Trayendo en sus mochilas una historia milenaria, el vino en el mundo se ve sometido a reglas competitivas y cambios de tendencias que son un poco irrespetuosas de esas historias, pero sobre todo, van en contra de la capacidad de respuesta biológica de esta bebida que es natural, que se elabora y no se fabrica.
A pesar de todos los avances, del descubrimiento de nuevas características varietales, de la incorporación de tecnología, el consumo de vinos a nivel mundial ha bajado en términos per cápita, pero han aparecido nuevos países productores y se han multiplicado las propuestas.
Una de ellas fue la aparición del malbec, una variedad de origen francés que llegó a la Argentina en una etapa anterior al ataque de filoxera en Europa y se pudieron consolidar cepajes que se adaptaron maravillosamente a los valles productivos de Mendoza. Desde la década de los 80 del siglo pasado comenzó una transformación, de la mano de agrónomos y enólogos, que llevó a conseguir un producto que asombró al mundo.
Los primeros vinos de la década del 80 fueron evolucionando y podría decirse que han aparecido nuevas propuestas basadas en esta variedad. Pero la revolución del malbec, que impactó hasta la primera década del siglo 21, sirvió para que la variedad fuera probada en otros países y en otras regiones argentinas. En Mendoza, incluso, aparecieron nuevas regiones y microrregiones. Hoy al mercado de EEUU llegan vinos malbec de Australia, Chile, Uruguay, Bolivia e incluso de Francia y Estados Unidos.
Debido a la pérdida de competitividad de nuestro tipo de cambio desde 2010, Argentina decayó en su posicionamiento en los mercados, aunque el malbec siguió creciendo.
Mientras tanto, desde las organizaciones empresariales, especialmente Wines of Argentina (WOFA), se siguió con las promociones y de estas ideas nació el Día Mundial del Malbec.
En los mercados globales hoy se consumen tanto vinos blancos como de color, y el volumen se mueve en un límite de u$s 20 por botella. Más caro es posible, pero son mercados con poco crecimiento y más ligados a consumidores de 50 a 75 años. En la franja más baja se mueve el nuevo gran mercado, que será cada día más grande, donde habitan los "millennials".
Los estudios de mercado revelan que una importante franja de consumidores conoce el malbec, pero en las franjas más jóvenes aún es identificado como un vino de alto precio y demasiada complejidad. Las recomendaciones indican que hay que hacer más publicidad y aumentar las ofertas varietales. Aunque se quiera recrear el concepto del origen argentino, pareciera un objetivo poco efectivo dada la proliferación de la variedad en tantos países.
Con las limitaciones que impone la biología propia de la vid, la industria debe darse una dinámica mucho más prospectiva para poder adelantar los posibles cambios que se darán en los gustos de los consumidores. Muchos de ellos vendrán plasmados desde la niñez por influencias de otro tipo de productos o transmisión cultural.
Para esto hacen falta fondos, y también personas entrenadas para anticipar escenarios futuros. Los fondos se pueden conseguir, comprometiendo a la Nación acerca de la importancia de tener uno de los pocos productos que llevan la insignia "Hecho en Argentina". Lo más complejo, que lleva tiempo y exige entrenamiento, es tener las personas que posean la capacidad de visualizar dichos escenarios y transmitir como en un engranaje al resto de los actores los caminos que se deberá recorrer.