El gesto del adiós: los llantos que dejaron huella

A raíz del fastuoso funeral de George Bush padre, hacemos este recorrido por algunas de las despedidas más sentidas de nuestra historia.

El gesto del adiós: los llantos que dejaron huella
El gesto del adiós: los llantos que dejaron huella

Durante estos días fuimos testigos del funeral de uno de los últimos líderes del siglo XX, George Bush padre. ¿Cómo fueron las despedidas de nuestros grandes líderes? A continuación un repaso por algunas de ellas. 

Uno de los primeros funerales que generaron gestos políticos fue el del hijo del Virrey Sobremonte, quien participó a los miembros del Cabildo porteño.  Los ediles rechazaron hacer presencia esgrimiendo que "no había ley, cédula, ni ceremonial que prescribiera esta concurrencia".

Muchos años más tarde, Rosas sí logró hacer de una pérdida particular una cuestión de Estado. Hacia octubre de 1838 Encarnación Ezcurra, su mujer, murió. El Restaurador se encerró un rato con su cadáver, echando llave a la puerta y atracando el postigo. Lloró amargamente y abofeteaba cada tanto a dos de sus sirvientes, preguntándoles por ella.

Sus enemigos hicieron correr el rumor de que no la dejó confesarse por temor a lo que pudiese contar y supuestamente, al llegar el sacerdote, Juan Manuel colocó su brazo bajo la cabeza difunta moviéndola para simular una confesión. Pero esos son datos incomprobables. Los funerales resultaron fastuosos, jamás se había visto algo así.

Además, todos fueron obligados a llorarla, imponiendo luto durante dos años. Uno de grandes biógrafos de Rosas, José María Ramos Mejía, se preguntó si esta muerte no trajo cierto alivio a su marido, ya que la mujer parecía demasiado metida para ser cómoda. Pero ese es otro tema.

Cabe destacar que este no era el primer funeral de Estado organizado por Don Juan Manuel. Al comienzo de su gobierno hizo desenterrar a Dorrego para llevarlo a la Capital. Organizó un recibimiento cargado de ceremonias y homenajes. Incluso protagonizó el acto principal pronunciando palabras particularmente sentidas, señalando que con este acto "la mancha más negra de la historia de los argentinos ha sido ya lavada con las lágrimas de un pueblo justo, agradecido y sensible". 

A diferencia de sus "agasajados" póstumos el destino y sus propias acciones, llevaron al Restaurador a protagonizar un entierro más bien simple. El 14 de marzo de 1877, murió exiliado en Southampton, Gran Bretaña. Allí solo un coche y un puñado de personas acompañaron sus restos. Entre ellas, estaba su fiel Manuelita. Aún así, no faltó el toque de grandeza: sobre el féretro se colocó el sable corvo de San Martín -quién se lo había legado- y una bandera argentina.

No contó Rosas con la presencia de sus antiguos camaradas, quienes en su mayoría le habían dado la espalda. Para otros fue diferente. Carlos María de Alvear había muerto en Estados Unidos actuando como diplomático. Al repatriar sus restos pasaron por Montevideo, donde se le hizo un homenaje. La última misión oficial del anciano del General Paz fue representar al gobierno de Buenos Aires en esta ceremonia. Mariquita Sánchez también estuvo presente y escribió: "En el entierro de Alvear le hicieron un gran homenaje. No se podía hacer más en ninguna parte. Yo te puedo decir mis reflexiones al ver la tumba de Alvear tan honrada, y al ver a Guido (el Gral. Don Tomás) y a Brown (el almirante) y toda la inmigración argentina detrás; tres cuadras de cortejo fúnebre (...).

Todos lloraron. Guido ha recibido muchos aplausos. Embarcaron el cuerpo y la mayor parte del acompañamiento siguió a Guido a su casa, de modo que fue el ‘dolorido’”.

Uno de los funerales más concurridos fue el del vice de Sarmiento. El 28 de diciembre en las anotaciones personales de Avellaneda se lee: "Adolfo Alsina está agonizando. Delira y da voces de mando a las fuerzas de la frontera. Esta mañana tuvo un momento lúcido y pronunció dos veces mi nombre, llamándome con palabras de cariño. No ha recordado a ninguna otra persona" (citado en Gasio y San Román; 1977:105).

Su amigo Eduardo O'Gorman -sacerdote y hermano de Camila- le dio la extremaunción.

El pueblo comenzó a agolparse en las puertas de su domicilio, incrédulo y triste: apenas había dado el último suspiro y ya no se podían contener las oleadas de la multitud que colmaba los lugares adyacentes. Algunos cortaron mechones de su melena para guardarla como recuerdo, otros lo perfumaron y vistieron. Sus restos -ya embalsamados- fueron llevados bajo una intensa lluvia a la catedral metropolitana donde fue velado el último día de 1877. La multitud se agolpó en Plaza de Mayo y desde allí partieron hacia el cementerio de Recoleta. A la cabeza iba Avellaneda. 

Poco más de una década después moría en Paraguay Domingo Faustino Sarmiento. Al igual que su vicepresidente -Alsina- fue embalsamado utilizando el método Wickershaim. El sanjuanino tuvo más de un funeral.

El féretro fue despedido en Asunción con un acto homenaje y cubierto por las banderas de Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Formosa fue la encargada de recibirlo en tierras argentinas. De allí se lo trasladó a Corrientes, el ataúd fue bajado en la ciudad y en la catedral principal se celebró un funeral; lo mismo sucedió cuando el cuerpo del expresidente llegó a Rosario y más tarde a San Nicolás.

Luego de una semana, el 21 de setiembre de 1888 al mediodía, autoridades nacionales y un numeroso público recibieron los restos de Sarmiento en Buenos Aires.  Llovía, hacía mucho frío y el cortejo se puso en marcha hacia la Recoleta.

Con el general Julio Argentino Roca, fallecido el 19 de octubre de 1914 murió una forma de hacer política y entender al país.

Sus restos fueron entregados a la tumba con grandes homenajes. La edición de Caras y Caretas del 24 de octubre de aquel año lo despidió del siguiente modo: (...) Dos veces gobernó el Estado, y su acción como presidente fue como granítico cemento de orden y de paz que unió perdurablemente las piedras aun no bien asentadas del edificio nacional que empezaron a levantar los patriotas de 1810. Su nombre quedará como el símbolo de una época (...). La República entera se arrodilla ante su tumba y llora a uno de sus más preclaros hijos, lágrimas tanto más sinceras cuanto que el hogar va quedando lamentablemente solitario...".

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