"Estuve 11 días preso en Boulogne Sur Mer. Lo suficiente para no querer volver ahí. Por eso me hice fugitivo". La frase pertenece a Miguel Aciar (26), un joven que estuvo cuatro años y medio prófugo y que hace un mes, con su causa prescripta, arregló su situación con la Justicia.
Ahora Miguel está "limpio"; no tiene cuentas con la ley. Ingresó a la clandestinidad en calidad de chorro y drogadicto. "Ahora no soy ninguna de las dos cosas. Soy durlero", cuenta en un bar de calle Necochea de Mendoza, ciudad que no pisaba desde fines de 2012.
"Me crié en Dorrego, vengo de una familia evangelista. Pero me 'mataron' las juntas. En la adolescencia comencé a tomar alcohol y drogas. Me les fui de las manos a mis padres. Y comencé a robar, a robar para tener mis cosas".
A fines de 2011, Miguel y un amigo hicieron una apuesta: "Estábamos hasta las manos y apostamos que robabámos unas Play station de un comercio de calle Remedios de Escalada. Fuimos drogados y quedamos filmados. Además, los dueños del local nos conocían y nos denunciaron". Dos horas más tarde, Miguel y su amigo caían detenidos por hurto agravado, acusados por la Justicia de Flagrancia.
"Una vez que nos detuvieron, el juez me mandó a El Sauce para que hiciera una desintoxicación. Estaba preso en el loquero. Un mes más tarde, cuando ya estaba mejor, me mandaron a Boulogne Sur Mer. Como no tenía muchos antecedentes, mi abogado pagó una fianza de 10 mil pesos, y estuve 11 días en cana. Lo suficiente para no querer volver más".
Miguel esperó el juicio en libertad. Llegó el día y el Tribunal presidido por Manuel Cruz Videla, lo condenó a cuatro años y medio de prisión. Miguel apeló. Las instancias como la casación primero y el recurso extraordinario después para rever la pena, no tuvieron éxito.
El 8 de diciembre de 2012 le avisaron que tenía que presentarse para cumplir su condena. "El 9 de diciembre me fui. Ya lo tenía pensado: si debía volver a la cárcel, me declaraba prófugo".
Invisible
Antes de que su condena quedara firme, Miguel había averiguado dónde convenía ser un fugitivo. "El Sur del conurbano bonaerense", me dijo un amigo. "Ahí vas a ser un don Nadie como acá, pero hay mucha más gente".
El joven de por entonces 22 años se despidió de sus padres -a los que no vería por casi cinco años- y desde la Terminal de Mendoza se tomó un Andesmar hasta Retiro. "Llevaba 1000 pesos y un DNI que no era mío; me llamaba Federico en ese documento".
Miguel-Federico pisó Buenos Aires por primera vez. Faltaba poco para las fiestas de Fin de Año de 2012. "Mi idea era no ver a nadie conocido. No quería que, además de mi familia, nadie supiera dónde estaba. Sin conocer, fui a Gerli, en el partido de Lanús, y alquilé una pieza de pensión. Con la plata que llevaba me daba para pagarme cuatro semanas por adelantado, porque allá tenés pagar el alquiler por semana".
A principios de 2013, "un inútil, que no sabía hacer nada, me presenté en una obra en la que buscaban gente. Cuando el capataz preguntó, "¿quién hace durlock?" y como la necesidad tiene cara de hereje, yo levanté la mano. Gracias a Dios que me tocó con un compañero piola que se dio cuenta de que no sabía nada y de a poco me fue enseñando. En Gerli estuve cinco meses con el durlock y me di cuenta de que me gustaba y que era bueno. Hasta que mi jefe me dijo que andaba muy bien y que les gustaría pasarme a los papeles para dejar de trabajar en negro. Le dije que sí, que al otro día le traía mi documento para hacer los papeles. Todavía me debe estar esperando".
Con el temor de que supieran dónde vivía, Miguel (ya mutado en Federico) se mudó de Gerli a Alejandro Korn (partido de Vicente López), donde otra vez consiguió trabajo "en el durlock", como él dice.
"Para esa época la construcción estaba bien y había trabajo. Estuve en dos obras, pero mi idea era no quedarme mucho tiempo en ningún lugar. Después me fui a Lavallol y después a Temperley en Lomas de Zamora".
