.
Por ahora no va más allá, pero está claro que tiene en su mente un plan mayor que, fiel a su estilo, no va a revelar íntegramente ni a sus más cercanos colaboradores.
Tan inmerso estaba durante la campaña en el discurso del orden y la austeridad, que ni se planteó hablar de grandes obras.
Fue el entonces candidato presidencial y aliado Mauricio Macri el que reflotó en una charla lo de Portezuelo. La carencia energética del país le dio prioridad porque es la única represa con un proyecto terminado, listo para licitar.
Por eso, cuando aparecieron las objeciones pampeanas, nadie dudó en el Gobierno provincial de que Macri terminaría arbitrando a favor de Mendoza y la represa del Sur.
Por eso, también, sorprendió la condición que puso el Presidente en la entrevista que Los Andes le hizo el martes pasado y fue publicada el miércoles, el día de su tercera visita a Mendoza.
Macri aseguró que la obra se hará, pero si Mendoza empieza a enviar a La Pampa el agua del río Atuel que reclama desde hace décadas. Y así, desarmó la confianza local en su definición. Hubo obviamente charlas luego, pero lo dicho es el pensamiento presidencial.
Ante la pregunta, podría haber optado por la ambigüedad para evitar “quedar mal” con Mendoza el mismo día de su visita. Al fin de cuentas, lo entrevistaba un medio mendocino y ya habría tiempo de “arreglar” la situación con los pampeanos y su gobierno. Pero no.
Esto no implica una ruptura. Al fin de cuentas, el radical es su aliado y lo ensalzó ampliamente durante la inauguración del aeropuerto.
Aunque también lo catalogó como un futbolista “morfón” y eso le dolió a Cornejo más que si hubiera criticado su gestión o suspendido el dique esperado. “¿Cómo va a decir eso delante de todo el país?”, dijo sonrojado en la entrevista con este diario.
Esa cercanía se nota en pequeños detalles: durante la charla con este cronista en el despacho presidencial, Juan Manuel Urtubey para Macri es Urtubey; Juan Manzur es Manzur; Sergio Uñac es Uñac y Alfredo Cornejo es Alfredo.
Pero entre ellos hay diferencias de estilo evidentes, más allá de algunas desavenencias: el Presidente acostumbra a vaticinar un futuro “maravilloso” para los argentinos, algo que el Gobernador nunca se atrevería a decir a los mendocinos.
Así como el kirchnerismo hizo un relato del presente y el pasado durante sus doce años, negando la realidad, el macrismo parece estar construyendo su propio relato del futuro: asume todas las dificultades de hoy, pero promete una Argentina ideal para un mañana que por ahora siempre es mañana.
Cornejo tiene tres años para que los mendocinos puedan decir que “hizo algo” y, así, poder cumplir su propia meta personal: irse del Gobierno con prestigio personal y futuro político. Deberá acelerar.