Desde su solaz familiar en Roma, antesala de su segunda reunión con el papa Francisco, el presidente Mauricio Macri debe haber saboreado las mieles de la semana. Por un lado, los principios de acuerdo que empezaron a desactivar lo que, al menos en los pronósticos de muchos analistas, asomaba como la primera huelga nacional contra sus políticas económica y social. Y, por otro, la unánime acogida y apoyo que, como no podía ser de otra forma, recibió de los empresarios reunidos en el tradicional coloquio anual marplatense de Idea.
Sobre el final de esos plácidos últimos siete días, el sinsabor, sin embargo, llegó; y, como suele suceder, desde el lugar menos esperado.
La comunicación del gobierno del Reino Unido de que realizará ejercicios militares desde Malvinas durante los últimos diez días de este octubre, que incluirán el lanzamiento de misiles desde el archipiélago nuestro entre el mediodía y la medianoche, debe haber caído peor que un baldazo de agua helada en pleno invierno austral.
A los memoriosos los remitió a la ya célebre frase de la politología criolla del postrer ministro de Economía alfonsinista Juan Carlos Pugliese, cuando dijo que los empresarios le respondieron con “el bolsillo”, siendo que él les había hablado con “el corazón”
En este caso, la respuesta ha sido con algo tanto o más contundente que “el bolsillo”. La corona británica informó que lanzará misiles y que lo hará a menos de un mes de que el gobierno de Macri le dio una señal por demás complaciente, al tiempo que suspicaz, acerca de sus motivaciones: el comunicado que firmaron los vicecancilleres Carlos Foradori y Alan Duncan en el que el Gobierno argentino asumió el compromiso de avanzar en medidas para restablecer la comunicación aérea desde y hacia las islas, como también en la explotación hidrocarburífera, claves ambos para la economía kelper.
Nunca quedó claro, ni aun en las comparecencias ante las comisiones del Congreso de Foradori y de su jefa Susana Malcorra, cuáles fueron las razones, en función del reclamo de soberanía sobre Malvinas, de las concesiones bastante más que dialécticas hechas en ese comunicado. Tampoco alcanzaron para aventar por fin las dudas acerca de que la política hacia Malvinas, como toda la política exterior de los diez meses de gobierno de Macri, estuvo en función de la aspiración de Malcorra de alcanzar la jefatura de la ONU.
Frustrada esa carrera a partir, como se terminó por admitir en Cancillería, del veto a la candidatura que ejerció Londres, uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, Gran Bretaña redobló su demostración de fuerza imperial con estos ejercicios.
La sorpresa fue tal que descolocó a la Cancillería. Su reacción de “formal y enérgica condena”, como no cabía menos, sucedió horas después del comunicado del Ministerio de Defensa que dio cuenta de la ofensiva decisión británica. Una ofensiva imperial que una vez más sirvió para ratificar que las políticas del Winnie the Pooh a nada conducen en el reclamo histórico de soberanía.
La nueva debe haber sorprendido a Macri en su vigilia romana de la reunión que ayer tuvo con el Papa previa a la canonización del cura Brochero hoy. Se trató del segundo encuentro de Macri en tanto presidente con quien es, aun desde los últimos tiempos de gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, el argentino con mayor influencia en el acontecer de la política vernácula y desde un punto de vista político-ideológico que está en la vereda de enfrente de la de nuestro jefe de Estado.
Su influencia, por caso, quedó probada una vez más estos últimos días en cómo terminó encaminándose la disputa entre el Gobierno y la mayoría de la representación sindical reunificada en la CGT. Hasta concretarse la reunificación, la agenda de los reclamos se centraba en el freno a los despidos tanto en el sector público como privado, y a medida que pasaban los meses, en la reapertura de las paritarias, de modo de compensar la pérdida de poder adquisitivo por la inflación: un 10% por lo menos, que ya ni el Gobierno pone en discusión.
Pero una vez reunificada, la negociación terminó por orientarse hacia un arreglo de mínima, sin forzar algo más a partir de la realización de un paro general. Las mejoras acordadas el miércoles para jubilados y pensionados que cobran la mínima y beneficiarios de planes sociales, como la exención parcial de Ganancias del próximo aguinaldo, son conquistas mínimas. Ni siquiera el bono de fin de año que pueda acordarse este miércoles habrá representado una elevación de la puntería.
Cabe a estas alturas la pregunta del por qué de tanta cautela sindical, “comprensible” desde el punto de vista del compromiso gubernamental de hacerles efectivo el pago de los multimillonarios fondos de las obras sociales, después de que durante el segundo gobierno de Cristina Fernández sus dirigentes convocaron a cinco paros en reclamo de, paradójicamente, la eliminación del “impuesto al trabajo”. Hoy la cuestión pasa por asuntos más aciagos, que hacen a la totalidad de los asalariados.
El acuerdo que terminará por hacer desistir de un paro nacional, que también incluye mejoras más que insuficientes para las organizaciones sociales, implica, curiosamente, una debilidad intrínseca para el Gobierno. Es que hacía muchos años, desde el colapso de 2001, que no se anticipaban tanto, tres meses, las mejoras de fin de año con la que se busca “contener” el reclamo de los argentinos postergados que ya parece ser histórico para esas fechas.