Sin droga
Durante sus años de fugitivo, Miguel-Federico, dice que salió de la droga y del delito "por necesidad de no ser atrapado por la policía". No tenía tiempo de pensar en nada de eso. Me volví responsable y cuidadoso; miedoso. La vida del prófugo pobre, como yo, no es fácil, y es bastante triste. En todos lados creés que te "están por caer" (habla de la división de Búsqueda de Prófugos), así que te volvés paranoico. Yo tenía el DNI de un amigo, no podía caer preso porque se iban a dar cuenta con un cotejo de huellas que yo era otra persona y que estaba en la orden del día en la Justicia de Mendoza. Así que me pasaba el día encerrado en las pensiones y sólo salía a trabajar. No me comunicaba con mis padres ni por teléfono. Lo peor eran los cumpleaños: nadie me saludaba y nadie me llamaba".
Como un durlockista ya experto, Miguel siguió su itinerario por las localidades de Luis Guillón (Esteban Echeverría), Burzaco (Almirante Brown).
"Ya en 2014, los dueños de las pensiones exigían un sistema de puertas abiertas para que vivieras allí. Por el miedo de tener como inquilino a un tipo con drogas o armas, los dueños podían ingresar a tu pieza y revisarla cuando quisieran. Si vos no aceptabas esa condición, no te alquilaban. Eso me puso más paranoico todavía".
Entretanto, la única "salida" que se permitía era ir los domingos a la Iglesia "de los Hermanos Libres" que está muy esparcida en el conurbano.
Crisis
Con la llegada de Mauricio Macri a la presidencia, la vida de prófugo de Miguel-Federico se complicó.
"En 2015, la construcción cayó muchísimo –según el Indicador Sintético de la Actividad de la Construcción -ISAC-, que publica el Indec, en 2016 la construcción se derrumbó un 19,2%–. Casi no había trabajo y tuve que comenzar a recibir dinero de parte de mis padres. Ellos se contactaron con un abogado que viajaba acá una vez por mes y me traía algo de plata. Yo no tenía cuenta bancaria, y no me iba a arriesgar a tenerla. Me juntaba con el boga que se comunicaba con mis padres y me traía el dinero".
Pero ni siquiera la desocupación galopante pudo con su talento como durlockista. "Dos veces, una en Glew (Almirante Brown) y en Isidro Casanova (La Matanza), me ofrecieron otra vez pasarme a los papeles. Y otra vez dije que volvería al otro día, pero de nuevo desaparecía".
De su paso por la clandestinidad, al joven le quedó una espina que dice que no se podrá sacar.
"A principios de año, un amigo mío de obra tuvo un grave accidente cuando se cayó de 6 metros. Yo estaba con él -que creía que me llamaba Federico-. Una vez que pasó el accidente, me pidió que fuera el testigo por el juicio con la ART. Tenía que ir a declarar. Bueno, fue la última vez que lo vi, porque no podía ir a la Justicia con mi nombre falso. No sé qué pasó con su caso ni si volvió a caminar. Si llega a leer esta nota, le pido perdón".
Regreso
Miguel-Federico volvió a Mendoza hace menos de un mes. Su nuevo abogado ya había presentado ante el Juzgado de Flagrancia I el pedido de "la prescripción de la pena", ya que el durlockista había cumplido los 1643 días correspondientes a su encierro.
Sobre él no pesa el delito de evasión ya que no se escapó de ningún centro de detención, "sino que no se presentó a cumplir su pena", tal como aclara el letrado. En el Juzgado un auxiliar le preguntó: "¿Estaba en Neuquén, cierto? Allá lo fueron a buscar los de la brigada de búsqueda".
Ahora, con 26 años y con una buena experiencia de "durlero", Miguel-Federico piensa vivir de lo que sabe. "Pero sin renunciar a un trabajo en blanco", concluye, liberado.
El caso
Prescripción de la pena
Artículo 65 del Código Penal
Las penas se prescriben en los términos siguientes:
1. La de reclusión perpetua, a los veinte años.
2. La de reclusión o prisión temporal, en un tiempo igual al de la condena (*).
3. La de multa, a los dos años.
(*) Caso de este artículo.