Soy una persona de la última generación que vivirá jamás sobre la tierra. Me ha tocado vivir eventos espeluznantes que ningún ser sobre la tierra está, estuvo ni estará preparado para vivir.
Jamás hubo un fin tan horrible, tan definitivo en la historia. Nada en nuestra cadena genética nos prepara para lo que nos ha tocado. Es el fin.
El fin de la historia, de la filosofía, de las doctrinas, de las guerras, de los países, de la tierra y el mar.
Este final no es poético, y de tan final que es, es el fin de los fines... Jamás inventamos un nombre para este final.
Es la hora del silencio universal, es nuestro fin, pero posiblemente sea un chasquido en el espacio y un minúsculo instante en la historia del universo.
Por horrendo que haya sido cualquier evento en el pasado, siempre volvió a salir el sol, siempre... siempre el día se mantuvo impasible, y la noche indiferente a los sucesos oscuros del hombre.
Eso se acabó, por primera vez el día y la noche rompieron su danza pendular en nuestro planeta.
Algún coloso celeste inesperado, de inescrutable procedencia golpeó la luna y la sacó de su camino acercándola demasiado a la tierra.
Acabo de abrir la puerta de calle y lo que veo es imposible, es ominoso: la luna es un semicírculo gigante de color marrón opaco que ocupa todo el cielo boreal.
Le puedo ver nítidamente los cráteres.
Hace rato dejamos de sentir nuestros cuerpos, todo cambió, el movimiento es muy extraño. Sé que no estaremos ya cuando el sol queme la atmósfera y menos cuando fagocite la tierra en fugaz incandescencia.
Mi madre reza, ruega en la sala oscura. Un estrépito amplio… un pitido en los oídos.