Algunos datos. Se destinaron 4 mil millones de dólares a ciencia, tecnología e innovación. 42 millones de dolares a rescatar y reforestar un centenar de espacios públicos. 2,6 millones de dólares a capacitación docente. Se invirtieron 25 millones de dólares en el sistema de colectivos eléctricos. 11 millones de dólares en renovar el centro histórico de la ciudad. Desde 2015 se ha destinado a inversión pública 82% del presupuesto. Son cifras de Medellín, la más tanguera de las ciudades de Colombia, donde en 1935 murió Carlos Gardel y nació el primer gran mito argentino.
Medellín es Latinoamérica. Por buena parte de los cerros que rodean la ciudad se extienden inmensos barrios populares. Chapa, madera, nylon, ladrillo hueco. Muy parecido a las favelas brasileñas y a nuestras villas. Allí se destinó la inversión en cloacas y agua potable para unas 40 mil personas y en febrero pasado se inauguró el último de los cinco Metrocables que funcionan (cubren 10,7 km y ya hay otro en construcción) como parte del sistema multimodal de transporte público. Una red que conforman el Metro (el único de Colombia), el Metroplús (como nuestro Metrobús, pero con colectivos eléctricos), el tranvía (cubre 4,2 km) y la red de ciclovías y bicicletas de alquiler.
Los paisa, como le dicen a los medellinenses, están orgullosos. Saben de las carencias que persisten, pero también sienten que les cambió la vida. Reconocen como un estigma una historia que quieren dejar atrás. Esa de la violencia narco, la corrupción y la inseguridad que series como “El Patrón del mal” dejaron via streaming como imagen mundial. Representada hasta en cuadros de Fernando Botero, el genial artista de la ciudad, que se exhiben en el Museo de Antioquia.
¿Será que debieron tocar ese fondo trágico para proponerse cambiar? Según informes oficiales entre 1989 y 2013 murieron unas 15 mil personas a causa de atentados, enfrentamientos o hechos derivados de acciones del Cartel de Medellín y del combate contra los narcos. El grupo criminal, incluso, atentó contra un avión de Avianca en el que murieron 111 personas.
Los ejes de la transformación que se puso en marcha hace dos décadas fueron la inclusión social, la sustentabilidad y la tecnología. Por la implementación de estos programas, en 2016, Medellín obtuvo el premio Lee Kwan Yew World City Prize, una suerte de Nobel de las ciudades, por los avances en materia de seguridad, calidad de vida y participación ciudadana. En 2019, en tanto, fue galardonada con el premio Ashden que reconoce las iniciativas para reducir el calentamiento global por el proyecto de 30 corredores verdes que ha logrado reducir la temperatura hasta 5 grados en puntos de una de las principales avenidas de la ciudad.
Ahora, avanzan en lo que se denomina la cuarta revolución industrial, un plan de desarrollos tecnológicos en big data, inteligencia artificial, internet de las cosas y blockchains (un sistema para eliminar la intermediación en todo tipo de transacciones) del que participan el Estado, empresas privadas y la universidad. De hecho, el Foro Económico Mundial financiará durante tres años al primer centro de innovación de este tipo que funciona en nuestra región. Los otros seis que existen están en China, Japón, India, Israel, Emiratos Árabes y Sudáfrica. ¿Para qué? Agilizar trámites, eliminar burocracia, mejorar las comunicaciones, realizar un diseño inteligente de los servicios públicos, dar mayor competitividad a la economía. Otro mundo. El que viene.
Entre el 10 y el 12 de julio la ciudad fue sede de la cumbre mundial de alcaldes. Nuestros intendentes, digamos. Durante tres días, 90 alcaldes de distintas ciudades del mundo (Moscú, Delhi, Yakarta,, Quito, Panamá, Pittsburg, Seul, Bilbao, Panamá y Budapest, entre otros) participaron de una discusión global sobre soluciones a problemas que enfrentan las metrópolis modernas. Temáticas como la sostenibilidad, la habitabilidad, las buenas prácticas de gobierno y la transformación urbana fueron parte de la agenda.
De los 2.164 jefes comunales de la Argentina apenas fueron tres, los bonaerenses Martiniano Molina (Quilmes), Ramiro Tagliaferro (Morón) y Nicolás Ducoté (Pilar). No hubo ningún mendocino. Claro, como cada dos años, estamos en medio de una campaña electoral que, según nuestra particular manera de interpretar la política, equivale a rosca, chicanas y confrontación. Estamos en modo pausa de consensos y acuerdos, ¿justo ahora vamos a pedir que se piense en políticas de Estado?
Los mendocinos podemos jactarnos de tener al menos una, el manejo del agua que, en ocasiones, hasta hace convivir a un funcionario designado por un gobernador con otro de distinto signo político. El resto es lucha en el barro. En los últimos quince años apenas si hemos logrado sostener como algo parecido a una política de Estado al Metrotranvía. Aquel Ferrotranvía urbano que enunció el gobernador Julio Cobos se transformó, con retoques y cambio de nombre, en este Metrotranvía que propuso Celso Jaque y terminó por concretar Francisco Pérez como uno de los pocos logros de su administración. Más allá de idas y vueltas sobre si se extenderá o no hasta el Aeropuerto, Alfredo Cornejo siguió el plan trazado y lo que empezó como un nexo entre la Ciudad y Maipú ya llega hasta más allá de la plaza de Las Heras.
Antes, sólo aquella efímera idea de sacar la seguridad de la disputa electoral, que permitió alumbrar la reforma policial, había despertado la ilusión de establecer una política con continuidad. Duró poco. Ni siquiera se han logrado establecer estrategias de conjunto como las que urgen para abordar distintas problemáticas del Gran Mendoza. Los egos y quintitas de poder de los intendentes siempre pudieron más que los intereses de 1,2 millón de personas que ya viven en los seis departamentos del área metropolitana.
Sería bueno mirarnos en el espejo de Medellín. Quizás veríamos que, con todas las dificultades, hay una forma mejor de gestionar en beneficio de la gente.