Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com
Ya muy lejos del poder real, Cristina Fernández intentó esta semana reconstruir su paraíso perdido mediante un espectacular manejo de los símbolos políticos. De los símbolos de toda la historia, aunque en particular de la peronista.
Con apenas el acompañamiento de los suyos más fans, buscó ubicarse de nuevo en el centro de la Argentina sin entender aún cabalmente que, en apenas 100 días, el país es esencialmente otro. Y no tanto por la presidencia de Mauricio Macri sino por la ausencia de su presencia, de esa gran divisora de aguas artificiales, de esa impresionante armadora de grietas ficcionales que es Cristina y nada más que Cristina. Sin Ella, hoy el peronismo no quiere dividir al país en dos; a los suyos, sin Ella no les alcanza ni para empezar, aunque lo vivan intentando.
Por ende para dividir a los argentinos sólo queda Ella y nada más que Ella, mirándose al espejo y preguntándose, como en el cuento de Blancanieves, “Espejo, espejito, ¿quién es la más hermosa?”.
Con esa pregunta reiterada a la largo de los años fue edificando su mito, y esta semana, al no quedarle mucho más que el mito, lo mostró en toda su plenitud, pero también en todo su vacío, su vacuidad. Nunca como nunca antes se miró tanto al espejo para exigirle la afirmación de su belleza, sin darse cuenta de que, como en el cuento, ya dejó de ser la más hermosa. Y no precisamente porque Macri sea Blancanieves sino porque su espejo hoy es un espejo retrovisor.
A través de ese espejo nos damos cuenta de que los símbolos del mando de su primer período presidencial, en 2007, no los recibió de Néstor Kirchner en tanto ex-presidente sino en tanto marido. Como Josefina fuera consagrada emperatriz por manos de Napoleón, mientras el Papa de aquel entonces miraba sin intervenir, apenas cual mero espectador, ajeno a esa escena de proclamación entre deidades.
Cuando asumió su segundo mandato, en 2011, ante el fallecimiento de su esposo, se negó a que los atributos del mando se los diera el vicepresidente, o cualquier autoridad senatorial o judicial. No; ella decidió que la coronara la única con sangre real capaz de estar a su altura: su propia hija.
Para culminar como empezó, con la misma implacable lógica de quien se siente diosa del Olimpo, cuando Ella debió entregar los atributos del mando una vez terminada su segunda presidencia, se negó a hacerlo, con lo que al no traspasar los símbolos de la sucesión, desde el vamos consideró ilegítimo al gobierno de Mauricio Macri, cosa que en estos cuatro meses se encargó de remarcar.
Ahora, finalizada su corta “resistencia” en el Sur, retorna al centro del país intentando imitar en todo, absolutamente en todo, el regreso de Perón entre 1972 y 1973.
El viejo General retornó por primera vez al país de su largo exilio de 17 años el 17 de noviembre de 1972, en un día lluvioso, por lo cual el entonces secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, tapaba de la lluvia con un paraguas al General. Cristina no tuvo su Rucci que le llevara el paraguas pero sí estaba La Cámpora haciéndole el aguante.
De allí se fue a su casa de Recoleta para saludar a los suyos desde el balcón, como exactamente igual lo hiciera Perón pero desde el balcón de su casa de Gaspar Campos. Claro que Perón no bailaba. En eso Cristina imitó al Macri que asumió bailando (tan mal como Ella) en el balcón de la Casa Rosada.
Al día siguiente, Cristina apostó a revisiones mayores: quiso hacer frente a los tribunales de Comodoro Py y, en sus adyacencias, una remake, esta vez exitosa, del fallido retorno de Perón el 20 de junio de 1973 en las proximidades de Ezeiza.
Como en aquel tiempo el General juntó más de un millón de seguidores, Cristina imaginaba orillar los 300 mil o 400 mil. Y así como Ella y los suyos se creyeron tal desmesura, también pensaron que podría juntar esa cantidad los del gobierno de Macri que, por temor, le dejaron la zona liberada de custodios públicos, como el gobierno de Héctor J. Cámpora dejó en aquel entonces la custodia del territorio a los que luego serían los gestores de la triple A.
En esta oportunidad, fue La Cámpora quien se encargó de controlar las calles liberadas de las fuerzas de seguridad que, se supone, tienen el monopolio de la fuerza en cualquier sociedad organizada. La Cámpora devino policía a su particular modo; insultó y amenazó a los jueces afuera, en la calle; se metió prepotentemente dentro de Tribunales; determinó quién entraba y quién salía del lugar e incluso reprimió a periodistas.
Pero felizmente no pasó nada grave porque la cantidad de gente que asistió era ínfima en comparación a las gestas con las que Cristina se comparó y que imaginó repetir. Sin embargo no cejó en su intento. Ante las huestes que la veneran, se proclamó heredera de Yrigoyen y Perón, particularmente en su rol de perseguida, como ellos dos.
Está claro, y acá cierra el círculo de su simbología monárquica, que, al no entregar a Macri el bastón de mando, cree que a Ella la destituyó un gobierno ilegítimo como efectivamente ocurrió con Yrigoyen y con Perón. Incluso con Isabel. Lástima que Ella, para la invención de su mito, no se pudo dar el gusto de ser derrocada aunque ahora se proclame víctima, vaya a saber de qué o de quién.
Lo cierto es que no pasó nada salvo alguna que otra trompada, para mantener la tradición porque, a diferencia de Ezeiza, esta vez no asistieron bandos en pugna sino sólo los hinchas inclaudicables de Cristina que son bastantes pero no tantos, apenas una decena y algo más de miles que ni de lejos alcanzan para armar una Ezeiza: ni fallida como la de Perón ni exitosa como la que Ella imaginó para sí misma. Se trató apenas de una estudiantina entusiasta de gente contenta por ver retornar a su jefa.
Una pena que el lugar donde se hizo el acto fuera frente a los tribunales de la democracia, que su convocatoria fuera por una imputación de la Justicia y que la primera fila de los espectadores del acto estuviera integrada por una cantidad de ex-funcionarios que tarde o temprano regresarán casi todos ellos a Comodoro Py, pero no en tanto resistentes peronistas a la dictadura sino imputados o procesados.
Por eso con tanto entusiasmo Amado Boudou gritaba: “Vamos a volver”. Él se refería a volver a la Casa Rosada, lo cual no es tan seguro como segurísimo es que él y muchos de los que allí estaban, volverán sin falta a Comodoro Py.