El Fuerte Apache mendocino: así se vive en un barrio que quiere cambiar

Ha sido escenario de violentos hechos policiales. Allí, seis vecinas y un párroco comenzaron a renovar el complejo de ocho torres. 

El Fuerte Apache mendocino: así se vive en un barrio que quiere cambiar
El Fuerte Apache mendocino: así se vive en un barrio que quiere cambiar

Unos pibes hacen malabares entre los pasillos del barrio. Dicen que es "para los semáforos". Mientras, un grupo de vecinas se prepara para tomar unos mates en ese mismo lugar. Son seis mujeres del complejo conocido como Fuerte Apache -que en realidad se llama Alto Mendoza II- y han decidido cambiar su realidad. 

Éste es un barrio de los calificados "difíciles" en la Ciudad mendocina. Está próximo al San Martín y lleva a cuestas el nombre de "solución habitacional", que dista mucho de hacer honor a eso de "solución", por motivos que más adelante se detallarán. 

El lugar, en el que viven 56 familias con más de 75 chicos en las torres de la A a la H, nació en 2000 y fue parte de un programa conjunto de la Municipalidad de Capital y del Instituto Provincial de la Vivienda (IPV) con financiamiento del Fondo Nacional de la Vivienda (Fonavi).

Sí, no tiene ni 20 años, pero los departamentos agrupados en ocho torres -con excepción de algunos- ya lucen devastados. Paredes descascaradas, medidores del gas sin gabinetes, pasillos oscuros, calles de tierra, cloacas que se tapan o una cisterna que abastece de agua potable y que no alcanza, son algunos de los problemas que enfrentan los vecinos. Y eso sin poner el foco en la inseguridad, el principal de los inconvenientes. 

"Somos todos trabajadores. Pero es complicado para los que somos dueños, porque los que usurpan no se preocupan por cuidar nada, ya que no es suyo. Desde que nos instalamos, sólo vivimos bien una semana, pero después pasamos al olvido", cuenta Angélica (50), quien estrenó su departamento en 2000.

Nicolás (39), que también creció en el barrio, prefiere referirse a la reunión que están celebrando en ese momento en plena calle: "Ésta es una oportunidad de juntarnos entre los vecinos jóvenes y cambiar la historia. Queremos ser protagonistas de las cosas buenas, no sólo de las malas". 

Juguemos al allanamiento

En su canción "Giros", Fito Páez cantaba que "no todo el mundo tiene primaveras", y también que "todo da vueltas y casi ni se nota". Así de desapercibidos pasan para el Estado los habitantes del Alto Mendoza, un lugar tan poco visto (aunque sólo está a cinco minutos en auto del microcentro), que no parece que perteneciera a nuestra misma geografía.

Pero en contraste con esa invisibilidad, los nombres marcan. El Fuerte Apache mendocino lleva esta denominación por sus similitudes -a menor escala- con el gigantesco barrio de la localidad de Ciudadela, en el Gran Buenos Aires, y que también tiene su nombre oficial (Barrio Ejército de los Andes). En aquel célebre complejo habitacional nació el jugador de fútbol Carlos Tevez, cuyo sobrenombre ("El Apache") no deja al ídolo de Boca salir nunca de su lugar. Lo dicho: los nombres marcan.


Precario. En el lugar, además de que los servicios están deteriorados, reina la inseguridad. | José Gutiérrez / Los Andes
Precario. En el lugar, además de que los servicios están deteriorados, reina la inseguridad. | José Gutiérrez / Los Andes

"De acá capaz que sale un Carlitos", dice el padre Marcos, cura de la parroquia Virgen de los Pobres, que está en el cercano barrio San Martín. "No, un Tevez no, capaz que un Juanfer Quintero", agrega con una sonrisa Florencia González (29) señalando a su hijo, que lleva puesta la camiseta de River.

Los chicos se divierten contentos. Es una tarde tranquila en el complejo. Pero no todos los días es así. Un día antes de esta nota, hubo un procedimiento policial en el mismo lugar en que ahora las mujeres toman mate. No es una imagen extraña para los vecinos.

De todas formas, el barrio supo tener épocas más tormentosas. De hecho, la conflictividad llegó a ser tal, que los niños comenzaron a "jugar al allanamiento" entre ellos. "Acá hubo muertes muy jodidas. Los niños jugaban al allanamiento y gritaban '¡Todos al suelo!' como parte del juego. Se reían cuando lo hacían. Después simulaban dispararse entre ellos", describe Angélica mostrando la naturalización de una situación límite.

Por ejemplo, el año pasado Nelson David Caco Montenegro, un fugitivo de la policía, apareció calcinado en el medio de uno de los patios del lugar. Un año antes, un vecino había amenazado con una granada a los efectivos que habían ido a buscarlo al lugar.

Historias así, con condimentos similares, se repiten entre las tantas que cuentan los residentes.

