Los ingeniosos de siempre, que nunca faltan en nuestro país, dicen que el estornudo es resfrío en aerosol. Nos sorprende siempre el estornudo. Algunas veces se nota que va a llegar, se presiente, entonces uno manotea el pañuelo antes de que se produzca el desparramo y la mayoría de las veces no llega a tiempo.
Un estornudo es un acto reflejo convulsivo de expulsión de aire desde los pulmones a través de la nariz, fundamentalmente, y, eventualmente, por la boca. O sea una lluvia de huevadas nocivas que viene del interior y como un aluvión nos desborda.
Por lo común es provocado por partículas extrañas que provocan la irritación de la mucosa nasal. El estornudo puede diseminar enfermedades mediante el lanzamiento de vectores en el aire llenando de porquerías el ámbito de la explosión nasal.
La irritación estimula la sensibilidad de la nariz y ello provoca una fuerte y muy rápida inhalación de aire ¿aproximadamente dos litros y medio? que pasa a los pulmones. En ese momento es cuando los músculos abdominales hacen subir repentinamente al diafragma para aumentar la presión en los pulmones.
Mientras tanto, los músculos de la faringe se abren y se cierran también. El aire sale entonces disparado por la nariz a una velocidad promedio de entre 50 y 70 km/ hora, 75 cuesta abajo.
Bien podría correr el estornudo la Vuelta de Mendoza. La saliva que acompaña al aire puede cubrir un área de unos 7 metros cuadrados, provocando casi un país de asquerosidad.
Para una persona es muy difícil mantener los ojos abiertos mientras estornuda, por eso es tan peligroso conducir el auto resfriado.
El reflejo de cerrar los ojos tiene un objetivo: cuando el aire va desde los pulmones hasta la nariz puede aumentar la presión ocular y desplazar un poco los ojos haciéndoles daño.
También es posible que los gérmenes contenidos en la saliva que sale disparada por la boca toquen el globo ocular y produzcan una infección.
Es casi imposible estornudar sin mover la cabeza hacia adelante (sólo sería posible si el estornudo fuera muy suave). Este movimiento ayudaría a expulsar las sustancias irritantes del aparato respiratorio.
Los católicos popularizaron el uso de la bendición como respuesta al estornudo. La costumbre de exclamar "¡salud!" tras un estornudo comenzó hacia el año 590, cuando la peste comenzaba a acechar Europa.
Para combatir la peste, el papa Gregorio Magno, quien mandó la Iglesia allá por el año 600, ordenó letanías, procesiones y plegarias constantes.
Aquél que estornudara debía ser inmediatamente denunciado mediante la exclamación "¡salud!", que funcionaba como una oración para bendecir el lugar y evitar el desarrollo de la peste, pero que también estigmatizaba a quien acababa de estornudar como si fuera un campesino portador de la desconocida enfermedad.
Una botoneada, al fin.
Gradualmente, la exclamación perdió su connotación negativa, y pasó a ser considerada un acto de cortesía.
Hay personas que pueden meter miedo con sus estornudos, generalmente son los narigones, personas a los que les queda muy atrás y que suelen recibir apodos: algunos, ingeniosos; otros, agresivos.
Apodos: Alf; cara con mango; Cyrano; Nariz con yapa; perfil de hacha; sifón de soda y otros tantos agravios más. El tipo no tiene la culpa de haber nacido con una nariz desmesurada para sus pretensiones; sólo puede sufrirla. En las mujeres es peor, porque uno detecta en la mujer esas naricitas menudas, suaves, agradables.
Tener una nariz grande arruina todo el conjunto. Por eso una de las cirugías estéticas más practicadas en mujeres es la de la nariz.
Pues cuando la nariz se convulsiona con el estornudo se hace muy notorio, y más si estamos en una conferencia, o en un concierto de la sinfónica o en medio del sermón del cura. Seguramente las miradas de todos los presentes se dirigirán al esturnodoso.
Su onomatopeya es el "¡Atchís!" y puede sorprendernos en cualquier momento. De todos modos, es conveniente para la vida seguir respirando. "¡Salud!"