El fútbol y la degradación cultural

La falta de normas -la anomia- y el rechazo a la autoridad -la anarquía- están haciendo estragos en la cultura política y social argentina.

El fútbol y la degradación cultural
El fútbol y la degradación cultural

Toda la tragicomedia acontecida acerca del partido de fútbol entre Boca y River es apenas la gota que rebalsó el vaso de una cultura política y social agónica, en gravísima crisis, que encuentra a la Argentina muy mal parada frente a sí misma y al mundo. Como que una inmensa trama de corrupción y de inoperancia se hubiera convertido en un inexpugnable muro que expresa la imposibilidad de hacer, obligándonos a repetir una y otra vez (cada vez más incrementado) el mismo error ante la imposibilidad de poder corregirnos en casi todos los temas.

Dos palabras navegan por toda nuestra historia con su inmensa carga negativa y en estos momentos parecen haberse detenido en el presente para no dejarnos vivir en paz. Nos referimos a la anomia y a la anarquía; vale decir el rechazo general a respetar toda ley o norma, y -más profundo aún- el desprecio a cualquier forma de gobierno, ni siquiera de autogobierno, porque todos los límites de la prudencia y del control parecen haber estallado.

Una sociedad absolutamente enferma de corporativismo hace que cada grupo sólo piense en sí mismo, siempre en contra de los demás, y que a la vez cada miembro de cada sector se satisfaga en su propio individualismo sin pensar en nada que lo trascienda. De ese modo toda institucionalidad se trastoca en algún tipo de mafia que reemplaza la legalidad por sus márgenes y va enfermando a las organizaciones, quienes dejan de cumplir las funciones para las que fueron establecidas y caen en brazos de todo tipo de corrupción, la enfermedad final nacida de la anarquía y la anomia, ambas ya definitivamente instaladas en el cuerpo social.

Ha devenido una práctica usual y casi normalizada la violencia producida por piedras y todo tipo de objetos contundentes para tratar de impedir cualquier evento público. Ya sea en un estadio deportivo como en el Congreso. Sus protagonistas, aunque terminen detenidos, apenas entran en la comisaría o el juzgado, al instante salen de ellos para proseguir con sus desmanes y tropelías. Las sanciones de tan leves, se han vuelto inexistentes.

La transformación de las prácticas institucionales en modalidades corporativas produce que la falta de transparencia predomine en los usos y costumbres, entonces las formas delictivas se apropian del funcionamiento de la sociedad y ya nadie confía en nadie. En particular en las dirigencias de todo tipo corrompidas por innumerables vicios.

Los políticos se apoderan de las conducciones deportivas para incrementar su poder e influencia. Para ello convocan a los marginales de siempre a fin de que les sirvan de grupos de choque. Las fuerzas de seguridad, por su lado, no pueden impedir que parte de sus miembros entren en complicidad con los que lucran, en esta oportunidad con el fútbol (como podría ser en tantos otros deportes u actividades no exentas de caer en las mismas anomalías), y entonces el cóctel explosivo está armado.

Por ende, ya no sólo no es posible jugar un mero partido con público visitante, sino que hasta el local deviene peligroso. Incluso el juego sin público probablemente no se pueda practicar frente a las bandas que rodean los estadios con sus piedras, sus iras, sus broncas y sus secretos mandantes.

A esta altura de la situación, no sólo no se puede jugar un partido de trascendencia internacional en el país, sino que hasta las diferencias sobre si se debería jugar o no impiden cualquier acuerdo entre los clubes en competencia. El presidente de la Nación también interviene diciendo lo contrario de lo que dicen los dirigentes deportivos y cada jurisdicción política institucional se enfrenta con la otra, sin saber ninguna a ciencia cierta como poder conducir las situaciones críticas.

En síntesis, un panorama desolador que apenas es la expresión visible de conductas sociales muy degradadas con que inescrupulosos de todo tipo han lesionado la cultura de los argentinos buscando sacar lo peor de la misma para ponerla al servicio de los intereses más facciosos.

Es preciso que Argentina y los argentinos recuperen los valores y los principios si no queremos que el abismo sea el único destino de este tiempo tan angustiante para la Nación.

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