Marcelo Zentil - mzentil@losandes.com.ar
Después de 12 años, el país empieza a cambiar de rumbo político aunque hasta hoy a la medianoche o quizá hasta bien tarde el 22 de noviembre, reinará la incertidumbre. Argentina vive una instancia que parecía olvidada: una elección presidencial con final abierto.
Ninguna encuesta da garantías de que vaya a ocurrir lo que predice. No sólo por los errores que mostraron este año en otras contiendas y los ya clásicos retoques a favor del que las paga sino también porque están muy cerca de que pueda ocurrir lo contrario de lo que anuncian.
Los datos que difunde el oficialismo no despegan a Daniel Scioli lo suficiente de la posibilidad de balotaje y los de Cambiemos no muestran a Mauricio Macri con seguridad en la segunda vuelta.
Es cierto que el peronista parece estar a un solo paso de ser el próximo presidente argentino, pero no es seguro que pueda darlo. Mucho va a influir lo que termine pasando en su provincia, Buenos Aires, donde la candidatura de Aníbal Fernández a sucederlo ha terminado siendo un ancla y la macrista María Eugenia Vidal puede ayudar a su jefe.
Desde 2003 que no nos enfrentamos a las dudas que genera un cambio de gobierno. En 2007, nadie dudaba de que triunfaría Cristina Fernández. En 2011, menos aún. El matrimonio Kirchner se encargó de anular toda incertidumbre.
El poder político acumulado por el Gobierno, la recuperación económica de los primeros años (transformada en apenas una mejoría hace cuatro años), más algunas medidas plausibles y agigantadas por el relato, hicieron desaparecer a la oposición del menú de opciones.
Está claro que la oposición no hizo mucho por existir. No surgieron figuras, líderes ni movimientos que parecieran poder con el kirchnerismo, ni con su relato. Y la que hoy existe, parece más una apuesta de ciertos sectores sociales por huir del “modelo”.
Para haber pasado 12 años sin campañas presidenciales prácticamente (Cristina nunca hizo recorridas ni dio entrevistas ni conferencias de prensa para captar votos), la que terminó el viernes a la mañana fue demasiado chata, previsible, fofa.
Suma a esa situación que las propuestas de los dos que a priori llegaban con posibilidades y el tercero que se empeñó en estar en la discusión, Sergio Massa, parecen no diferir mucho.
Pero no sólo vivimos la primera definición con dudas en 12 años. También vivimos la primera elección en 16 años en la que se plantea la necesidad de un cambio de rumbo económico.
La economía ha sido el gran eje, a veces subyacente, de lo que se discutió en esta campaña: el dólar, el cepo, la inflación, la competitividad, el gasto público. Todo tiene que ver con el “modelo K”.
En la de 2003, el país estaba recién rebotando de la gran crisis de 2001/2002 por lo que daba la impresión de que todo estaba por hacerse. Por eso esta elección, en ese punto, se parece más a aquella de 1999, cuando los signos negativos de la convertibilidad eran palpables, pero a la vez había un gran miedo a la salida.
¿Y Mendoza?
Nuestra provincia arrastra no sólo los problemas de la economía nacional sino también los generados por una gestión ineficiente, que la han llevado a una crisis financiera y fiscal que llevará tiempo remontar.
Por eso, quizás, las esperanzas sobre el futuro parecen menguadas acá: sólo un boom económico improbable y difícil por el contexto mundial podría aliviarnos.
Tanto Scioli como Macri han dedicado en su campaña promesas a Mendoza: mejoras de competitividad y ayuda extra para nuestra producción agrícola, en particular la vitivinicultura; inversiones petroleras; recuperación ferroviaria y también obras públicas como diques, rutas y casas.
Olvidado ya su apoyo en junio al candidato a la gobernación peronista, Scioli aseguró que el compromiso que firmó con Adolfo Bermejo lo ejecutará igual con el gobernador electo y radical Alfredo Cornejo.
En el último tramo, sus promesas llegaron vía emisarios o a la distancia, porque después de las PASO sacó a Mendoza de su agenda de visitas para evitar hacerse cargo de los problemas que tiene la gestión de Francisco Pérez.
Ante la retirada sciolista, Macri pareció reforzar sus visitas y apariciones tanto con Cornejo como con Julio Cobos, así como subió la apuesta de sus anuncios para captar los votos locales.
Más allá de quién gane la presidencia, la provincia necesita de inversiones públicas y privadas, otro marco económico nacional pero, sobre todo, de buenas ideas para salir del pozo en que ha quedado sumergida.
El peor año del peronismo
Aunque un triunfo hoy de Scioli en primera vuelta aliviará sus pesares, el peronismo mendocino llega a esta votación con una carga extra: hasta ahora, no ganó en ninguno de los domingos electorales de este año y eso que hubo muchos.
PASO de Capital y San Carlos, PASO provincial, general de Capital y San Carlos, general provincial, PASO nacional y PASO de Godoy Cruz. Van seis y todas derrotas. Un festejo nacional le permitirá disimular su crisis. Un balotaje presidencial no le dará ni consuelo.
La campaña, o mejor dicho la no campaña desde las PASO, sobre todo, reflejó el estado de ánimo en el que se encuentra el aún oficialismo provincial, que no se repone tras haber perdido la gobernación.
Los candidatos a senadores nacionales Anabel Fernández Sagasti y Omar Félix (ambos con más intensidad), y los aspirantes a diputados Rubén Miranda y Guillermo Carmona, buscaron votos cada uno por su lado. Nunca hubo coordinación entre ellos ni trabajo en equipo.
Sin mucho que perder ya, más que alguna banca nacional, todos han optado por resguardarse. La mira está puesta en el día después de la definición presidencial, porque recién en ese momento podrán exteriorizar lo que vienen callando desde junio y se desatará la verdadera batalla por la conducción del PJ en la oposición.
El radicalismo y sus aliados locales del PD, el Pro y demás ya se dan por hechos con la sucesión de triunfos: el gobierno provincial al que volverán luego de ocho años y los seis municipios que le sacaron también al peronismo en junio.
Por eso, quizá, se muestran seguros de lograr hoy las dos bancas de senadores nacionales que le corresponden a la mayoría. También dan por descontadas dos bancas de diputados. La única duda es si lograrán una tercera o quedará para el massista Carlos Marcelo Sicilia.
Más allá de las pequeñas disputas locales, el país empieza a cambiar y lo que viene, por ahora, es un gran interrogante.