Por Thomas L. Friedman - Servicio de noticias The New York Times © 2016
Quizá todo salga bien. De ser así, me pueden apuntar como alguien que promete aplaudir.
Sin embargo, mis compatriotas estadounidenses, cualquiera que sea la mezcla de motivos que nos llevó a crear una mayoría en el Colegio Electoral para que Donald Trump se convirtiera en presidente -y pasar por alto su falta de preparación, sus antecedentes de comportamiento personal indecente, su disparatado tuiteo trasnochado, su forma trivial de mentir sobre temas como “los millones de personas que emitieron votos ilegales en estas elecciones”, que su asesor en seguridad nacional proporcione noticias falsas, su presteza para nombrar a negadores del cambio climático, sin siquiera tener una sola sesión informativa con los climatólogos más grandes del mundo en el gobierno que pronto presidirá, y el rechazo displicente a las conclusiones de la CIA sobre el ciberpirateo ruso en nuestras elecciones, que no les quepa la menor duda de una cosa: nosotros, como país, acabamos de hacer algo increíblemente insensato.
De hecho, hay algo “prehistórico” en el gabinete que está integrando Trump. Está totalmente dominado por personas que han pasado su vida adulta perforando para extraer combustibles fósiles -petróleo, gas y carbón- o abogando por ellos.
Nunca se sabría que lo que, de hecho, ha hecho que Estados Unidos sea grande, es nuestra capacidad para atraer a los inmigrantes más inteligentes y más activos “para desarrollar la tecnología y nutrir nuestro capital humano” -no solo perforar para extraer carbón o petróleo- observó Edward Goldberg, quien imparte clases en el Centro para Asuntos Mundiales de la Universidad de Nueva York y es autor de “The Joint Ventured Nation: Why America Needs a New Foreign Policy”.
Que no se me malentienda: es excusable plantear preguntas sobre el cambio climático. Sin embargo, es inexcusable no sentarse con tus propios expertos gubernamentales en la NASA y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica en una sesión informativa antes de nombrar a flagrantes negadores climáticos, que no tienen antecedente científico alguno, en cada cargo ambiental de alta jerarquía.
Es excusable preguntar si Rusia realmente ciberpirateó nuestras elecciones. Sin embargo, es inexcusable desestimar la posibilidad sin primero tener la información de la CIA, que, para obtenerla, algunos de sus agentes arriesgaron la vida.
Ese es un comportamiento insensato; totalmente impropio de un presidente, un profesional o solamente un adulto serio.
No es que todos los objetivos de Trump sean erróneos o locos. Si puede desbloquear las barreras a la innovación, la inversión en infraestructura y el emprendimiento, eso sería algo muy bueno. Y yo no estoy en contra de trabajar más de cerca con Rusia en problemas mundiales o en ser más duros con el comercio con China.
Sin embargo, el crecimiento que es omiso de los impactos ambientales, la colaboración con Rusia que es omisa de la malevolencia de Vladimir Putin y una mayor agresividad hacia China que es omisa del equilibrio en la seguridad que se consiguió cuidadosamente entre Estados Unidos, China y Taiwán -que ha producido prosperidad y estabilidad en Asia durante más de cuatro décadas- es temerario.
Para que un gobierno que perdió el voto popular con un margen tan amplio lleve, tan repentinamente, a Estados Unidos a tales posiciones extremas en la energía, el ambiente y la política exterior -desequilibradas internamente por cualquier voz moderada- es estarse buscando problemas, y habrá una respuesta negativa.
Algunos legisladores republicanos, quienes aman más a nuestro país de lo que le temen a los tuits de Trump -como los senadores Lindsey Graham y John McCain-, ya están insistiendo con que el Congreso investigue el ciberpirateo evidente de Rusia para ayudar a Trump a ganar las elecciones. El Congreso puede afirmar lo que la comunidad de inteligencia cree que es un acto de guerra: que Rusia intervino en nuestro proceso democrático. Y requiere de las más severas sanciones económicas.
Al mismo tiempo, la presteza de Trump para desestimar a toda la comunidad de inteligencia porque sus conclusiones contradicen sus instintos e intereses, realmente podrían acosarlo en el futuro.
Imaginemos que en seis meses la CIA concluye que Corea del Norte está a punto de perfeccionar un misil nuclear que puede llegar hasta nuestra costa occidental y el presidente Trump ordena un ataque preventivo, uno que desate mucha inestabilidad en Asia. Y, luego, al día siguiente, Trump y su asesor en seguridad nacional, Mike Flynn, quien dio noticias falsas sobre Hillary Clinton, se defiendan diciendo: “Actuamos con base en la evaluación ‘de alta confianza’ de la CIA”. ¿Quién va a creerles después de que la pusieron por los suelos?
Finalmente, Trump ha demostrado una ingenuidad impresionante hacia Putin. Putin quería que ganara Trump porque piensa que será un presidente del caos, que debilitará la influencia de Estados Unidos en el mundo al debilitar su compromiso con los valores liberales y debilitará la capacidad de Estados Unidos para liderar una coalición occidental para confrontar la agresión de Putin en Europa. Éste salió a erosionar la democracia donde quiera que pudo. Trump necesita mandarle un mensaje terminante hoy mismo: “No soy tu tonto”.
Como notó Larry Diamond, un experto en democracia en la Universidad de Stanford, en un ensayo en Atlantic.com la semana pasada: “La cuestión de política exterior más urgente ahora es cómo responderá Estados Unidos a la creciente amenaza que representa la Rusia de Putin para la libertad y su pilar más importante, la alianza occidental. Nada determinará más profundamente el tipo de mundo en el que vivimos que la forma en la que el gobierno de Trump responda a ese desafío.