Se le pasa el plumero al orgullo, se le hace un mimo al ego, se sacan las patas del barro para comenzar a transitar, al menos un poco, sobre el asfalto. Se le rinde pleitesía a la historia, se le devuelve la sonrisa al hincha y se lo vuelve a poner a Gimnasia en la agenda diaria del deporte mendocino con algo de la relevancia que se amerita. Al menos algo. Gimnasia era mucho para el Argentino B y por eso irse era decreto de necesidad y urgencia.
Lograr el ascenso es todo un mérito por sí solo, pero hacerlo de la manera que lo hizo el equipo de Toti Arias duplica la valía. Lo hizo con glamour, con exquisitez, con magnificencia y rindiendo a sus pies rivales de renombre como los mismísimos Racing de Córdoba y Altos Hornos Zapla, y a otros de no tanta historia pero que fueron huesos duros de roer como Las Palmas o Unión Aconquija.
El camino fue largo: sinuoso en el inicio y en el que también se vivieron momentos de incertidumbre, sobre todo en aquella semana pos derrota en Morteros. Nada hizo renunciar al manual de estilo, se actuaba por convicción. Se llegó a destino con los modos que se pretendían desde el arranque. De a poco se iba ir llenando el Víctor Legrotaglie con simpatizantes que querían ver con sus propios ojos esas maravillas que contaban de Oga y compañía por la radio. Incrédulos, retornaban a calle Lencinas tras muchos años de ausencia. La larga época de vacas flacas había ahuyentado a la mayoría de los viejos simpatizantes del Lobo, esos acostumbrados al paladar negro y al fútbol de galera y bastón. Y no le habían mentido en nada.
La orquesta de Oga era lo más parecido a Los Compadres que habían visto en años. Por eso celebraban, por eso agitaban la remera blanquinegra por sobre sus cabezas, por eso dejaban escapar alguna lágrima en su mejilla. El tiempo parecía no haber pasado y eran niños gozando como aquella vez en los viejos Nacionales. El corazón, a veces, tiene razones que la propia razón nunca entenderá. Las pulsaciones se aceleraban, el brillo volvía a la retina y la alegría al alma. Gimnasia volvía a jugar bien al fútbol, retornaba a sus raíces, respetaba su esencia. Y eso era motivo de una inmensa alegría. El ascenso, pasaba a segundo plano.