Un funcionario iraquí me contó esta historia hace poco tiempo. Cuando el Estado Islámico, conocido anteriormente como Estado Islámico en Irak y Levante (EIIL), se apoderó de Mosul hace unos meses, los combatientes yihadistas sunitas, muchos de los cuales son extranjeros, fueron de casa en casa.
Las casas de los cristianos ellos las marcaron con la palabra “Nassarah”, una palabra árabe arcaica que designa a los cristianos.
Pero las casas de los chiítas las marcaron con la palabra “Rafidha”, que significa “aquellos que rechazan”, y que se refiere a que los chiítas rechazan la línea sunitas de autoridad respecto de la sucesión como califa, es decir, el líder la comunidad musulmana, después de la muerte del profeta Mahoma.
Pero aquí viene lo interesante, me dijo el funcionario iraquí. El término “rafidha” para referirse a los chiítas era prácticamente desconocido en Irak. Es un término más bien usado por los fundamentalistas de la línea wahhabita, mayoritaria en Arabia Saudita.
Quedé intrigado por esta historia pues pone de relieve el grado en que el Estado Islámico funciona exactamente como una “especie invasora” en el mundo de las plantas y de los animales. Este grupo no es nativo de los ecosistemas de Irak ni de Siria. Nunca antes había crecido en esos parajes.
A veces me parece útil recurrir al mundo natural para iluminar tendencias en geopolítica y globalización. Ésta es una de esas veces. El sitio web del Jardín Botánico Nacional de Estados Unidos señala que “las especies invasivas botánicas prosperan donde se rompe la continuidad de un ecosistema natural y son abundantes en sitios perturbados, como zonas de construcción y cortes de las carreteras (...) En algunas situaciones, estas especies exógenas causan perturbaciones ecológicas muy graves.
En los peores casos, las plantas invasoras (...) sofocan sin piedad a la demás vida vegetal. Esto ejerce una presión extrema en la flora y la fauna nativas y las especies amenazadas pueden sucumbir a esta presión. A fin de cuentas, las plantas invasoras alteran el hábitat y reducen la biodiversidad”.
No puedo pensar en ninguna otra manera mejor de considerar al Estado Islámico. Se trata de una coalición. Una parte consta de combatientes yihadistas sunitas procedentes de todo el mundo: Chechenia, Libia, Gran Bretaña, Francia, Australia y especialmente Arabia Saudita.
Éstos se difundieron tanto y tan rápido, a pesar de la relativa pequeñez de su número, gracias a que la perturbada sociedad de Irak y de Siria permitió que estos yihadistas extranjeros establecieran alianzas con miembros de tribus iraquíes y sirias, así como con ex oficiales militares iraquíes, cuyos motivos de queja no son tanto religiosos sino por la forma en que están gobernados Irak y Siria.
Hoy en día, el Estado Islámico - extranjeros y nacionales por igual - está ejerciendo presión en todas las especies nativas de Irak y Siria, con el objetivo declarado de reducir la diversidad de esas sociedades, otrora multiculturales, y convertirlas en sociedades monoculturales sunitas, sombrías, oscuras, yihadistas y fundamentalistas.
Es fácil ver cómo se ha propagado el Estado Islámico. Veamos la vida de un sunitas iraquí de 50 años de edad habitante de Mosul. Primero fue reclutado para combatir en la guerra contra Irán, que duró ocho años y terminó en 1988.
Después tuvo que pelear en la primera guerra del Golfo Pérsico, en 1991, después de que Saddam Hussein invadiera Kuwait. Luego soportó años de sanciones económicas impuestas por la Organización de Naciones Unidas, que acabaron con la clase media iraquí.
Luego tuvo que soportar los años de caos que siguieron a la invasión estadounidense en 2003. Ésta concluyó con la instalación en Bagdad de un régimen corrupto, brutal y sectario, aliado de los chiítas de Irán, encabezado por Nouri Al Maliki, que hizo todo lo posible por mantener pobres y sin poder a los sunitas, la minoría que, en tiempos de Saddam, hizo eso mismo con los chiítas. Éste es el fracturado ecosistema político en el que el Estado Islámico encontró tierra fértil.
¿Cómo se combate a una especie invasora? El Jardín Botánico Nacional recomienda usar “herbicidas sistémicos con mucho cuidado” (lo que serían los ataques aéreos ordenados por el presidente Barack Obama), al mismo tiempo que se trabaja constantemente para reforzar y “preservar un hábitat saludable para las plantas nativas” (el intento de Obama de crear un gobierno de unidad nacional en Bagdad formado por chiítas, sunitas y kurdos).
Hablando en términos generales, sin embargo, a través de los años en Irak y Afganistán, Estados Unidos ha gastado mucho en herbicidas (armas y entrenamiento) y ha dedicado muy pocos esfuerzos a la mejor salvaguardia contra las especies invasoras (una administración no corrupta y justa).
Washington debería estar presionando al gobierno de Bagdad, que está rico en efectivo, para que se dedicara a ofrecer a los iraquíes que siguen bajo su control, electricidad las 24 horas del día, empleo, mejores escuelas, más seguridad personal y la sensación de que no importa a qué corriente del Islam pertenezcan, las cosas no están manipuladas en su contra y que su voz y su voto cuentan. Así es como se refuerza un ecosistema contra las especies invasoras.
“Fue la mala administración lo que hizo que los iraquíes consideraran establecer una relación con el Estado Islámico, con la idea de que eso era menos perjudicial para sus intereses que su propio gobierno dirigido por chiítas", explica Sarah Chayes, miembro de número de la Fundación Carnegie, ex asesora del gobierno estadounidense en Afganistán.
El ejército iraquí formado por Estados Unidos era visto por muchos sunitas iraquíes como “el brazo armado de la red de cleptocracia”. Ese ejército “fue resecado por los validos de Maliki, por lo que se convirtió en un cascarón vacío que no pudo resistir la primera bala”.
Ahora, la meta del Estado Islámico es atraer a Estados Unidos, hacer que bombardee ciudades sunitas para que los sunitas se alejen de los estadounidenses y se sientan atraídos por los yihadistas puesto que, explica Chayes, “el Estado Islámico sabe que no puede sobrevivir sin el apoyo de los sunitas fuera de sus filas”.
Estados Unidos siempre ha sobrevaluado el entrenamiento militar y ha subestimado y forzado lo que árabes y afganos más quieren: una administración pública decente y justa. Sin esto último, no habrá manera de cultivar auténticos ciudadanos que estén dispuestos a luchar. Y sin ellos, no habrá entrenamiento que valga.
Pregúntenle a cualquier general. O a cualquier jardinero.
Thomas L. Friedman - The New York Times - © 2014