Vivir a la defensiva

Durante la época más peligrosa, muchos de los dueños originales dejaron sus departamentos y quedaron apenas 14 vecinos en situación legítima. El resto huyó despavorido, arrasando con las casas en las que vivían ante los casos de violencia. Fue cuando comenzaron a llegar los usurpadores. "Se llevaban los techos, los marcos de las ventanas. No dejaban nada. Fue tan terrible que la policía ocupó uno de los departamentos para custodiarnos. Estuvieron dos años. Cuando se fueron, volvieron los usurpadores", cuenta Andrea.

Fue en ese momento en que llegó Florencia, que usurpa uno de los departamentos del complejo. Belén Villegas (31), que es ama de casa y vive en un piso debajo del de Florencia, cuenta que prefirieron avisar a ella del lugar vacío antes de que otra gente la ocupara. "Los chicos venían en grupos a drogarse ahí. Así que la buscamos para que lo ocupara", dice. "Después no me fui más", añade Florencia.

Angélica, que es la que más habla en el grupo, cuenta que el mal llamado Fuerte Apache mendocino es un lugar de fuga, y que hay pasillos donde se construyeron barricadas para evitar que los malvivientes pasaran por allí. "Todos los días hay corridas con móviles policiales. A veces no nos queda otra que vivir a la defensiva para alejarte de los delincuentes. Es lamentable pero es así. Tenés que ir viendo las caras y protegerte", remarca.

Abandonados

Angélica invita a ingresar a su departamento del primer piso de una de las torres. En la puerta, tras pasar una leonera, un perro de hocico canoso tiene una mirada en la que se percibe que lo vio todo. 

Desde el balcón se ven las calles de tierra, autos abandonados, negocios que venden gaseosas, cervezas, fernet o alimentos. Un humilde "microcentro". Dentro de la vivienda todo está impecable: la ropa planchada, el sillón esponjoso. Su hija tiene desparramadas en la mesa del comedor los textos que usa para estudiar una de las materias del profesorado de nivel inicial. Ambas piensan que no hay otra forma de progresar que la educación. 

Cuenta que hace dos décadas el barrio era lindo pero a la semana eso terminó. "Si el vecino de arriba dejaba abierta la canilla se inundaba todo. Las habitaciones son muy chicas, sólo cabe un matrimonio con un hijo y acá hay familias de 10 personas", describe.

Angélica accedió al lugar porque compró una carpeta al presidente de una cooperativa. Los planes de vivienda eran ofrecidos entre los vecinos del barrio Flores y Olivares, también de Capital. "Eran cuotas a 20 años (que se cumplen el año que viene) de cuotas fijas de $ 135. Eso pago hoy en día", asegura. "De todas formas muchos no pagaron, se fueron yendo y nadie reclamó nada", agrega.

La vecina dice que muchas veces les dijeron que tenían que agradecer por tener casa propia pero que lo sentían como una burla. "Hoy nuestra situación es de indigencia. Acá sabemos que no podemos arreglarlo todo de un día para el otro. No tenemos veredas, entran autos de todos lados, todo el tiempo, queremos mejorar", se sincera.

Lidiar con la mala fama 

Andrea asegura que la intención de las seis vecinas que suelen juntarse en la vereda es cambiar la fama del Fuerte Apache, dejar atrás un nombre que los estigmatiza, e instalar la denominación Alto Mendoza II. Por ejemplo, los vecinos del barrio San Martín no los reconocen como parte de los suyos y, cuando van a hacer un trámite, la mayoría de los funcionarios municipales no ubican el lugar. Para peor, cuando van a pedir trabajo son discriminados sólo por mencionar su lugar de residencia.

"Acá no entra el correo, no entra el recolector de basura, nadie. Ni siquiera nos vienen a poner la antena de la televisión satelital, los que la podemos pagar. Los taxis llegan sólo hasta el Hospital Lagomaggiore (a unos 300 metros). Es como si no existiésemos", se lamenta Belén.  

Tienen una difícil misión porque no son muchos los vecinos dispuestos a ayudar. "La mirada está puesta en vivir mejor. Hemos empezado a hacer bingos para arreglar las cloacas, para poder lavar el tanque cisterna desde donde sale el agua que to
mamos y que no ha tenido mantenimiento en 10 años. También queremos arreglar los gabinetes del gas, que son una bomba de tiempo",
relata.

Más allá de estas acciones concretas, lo que han logrado es conectarse, reconocerse en el otro. Así lo cuenta Andrea:  "Antes era sólo un 'hola y chau', sin comprometerse con el vecino. Hoy te saludan, te abrazan, te dan fuerza".  

El Padre Marcos, por su parte, dice que están en etapa de conocerse a ellos mismos. "Están aprendiendo a hacer cosas por el barrio. La gente va apostando de a poco a crecer. Pero necesitan dinero para obras que les hacen falta", opina.

Las mujeres saben que han dado el primer paso, que están encaminadas hacia una vida mejor. Tienen la voluntad fuerte. Quieren que los niños de hoy tengan un futuro digno, sin tener que sentir el barro en los pies cuando vayan a estudiar. "Empezamos a poner la parte que nos toca. Sabemos que hay mucho por hacer", afirman convencidas.

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