El fundidor que se negó a trabajar para San Martín

Eran tiempos de guerra y sobre las espaldas del Libertador caía el peso de una cuenta regresiva: Mendoza debería estar preparada para la llegada de los realistas. El plan era fabricar municiones, en buena cantidad, en Cuyo... ¿Alguien se animaría a decir

El fundidor que se negó a trabajar para San Martín
El fundidor que se negó a trabajar para San Martín

Hace 200 años, los mendocinos vivían momentos de gran tensión y angustia. Y no era para menos, ya que el ejército realista, que había tomado el territorio chileno en octubre de 1814, amagaba con invadir por la cordillera el suelo cuyano. Lo que hacía peligrar la revolución patriota.

El entonces gobernador de Cuyo, José de San Martín, estaba desesperado, ya que contaba con escasas tropas y pertrechos para la defensa de Mendoza. A esto, se le agregaba que muy pocos mendocinos estaban a favor del nuevo gobierno del Río de la Plata, ya que en su mayoría apoyaban la causa realista o eran neutrales.

Sin pérdida de tiempo, el mandatario de Cuyo intentó ejecutar un plan para fabricar en la capital cuyana algunos pertrechos de guerra.

La primera iniciativa fue fabricar balas para las escasas piezas de artillería que existían en los cuarteles de la ciudad.

Con ese motivo, San Martín convocó a un español llamado Antonio Sáez, quien poseía una experiencia como fundidor de campanas.


Cuando fundir no era cosa de niños
El arte de la fundición era en realidad un oficio en donde se debía tener un completo conocimiento y una gran experiencia.

A principios del siglo XIX, el entonces guardián del convento de ex Jesuitas -que en ese momento pertenecía a los franciscanos- contrató desde Córdoba al obrero Juan Mendoza, para la fundición de unas campanas.

El cordobés se estableció en la ciudad por varios meses y comenzó con su trabajo. La congregación de esa Orden religiosa entregó una gran cantidad de bronce para su ejecución.

El artesano, preparó el molde y luego realizó la colada. Dos días después, retiró la cubierta del molde y cuando se disponía a realizar el pulido y cincelado de la campana se dio cuenta que estaba rajada. El responsable de los franciscanos se enojó con el fundidor de campanas y lo despidió en el acto.

Tiempo después se lo llamó a Antonio Sáez, un peninsular que conocía sobre este arte. Aquel hombre realizó la fundición y el pulido de la campana con gran éxito. Así, Sáez se convirtió en el único  fundidor de campanas en todo Cuyo. Además, su trabajo se extendió a otros artículos y útiles de bronce.


Llamen al fundidor
Como decíamos, a fines de 1814, el entonces gobernador José de San Martín necesitaba con suma urgencia conseguir un fundidor para producir piezas de artillería o balas de cañón. Entonces se enteró por un cabildante que en una casa del cuartel 4 de la ciudad, vivía un tal Antonio Sáez quien años atrás había trabajado en la producción de campanas.

Sin pérdida de tiempo, el Libertador pidió a su secretario Manuel J. Amite Sarobe que enviara una nota para convocarlo a trabajar en la fundición de balas.

Pasaron los días y sin tener contestación de la nota, el primer mandatario de Cuyo lo citó urgente a su despacho.

Un colaborador partió hacia la casa del fundidor y le comunicó la necesidad imperiosa de que concurriese hablar con San Martín. Inmediatamente, el español marchó hacia el Cabildo. Allí se entrevistó con el coronel mayor quien le manifestó la necesidad de contratarlo con la misión de fundir balas de cañón de unos 8 centímetros de diámetros.

Antonio Sáez, con absoluta sinceridad le contestó que él, de ser fundidor, no realizaría el trabajo, ya que estaba a favor del rey Fernando VII y en contra de los patriotas.

A pesar de declararse opositor de la causa americana, San Martín estuvo de acuerdo y no le amonestó por pensar diferente. Simplemente le agradeció y el español Sáez partió hacia su casa.


Un recurso salvador
A la negativa de Sáez, el gobernador llamó Pedro Pascual Rodríguez, un patriota de origen chileno quien desde octubre de ese año, residía en la ciudad cuando llegó con los exiliados trasandinos.

Rodríguez se desempeñaba como ensayista químico y ex ministro de la casa de la Moneda en Santiago de Chile durante el período colonial. Adicto a la causa americanista, no se negó en ejecutar lo pedido por el coronel San Martín y sin pérdida de tiempo, el químico comenzó su labor junto a varios ayudantes.

Para esta misión el gobierno le dio el equipo y materiales necesarios para esta delicada tarea. El ensayista patriota y su grupo trabajó incansablemente para realizar su cometido.

En varios meses había fundido más de 50 balas para las piezas de artillería que por orden del gobernador intendente, fueron enviadas en carretas a la guarnición de San Juan.

Este establecimiento funcionó por unos meses y fue cerrado por la ausencia de Rodríguez que fue pedido por el gobierno nacional para trabajar en la fábrica de armas en Córdoba.

Momentáneamente el coronel mayor San Martín pudo suplir esa gran necesidad y lo más importante de esta historia fue que el español Antonio Sáez, no recibió sanción, ni persecución alguna por no estar a favor de la causa patriótica.

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