El escritor en el desierto de cristal: un libro sobre la Antártida.

Federico Bianchini viajó al extremo sur y escribió “Antárdida. 25 días encerrado en el hielo”.  Se reprograma la presentación en el Le Parc

El escritor en el desierto de cristal: un libro sobre la Antártida.
El escritor en el desierto de cristal: un libro sobre la Antártida.

Por reprogramación de vuelos, Federico Bianchini no pudo viajar hoy a Mendoza para presentar su volumen de crónicas sobre la Antártida en la Feria del Libro de Mendoza.  Pronto confirmaremos la nueva fecha para los que estén interesados en asistir a la presentación.

"No tengo palabras para describirla", le decía a su abuelo un amigo viajero. La Antártida, desde niño, se transformó pues en un territorio innarrado que Federico Bianchini trasformó en desafío. "Voy a tratar encontrar esas palabras", pensó recuperando el deseo de su abuelo, antes de embarcarse al continente más austral del planeta.

La idea era pasar apenas unos días en la base militar y científica Doctor Alejandro Carlini pero, como en las aventuras de Arthur Gordon Pym, la naturaleza modificó los planes. Debido al mal tiempo, Federico debió permanecer 25 días. Y los aprovechó. Lo que iba a ser un artículo sobre los científicos de la base, se transformó en un libro de crónicas. El de un explorador de las extrañas relaciones entre paisaje y personas en uno de los rincones más aislados.

“Al principio, todo era blanco”. Sus primeras percepciones se fueron modificando con los días. “Empezás a descubrir relieves, tonalidades, la pintura de la luz sobre ese supuesto monocromo. Pero además, cuando llueve, aparecen otros colores: la nieve se derrite y surge un líquen verdoso azulado”.

Al cabo de una semana, empezó a generar pistas para configurar una Antártida propia. Después de las primeras entrevistas, ya varado, empezó a anotarse en todas las excursiones posibles: sacarle sangre a los pingüinos, avistar focas. Se enfrentó con los vientos cataváticos (aquellos que aumentan su velocidad al ras de tierra) y tuvo un encuentro cercano con un lobo de mar al que confundió con una piedra viviente. “Me habían advertido que ante la mordida de un lobo te tienen que trasladar sí o sí al continente. Era negro como las piedras y no lo advertí. Me debo haber visto gracioso huyendo de él”.

- ¿Te sentías en otro planeta?

- Sí. Había oído muchas historias que comparaban la vida en la Antártida con la de una cápsula en el espacio. exterior El aislamiento, la sociabilidad forzada. Todo puede parecer aventura hasta que ocurre una fatalidad. Y ahí te das cuenta.
Ocurrió: durante su estadía, el jefe militar de la base sufrió un ACV. Por las condiciones climáticas no se lo podía trasladar a continente, así que no quedaba otra que sostener el momento con los recursos al alcance. Es, de hecho, uno de los episodios centrales del libro.
"Otra de las historias fuertes es la del buzo que se encontró con la misma foca leopardo que había matado, un años antes, a una científica. El momento fue muy intenso, la foca podría haberlo herido o muerto con facilidad, si hubiera querido. Esa relación entre el mundo animal y el mundo humano, tan fuera de registro, me fascinó".

- ¿Y el animal humano conviviendo entre sí en situaciones extremas?

- Éramos 80, cuando en situaciones comunes hay una cantidad mucho menor. En promedio, la población científica sumaba unos 30 hombres y 20 mujeres. Al principio, me sorprendió la excesiva amabilidad de todos. Hasta que te das cuenta de que ahí, cada visita se convierte en convivencia y que sería muy incómodo llevarte mal.

- Es imaginable que el paisaje y el frío influyen en el ánimo, ¿cómo te "entrenan" para eso?

