El éxito de Cristina, el desafío de Macri

Además de gestionar con eficacia, el nuevo presidente necesitará habilidad política para desarmar el “Relato”.

El éxito de Cristina, el desafío de Macri

Uno de los peores aspectos del legado económico que asumirá mañana Mauricio Macri es la apariencia de normalidad de la que se jacta la legadora, Cristina Fernández de Kirchner (CFK).

El fin de semana extralargo previo al cambio de gobierno ratificó esa sensación: centenares de miles de argentinos disfrutaron sus minivacaciones con escapadas a destinos turísticos o a alguna quinta o refugio de fin de semana.

Pero la apariencia es engañosa. El cuadro macroeconómico de la Argentina es delicado: las reservas internacionales son menores a las obligaciones inmediatas y el desborde fiscal y monetario -ya evidente en nueve años consecutivos de inflación anual de dos dígitos, en el podio de las más altas del mundo- se manifiesta en una aceleración de precios que es preciso detener antes de que asuma connotaciones graves.

En el tramo final de su gestión, CFK y su ministro de Economía, Axel Kicillof, lograron frenar el ritmo de la inflación, que en algún momento de 2014 sobrepasó el 40% anual, con el truco de la sobrevaluación del peso; esto es, el retraso cada vez más evidente del dólar respecto del precio local de los bienes y servicios.

El mismo mecanismo aplicado por Martínez de Hoz entre fines de 1978 y principios de 1981, con la infausta “tablita” cambiaria, y por Carlos Menem con el uno-a-uno entre el peso y el dólar. Esos esquemas duraron lo que duraron gracias a un fuerte endeudamiento externo.

Esta vez, el endeudamiento externo estuvo vedado por las condiciones de desenvolvimiento de la economía K, que desde 2007 entró en un default implícito mediante el truco del falseamiento de los índices de precios por los que se ajustan algunos bonos de la deuda, y desde 2014 en default técnico, por la negativa del gobierno a aceptar fallos adversos de la jurisdicción legal de Nueva York a la que había sometido voluntariamente los canjes de deuda de 2005 y 2010.

Así, el endeudamiento fue interno: a partir de 2008, mediante la reestatización del sistema previsional, el gobierno metió mano en la caja de los jubilados (presentes y futuros) y, a partir de 2010, mediante el inicialmente llamado “Fondo del Bicentenario” que el gobierno creó para pagar sus deudas saqueando el Banco Central.

En el último año y medio, el BCRA buscó disimular ese saqueo mediante un canje de monedas con China, equivalente a poco más de 11.000 millones de dólares. Descontando ese y otros trucos, las reservas del BCRA son hoy nulas y hasta negativas. Esto es, inferiores a los pasivos de la entidad, de la que depende la salud del sistema bancario y el valor de nuestra moneda, el peso.

El desquicio del Central, en el que también deben contarse la deuda de 360.000 millones de pesos que tiene con los bancos comerciales por la emisión de letras y pases con los que buscó neutralizar parte del Jauja monetario y los insensatos contratos de dólar futuro, por el cual la entidad puede perder hasta 70.000 millones de pesos en los primeros meses de 2016, es consecuencia del desquicio fiscal, obra directa de CFK y Kicillof.

Este año, el gasto público pasará los 1,4 billones de pesos, cifra que para hacer entrar en la cabeza es mejor poner en estos términos: son unos 3.860 millones de pesos por día, poco más de 160 millones por hora, casi 45.000 pesos por segundo. A lo largo de todo un año.

En la mente de muchísimos argentinos, sin embargo, la “década ganada” lo fue de verdad comparada con el calamitoso estado en el que estuvo la economía argentina en 2002, cuando el desempleo llegó a ser de 25% y más de la mitad de la población llegó a estar -aunque fuere por un tiempo- por debajo de la línea de ingreso de pobreza.

En rigor, la economía K tuvo tres etapas. La inicial y mejor, que el Relato describe como si aún continuara, fue de fuerte crecimiento, dólar ultracompetitivo (esto es, suele olvidarse, muy bajos salarios en el punto de partida), superávits gemelos, aumento de reservas, expansión del empleo privado y PBI creciendo a “tasas chinas”.

La segunda se inició entre fines de 2006 y principios de 2007: inflación ya de dos dígitos, mentira estadística para ocultarla, expansión continua del gasto público y, como consecuencia, reducción de los excedentes fiscal y comercial.

Esa etapa se agotó a fines de 2011, justo cuando CFK fue reelecta e impuso el cepo cambiario: ya no hubo crecimiento ni aumento del empleo (salvo en el Estado, sobrepoblado de familiares y amigos del poder, gracias a un nepotismo y clientelismo cada vez más descarados), las reservas jubilatorias y del Central fueron saqueadas y la inflación, aunque muy alta, no se espiralizó gracias al retraso del dólar.

Además, como última aspirina para aparentar normalidad, se introdujo el consumo en cuotas (ya no solo electrodomésticos sino incluso textiles, vacaciones, puro corto plazo) y se patearon los pasivos hacia adelante.

Así, por caso, el Tesoro y el Banco Central deben hoy entre 8.500 y 10.000 millones de dólares a importadores, y es un misterio cuánta deuda “flotante” (a proveedores, contratistas de obra pública, incluso empleados) encontrará el gobierno de Macri apenas abra los cajones de la contabilidad oficial. El DNU por el que la semana pasada CFK aumentó el gasto en 133.000 millones de pesos y la Decisión Administrativa por casi 8.000 millones de pesos (99,2% de los cuales son para pagar salarios) son sólo un anticipo de lo que queda, de lo que sí pudieron postergar un poco más.

Pero, como decíamos al principio, la apariencia es de normalidad y hasta de pujanza consumista, aunque la economía está estancada y el PBI por habitante de 2015 será inferior al de 2011.

Si quiere tener éxito, la gestión de Macri deberá combinar precisión quirúrgica en el inevitable ajuste macroeconómico para desactivar una crisis de proporciones, de ésas que dejan huellas y dolores en todo el cuerpo social, y habilidad política para explicar y administrar la verdadera situación.

La irresponsabilidad de más de doce años en el que el país malversó una de sus mejores oportunidades históricas de dar un salto al desarrollo no puede tener la nostalgia como premio. El desafío de Macri es que la convocatoria al esfuerzo y la recompensa de la reconstrucción le gane a la retórica de un Relato mentiroso pero, como tal, exitoso.

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