En los últimos años ha aumentado significativamente la preocupación de diversos sectores sociales de nuestro país por el fenómeno del embarazo adolescente, lo cual se ha traducido en políticas y programas -de población, de salud, de educación, sociales- en los cuales se tiende a invertir recursos humanos y económicos para atender esta problemática.
Los Andes abordó recientemente este tema en una nota de investigación sobre la situación de gravidez de jovencitas, algunas apenas quinceañeras. El relato de nuestro diario se centró en la maternidad de una chica de 17 años.
En algunos casos esa situación tan afortunada de dar vida a otro ser se traduce en una determinación deseada que, aunque posterga otras realizaciones juveniles, como estudiar, por ejemplo, significó una experiencia positiva al lograr dar una buena vida al bebé y continuar creciendo a nivel personal.
Podríamos decir que ésta es la cara positiva de una situación de maternidad deseada, o no deseada plenamente en otras circunstancias, y que se pudo administrar con felicidad para el entorno familiar, dando prioridad al infante. Pero, lamentablemente, hay muchos otros casos en los que el embarazo juvenil ha significado un verdadero calvario para quienes no estaban preparadas para tan delicada misión, y peor son los riesgos que corren las criaturas que ingresan a la vida en un contexto de marginalidad y pobreza, que podría condicionar su crecimiento.
De hecho en Argentina, según datos aportados por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), 31% de los embarazos adolescentes son intencionales o buscados.
Se ha definido, por lo menos en nuestra provincia, que es necesario mantener el nivel de investigación y conocimiento sobre esta realidad, especialmente de embarazos no deseados, a fin de proponer medidas adecuadas para enfrentarla.
Existe además presencia de acompañamiento y contención de diversos programas, como el de Salud Sexual y Reproductiva del Ministerio de Salud de la Provincia. Para los profesionales de esta unidad sanitaria es fundamental trabajar con las adolescentes para que puedan evaluar si un hijo es realmente su proyecto de vida. "Hay que darles herramientas que les permitan ver que hay otras alternativas, que no es la única forma y que no se vean limitadas", señalaba una de las profesionales consultadas.
Si la paciente lo decide, es consensuado, tiene su pareja y quiere tener un hijo, nadie debería influir en esa determinación, pero sí se puede contribuir a que siga estando escolarizada, que se haga los controles pertinentes, que el parto sea institucional, así como fomentar el acceso al trabajo y la vivienda. Como se ve, son diversos frentes de acción.
Un apoyo más lo brinda el área de Salud Integral e Integrador en Adolescencia del mismo ministerio, donde el Estado procura acompañar la decisión de los adolescentes. La que no quiere tener un hijo accede a la consultoría, pero quien ha decidido seguir adelante es acompañada para que pueda llevar su gestación a término y de la mejor forma.
Otro aspecto que puede traducirse en situaciones deseables en un contexto del interés público por esta realidad, es que se refuerce la preparación de las jóvenes en todo lo atinente a la educación sexual y en la prevención de embarazos no queridos. Favorecer en todos los casos el acceso a la información, la educación y la preparación para ejercer la sexualidad de una manera placentera y responsable, será un beneficio para los interesados en primera línea, y consecuentemente para el resto de la sociedad.