- Esto que hablábamos de la semejanza con el espacio exterior puede conducirte a un estado depresivo. Si alguien empieza a mostrar molestia ante los otros, si se ailsa, se encierra, puede mostrar los síntomas de una depresión psíquica y física. Por eso, todos intentan estar involucrados en actividades recreativas. Una de las científicas que sabía bailar daba clases de salsa, se hacían torneos de truco, de ajedrez. Y hay un microcine.

- ¿Una sale de cine antártico? ¿Qué ven?

- Películas que se consiguenen internet. De hecho, pasaron allí un estreno que luego proyectaron en Buenos Aires. Lo interesante es el estado de “suspensión de la incredulidad” (eso de lo que hablaba Borges) que genera ver una película allí. Son dos horas de estar con la mente absolutamente en el film. Después de la proyección a la que fui, cuando uno abrió la puerta y entró el hielo, dijo: “me había olvidado de que estábamos en el infierno”.

Federico cuenta que hay otros mecanismos para mantener el temple: los sábados a la noche, el microcine se convierte en boliche. “Se pone una barra, se sirven tragos y la pista se llena. En ese momento habían varios cordobeses. Ellos pueden romper el hielo en cualquier parte del mundo”.

- ¿Y cómo es la relación con los militares in situ?

- Es otra psicología la de los que van. Se tratan como si todos fueran del mismo escalafón. No se notan las jerarquías. De hecho, un día vi al jefe andar en medias por toda la base. Con naturalidad, con familiaridad. Yo no me había imaginado hasta entonces a un militar sin formalismos rígidos.

- ¿Cuál es el peligro real en cuanto a la presencia de otros intereses en el territorio? 

- La Antártida está declarado Continente de Ciencia y Paz. Es decir, es patrimonio de la humanidad. Pero sabemos que es el reservorio de agua dulce más grande del mundo. Argentina es el país que más bases tiene. Pero claro que hay intereses. Nosotros, por ejemplo, llamamos a la isla “25 de Mayo”, pero los británicos y todo el resto la conoce como “King George”. Hay, incluso, varios buques chinos en la zona. Pero hasta 2048 nadie puede apropiarse de nada.

- No falta tanto...

- Cierto. Eso está latente. Pero cuando ocurre una emergencia, como la del ACV, todos los países colaboran sin bandera. 
No sólo encontró las palabras para escribir su crónica "Antártida. 25 días encerrado en el hielo". Con el libro, que se publicó en Colombia, Bianchini ganó una beca de la Fundación García Márquez (FNPI).  Pero hay más: el paisaje y su potencia también inspiraron un libro de sonetos. a serie de poemas que fueron editados en la revista Siwa, una hermosa publicación sobre literatura de viajes.

Poemas

I (Invierno)
 
La penumbra dubita demorada.
¡Qué dolor, hundirse en uno mismo!
Da más vértigo la angustia que el abismo.
En invierno sin luz, sombra manchada
 
El sol es su ausencia proyectada.
Día y noche son un eufemismo
La nevada rige este monismo
que deja sin valor a la mirada.
 
Anochece constante y paciente
No hay brillo ni dios, sólo tristeza
gélida, opaca, iridiscente.
 
El continente forma una pieza
en el mapa, desierta y sin gente
que, aislada, condensa la belleza.
 
 
II (verano)
 
El insomnio contra cualquier sedante.
No hay oscuridad, tampoco hay luna
No hay constelación, ni estrella alguna
En verano, el sol brilla constante,
 
Sufre la claridad el invernante,
No hay para dormir pose oportuna
Ni almohada cómoda ninguna
Extraña cada día a su amante.
 
Con sólo recordarla se entristece,
Intenta mantener la mente quieta,
Le cuesta pero suave se adormece.
 
El viento sopla y ruge la veleta,
La luz, el ruido, todo lo enrarece
Teme perderse en sí, profunda grieta.

Federico Bianchini fue durante cinco años editor de "Revista Anfibia", uno de los medios más relevantes del género crónica en América Latina. Actualmente, coordina talleres de escritura y trabaja en la adaptación audiovisual de su primer libro, "Desafiar al cuerpo", proyecto premiado por el INCAA.

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