Por Jorge Sosa - Especial para Los Andes
Nosotros, los citadinos, habitantes de esta ciudad con ínfulas de metrópolis, solemos escuchar historias fantásticas de zonas rurales y nos reímos cancheramente con cierto énfasis burlesco y actitud de superados, pero cuando estamos in situ, ahí donde dicen que aparece el Lobizón, o donde vive el diablo, o donde se ha visto la luz mala, y es de noche, y estamos solos, somos capaces de olvidarnos de nuestras valentías ciudadanas y usar de inodoro a nuestra propia ropa interior. ¿No sé si capta la sutileza?
Dicen que era un pagador del ferrocarril cuando, allá por Uspallata, estaban colocando las vías del transandino que uniría nuestro país con el vecino país de Transán. Dicen que vestía muy bien, por eso se lo conocía como futre, que es sinónimo de elegante, dandy, bien vestido. Algunos afirman que era chileno, otro que era inglés. No importa mucho, el idioma o la tonada al hablar, no iban a tener trascendencia en su inmortalidad.
Llegaba de la ciudad hasta donde las vías llegaban y desde ahí montaba a caballo para alcanzar en la avanzada de los rieles, a los que estaban en la punta del emprendimiento, nivelando terreno y agujereando cerros, para entregarles la paga del mes. Dicen que un día, mientras su caballo subía cansinamente por una cuesta del terreno, se le ocurrió la idea dañina; el diablo metió la cola.
Miró las alforjas abultadas por el dinero, sintió que el matungo podía resistir una huida prolongada y se dijo: “¿Por qué no? ¿Por qué repartir si todo este dinero puede ser mío?” y varió su camino rumbo a lo que él creía iba a ser su bienestar.
Pero los obreros del ferrocarril de entonces no eran bebés de pecho que se fueran a quedar con los brazos cruzados mientras robaba sus sueldos nada menos que un cajetilla. Lo buscaron, lo encontraron, y le cortaron el pelo demasiado al ras, es decir: lo degollaron. Hasta aquí una historia que tiene sus variantes, porque con los mitos ocurre como con los pescadores, cada uno tiene su versión, su tamaño y su mentira.
Es posible que en la época en que ocurrió, el “marulocidio” haya impactado notablemente en los asentamientos de la montaña. Hasta que, al pasar el tiempo, comenzaron las apariciones y la desapariciones. Que la nena no volvió a casa anoche, dice que la atacó un hombre descabezado que, a lo mejor, era una excusa de la nena para no ventilar el nombre del futuro padre de los mellizos; que el Alan Brito Delgado dice que anoche se topetó con un jinete detestado que lo atacó junto a las vías, a lo mejor era un invento del Alan para justificar una de sus habituales mamúas, ya que en el poblao era conocido como “ Casona vieja”: cada salida una tranca.
La cuestión es que el desafortunado chorro volvió desde la muerte para instalarse en la imaginería popular, para formar parte de fauna del terror de esos lugares cordilleranos y para cambiar la jerarquía del sustantivo: de futre, al “El Futre”. Los relatos coinciden en forma y lugar. Un jinete sin cabeza, muy bien vestido, que aparece en las adyacencias de las antiguas vías y no dice nada porque no tiene como decir. Se cuentan por cientos los encuentros cercanos del tercer tipo que han tenido los lugareños con él y se le atribuyen crímenes y desapariciones.
Cuando en las noches de Uspallata alguien escucha un relincho lejano, El Futre vuelve a estar en boca de todos, menos de El Futre, porque no tiene. Analizando el hecho tal vez haya sido una premonición de lo que nos está ocurriendo en estos días, una señal de lo que nos está aconteciendo.
Marquemos las coincidencias: tantos ferroviarios que fueron engañados, la inseguridad que nos rodea, los hechos de corrupción en las obras públicas, mucha gente que está en la vía, algunos empresarios que siguen andando en tren de farra y muchos políticos que nos rodean que parecen no tener cabeza.
Sí, tal vez El Futre no sea sólo un mito, sea un recuerdo del presente.