Literalmente: la Argentina se detuvo. Aquella mañana del domingo 6 de junio de 2004, el tenis nacional alcanzó uno de sus más grandes hitos: dos argentinos en la final de Roland Garros. Y como si fuera poco condimento para una definición; dos jugadores tan talentosos como antagónicos: Gastón Gaudio vs. Guillermo Coria. El Gato frente al Mago. Adrogué ante Rufino. Una rivalidad que había comenzado en 2001, en Viña del Mar, con un gesto de Coria que fue devuelto unas semanas después en Buenos Aires. De ahí en más, la tensión fue "in crescendo" y sumó otro episodio en Hamburgo, en 2003. El epílogo llegó en aquella inolvidable primavera parisina.
"No fue una final de Roland Garros contra alguien que venía jugando increíble; había algo más. Y eso a mí me sirvió", contó varios años después Gaudio, en una especie de documental de media hora, donde repasó aquel Grand Slam y la rivalidad que lo puso en veredas opuestas. "Llevábamos distintas maneras de pensar", cerró, escondido detrás de una sonrisa.
Coria llegó a aquella competencia con una importante cantidad de triunfos consecutivos en polvo de ladrillo; Gaudio, en cambio, venía de una temporada irregular, donde había sufrido eliminaciones tempranas que despertaron las más duras críticas. Sin embargo, una semana antes de la cita parisina, el Gato pareció crecen en confianza al disputar la Copa del Mundo por equipos, en Düsseldorf, Alemania. "Gastón empezó a sentir que estaba jugando el mejor tenis de su carrera", confesó años después Franco Davin, quien por entonces era su entrenador. "Fue el mejor tenis de mi carrera", replicó el Gato, mientras miraba el video de aquella declaración, estallando en una carcajada.
El paso a paso de la competencia marcó distintos rendimientos. Coria lo hizo casi sin sobresaltos. Para Gaudio fue de menor a mayor. Y en semifinales dio el primer golpe: adiós a otro argentino, David Nalbandian (en primera ronda había dejado atrás al bonaerense Guillermo Cañas). La final rompió los pronósticos: el número 3 del mundo contra el 44. Y las apuestas hablaban por si solas: todo a ese santafesino de 22 años que desplegaba un tenis seguro y que prometía convertirse en el segundo argentino ganador de este trofeo, tras la épica conquista de Guillermo Vilas, en 1977. Sin embargo, subestimaron al Gato.
Fueron más de tres horas y media de una batalla legendaria. "No tuve humildad para decir que tenía miedo", confesó hace unos días Coria, cuando le preguntaron sobre aquella final. Ese "miedo" al que se refería el santafesino se traducía en calambres. Esos que, tras haber ganado los dos primeros sets (6-3 y 6-0), y cuando la coronación era inminente, aparecieron para darle forma a los nervios del inminente final. El combo le jugó una mala pasada y Gaudio levantó en el tercer set. Desde su revés, el bonaerense empezaba a hacer pedazos el favoritismo del Mago sobre polvo de ladrillos. El 6-4 final en favor del bonaerense marcó un quiebre en el juego. Su rival entró en un espiral de imprecisiones del que ya no pudo salir y el cuarto set detonó la poca confianza que le quedaba al santafesino: 6-1.
"Si Spielberg hacía la película tal como fue el partido, le iban a decir que era demasiado irreal", confesó por entonces el Gato.
A esa altura, la imagen de un Coria todopoderoso se arrastraba entre calambres y errores no forzados. Mientras, a Gaudio le alcanzaba con equivocarse menos. Sin embargo, el destino le hizo un guiño cómplice al Mago: dos veces pudo inclinar el juego a su favor: 5-4, 6-5 y doble match points que no supo aprovechar. Fue cuando Gaudio encontró un espacio por donde colarse y conquistar el polvo de ladrillo francés. Y lo hizo tal como había conseguido dar vuelta la historia: con un revés que lo llevó, sin escalas, a tocar el cielo de Paris.