El comediante George Carlin solía decir que él fue católico “hasta que alcancé la edad de la razón”. Para Carlin, eso ocurrió poco antes de entrar en la adolescencia, cuando todas sus angustiantes preguntas sobre la fe recibían la misma respuesta: “Bueno, eso es un misterio”. Por supuesto, como inconformista toda su vida, Carlin también se preguntaba si estaba bien que los vegetarianos comieran galletas de animalitos.
Pensé en él al estar leyendo el más reciente y revolucionario documento del papa Francisco, la exhortación apostólica Amoris laetitia, “La alegría del amor”. El título establece el tono de la continuación de una revolución pacífica. Nótese que no se llama el trabajo del amor, el deber del amor o la insoportable carga del amor. Más bien, el Pontífice da a entender que puede uno pasársela muy bien en las relaciones humanas. Y en sus 256 páginas, incluso podemos encontrar una alusión a la “dimensión erótica” del amor y a la “agitación del deseo”. Sí, está hablando de sexo. El Pontífice lo aprueba y de muchas maneras.
Y aunque los escépticos se sintieron defraudados porque el reciente documento no cambia la doctrina de la Iglesia respecto de los católicos divorciados y los que se casan con personas de su mismo sexo, sí señala el fin de una carga medieval muy particular: el sentido de culpa en la Iglesia Católica, especialmente en lo que se refiere al sexo.
Aclaremos, él no está hablando aquí de la culpa que deberían sentir los clérigos y sus alcahuetes que durante generaciones cometieron delitos de maltrato sexual contra jóvenes, un cáncer institucional ligado con su propia y horrible patología.
No, la nueva doctrina de una Iglesia que se declara menos crítica se dirige a la vida cotidiana de las personas que piensan que no tienen por qué estarles recordando sus fallas a cada momento, todos los días. Al hacer énfasis en lo incluyente y lo positivo, la Iglesia de Francisco se esfuerza por ser más una “familia moderna” que una “negativa monástica”, e incluso dejará pasar algunas cosas. “Nadie puede ser condenado para siempre”, asegura el Papa, que así parece descartar aquello de arder en el infierno por toda la eternidad. Y también ofrece consejos para mantener viva “la pasión”.
Todavía no hace mucho tiempo, escuchar la palabra “erótico” en labios de un hombre que había hecho un voto de castidad era algo que nos hacía sonrojar. La doctrina católica, establecida en estatutos espirituales que rigen la conducta humana, presenta una lista exhaustiva de infracciones enumeradas.
El sexo era algo sucio. El sexo era algo vergonzoso. El sexo era algo antinatural. Pensar en el sexo era malo. La misma premeditación era un pecado, como lo era también el simple coqueteo. El sexo tenía un solo y único objetivo: la reproducción. “El sexto mandamiento prohíbe toda impureza y descaro en palabras, apariencia y acciones”, era la admonición número 256 del Catecismo de Baltimore, el texto estandarizado usado para enseñar la fe católica en Estados Unidos desde 1885 hasta fines de los años sesenta del siglo XX.
La admonición número 256 también nos advertía de los peligros de la “curiosidad pecaminosa, las malas compañías, la bebida, la ropa descarada y los libros, los juegos y las películas indecentes”. Si eso ahora parecen los ingredientes de una buena fiesta, también podemos ver que este papa participa de la diversión a la mesa.
No podría decirles cuántos católicos conozco que están tratando de arreglárselas con las consecuencias de todas esas restricciones sexuales. Se preguntan si todavía hay gente cumpliendo condena en el purgatorio por los pecados veniales de la masturbación y las relaciones sexuales premaritales. La vida se resumía en puras prohibiciones y en pensamientos oscuros.
Como explicara alguna vez Jack Donaghy, el personaje interpretado por Alec Baldwin en “30 Rock”: “Ya sea que las cosas vayan bien o mal, o que simplemente estemos comiendo tacos en el parque, siempre existe una sensación de culpa demoledora”.
El mensaje anterior era éste: Si rompes las reglas, te condenas para toda la eternidad. ¡Debería darte vergüenza! El nuevo mensaje es: ¡Bienvenidos, pues el perdón está en el corazón de la fe!
El sexo es “un maravilloso don de Dios”, asegura el Papa. “La agitación del deseo o la repugnancia no es ni pecaminosa ni culposa”. Quienes viven en uniones maritales que no cumplen con el ideal ya no son vilipendiados como pecadores que deben ser despreciados. “Uniones irregulares” es el término que acuñó.
“De ahí que ya no pueda decirse que todos aquellos que están en cualquier situación 'irregular' están viviendo en estado de pecado mortal”, precisa. Esto lo podemos interpretar como una especie de perdón papal. Empero, por este tipo de lenguaje y por esta corriente de aire fresco, los católicos conservadores han renovado sus ataques contra el Pontífice. Un crítico llamó “La alegría del sexo” a la reciente exhortación. Bueno, pues sí, ¿por qué no?
La orientación del Papa será un alivio para los millones de católicos que viven en esas uniones ahora clasificadas como irregulares, si es que llegan a considerarla seriamente. La verdad es que una gran mayoría de católicos en Occidente ha dejado desde hace tiempo de poner atención a los dictados de la Iglesia sobre el sexo. En 2013, un estudio realizado en la Gran Bretaña encontró que sólo uno de cada diez asistentes regulares a misa se sentía culpable por usar métodos anticonceptivos, que la Iglesia desde siempre ha rechazado. La encuesta descubrió que los cristianos evangélicos y los musulmanes tenían más propensión a sentirse culpables por pecados sexuales.
El papa Francisco simplemente está reconociendo lo obvio. Como ha hecho en ocasiones anteriores, está utilizando palabras para cambiar opiniones, en lugar de batallar con los oxidados entresijos de la doctrina eclesiástica. De todos modos, desde el punto de vista de George Carlin, algunas cosas seguirán siendo siempre un misterio. Y una de esas cosas es el amor.